sábado, 26 de noviembre de 2011

¿Qué venida esperas?


Al finalizar un año más de actividad comunitaria, debemos dar gracias a Dios por todas las bendiciones que ha derramado sobre nuestras vidas en este tiempo.
Unas cuantas bendiciones, las recibimos por la vía de sus Enseñanzas, todas las veces que nos reunimos y nos encontramos con Jesús mismo, revelándosenos, desde las páginas de su Evangelio o a través de las mociones con las que el Espíritu iluminó el corazón y la mente de los participantes, para que su Vida sea realidad en nuestra vida.
Los temas que nos presentó a consideración, fueron muchos y variados.
Algunos para capacitarnos en nuestra actividad misionera. En otros, tuvo que volver a atrás para ocuparse de atender  áreas de nuestra vida, que faltas de conversión, aún, fueron (¿o debemos decir son?) obstáculos en la misión y propósitos individuales.
Otras veces, tuvo que venir a consolarnos o a sanar alguna de nuestras heridas.
Hasta mostró su preocupación cuando permitimos que la unidad del grupo fuera amenazada.
Hoy es tiempo de recordar lo que el apóstol Pablo le decía a los romanos:
Ahora bien, todo lo que ha sido escrito en el pasado, ha sido escrito para nuestra instrucción, a fin de que por la constancia y el consuelo que dan las Escrituras, mantengamos la esperanza.
Que el Dios de la constancia y del consuelo les conceda tener los mismos sentimientos unos hacia otros, a ejemplo de Cristo Jesús, para que con un solo corazón y una sola voz, glorifiquen a Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo. Rom. 15:4-6
Si creemos realmente en esto, deberíamos reflexionar, cada uno, en lo personal, acerca de la forma en que aprovechamos esa instrucción, en qué clasificación entraríamos en la evaluación de Pablo:

Animados con esta esperanza, nos comportamos con absoluta franqueza, y no como Moisés, que se cubría el rostro con un velo para impedir que los israelitas vieran el fin de un esplendor pasajero.  
Pero se les oscureció el entendimiento, y ese mismo velo permanece hasta el día de hoy en la lectura del Antiguo Testamento, porque es Cristo el que lo hace desaparecer.
Sí, hasta el día de hoy aquel velo les cubre la inteligencia siempre que leen a Moisés. Pero al que se convierte al Señor, se le cae el velo. Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad.  
Nosotros, en cambio, con el rostro descubierto, reflejamos, como en un espejo, la gloria del Señor, y somos transfigurados a su propia imagen con un esplendor cada vez más glorioso, por la acción del Señor, que es Espíritu. 2Co 3:12-18

a)      Aún el velo nos cubre la inteligencia
b)      Se nos cayó el velo, porque nos convertimos
c)       Somos fiel reflejo de la gloria del Señor

Y este tiempo de Adviento, es propicio, para las evaluaciones. La invitación a prepararnos para recibir al ‘Señor que viene’, nos debería llevar a preguntarnos en qué tipo de espera estamos y con qué actitud lo hacemos. 
Algunos de nosotros, los más jóvenes, espiritualmente hablando, quizás estemos, todavía, esperando al Mesías como los judíos. Como ellos, podemos estar esperando la solución a nuestros problemas, no por quién es, sino por lo que representa para nosotros. En una actitud de esperanza, ya no en el Señor de los milagros, sino en los milagros del Señor.
Otros, los que estemos saliendo de la adolescencia espiritual, aquellos que ya nos enteramos, que el Reino de los Cielos, está entre nosotros y en dentro de nosotros, probablemente estemos dando nuestros primeros frutos, los frutos de conversión. Sin ellos es imposible cualquier otro tipo. Pero esperamos con ansiedad, sabiendo que eso no es suficiente, qué algo más quiere el Señor, que cambie en nuestras vidas.
Quizás, hasta haya alguno entre nosotros, que con cierta preocupación, esté pensando en el Señor que viene a pedirnos cuenta de los talentos que nos dejó en administración y de los cuales aún no vemos un fruto misionero, que satisfaga.
Por la gracia de Dios, nuestra comunidad se compone de personas de distintas edades espirituales y es sano que así sea y hasta lo podemos percibir como una fortaleza. Pero como lo venimos repitiendo cada año, lo que no es sano es que pretendamos ser eternamente jóvenes.
El año termina, por un tiempo no nos estaremos reuniendo en comunidad. Tomaremos un descanso, tendremos más tiempo para estar con familiares y amigos.
Tengamos presente que ese tiempo, es cuando rendimos los exámenes prácticos. Es tiempo de aplicar lo que en la teoría estuvimos aprendiendo.
Pero también es tiempo de planificar. De pensar en la primera reunión de comunidad del año que viene y no tanto, en qué puede hacer la comunidad por mí, sino más bien, en qué puedo hacer yo por mi comunidad.

sábado, 12 de noviembre de 2011

Creer desde el corazón


Como guías de esta comunidad, uno de nuestros mayores desvelos y preocupaciones, es nuestra propia incapacidad motivadora, para que el grupo de frutos, en calidad y cantidad.
En cantidad, porque vemos con tristeza, como el número de integrantes, no sólo no aumenta, sino que el promedio de asistencias a nuestras reuniones, disminuye.
En calidad, porque los hechos – y sobre todo los no hechos – dichos y reacciones de los que ya hace tiempo que nos integramos, demuestran inmadurez espiritual y falta de conversión. Si el apóstol Pablo fuera nuestro guía, nos diría como a los corintios, los tengo que seguir alimentando con leche, porque siguen siendo niños que no están preparados para recibir el alimento sólido. (cf. 1 Co 3:2)
Descartamos que papito Dios tenga responsabilidad en esto, porque, qué más quisiera, que vernos ya maduros, fortalecidos. Nos ha dado todos los recursos: los sacramentos; la guía de nuestro pastor parroquial; su Palabra que meditamos reunión a reunión; lugar donde reunirnos; música para alabarlo; transporte; en fin, todo lo que necesitamos logísticamente.
Jesús, también cumplió su tarea, nos visita cada sábado y se muestra tal cual es, de la misma manera que hace dos mil años atrás, se mostraba a sus discípulos.
¿El Espíritu Santo? ¿Acaso no nos visita en cada reunión y viene a orar por nosotros cuando no sabemos cómo hacerlo? Además del descanso y la sanidad que ha venido repartiendo como obrero incansable.
Ojalá esto se arreglara orando y pidiendo gracias y bendiciones, porque de ser así, el asunto ya estaría resuelto.
La responsabilidad es toda nuestra. Primero del guía, por no saber hacer que hagan. A continuación del grupo, por no hacer y por no exigir una mejor conducción.
Pero a sacudirse las cenizas, de nada sirve este ‘mea culpa’ si no intentamos revertirla.
En la búsqueda de razones, nos encontramos con la última carta apostólica, de nuestro Pastor Universal, Benedicto XVI, «La puerta de la fe» donde leemos:
«Caritas Christi urget nos» (2 Co 5, 14): es el amor de Cristo el que llena nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar.
El compromiso misionero de los creyentes saca fuerza y vigor del descubrimiento cotidiano de su amor, que nunca puede faltar. La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo. Nos hace fecundos, porque ensancha el corazón en la esperanza y permite dar un testimonio fecundo: en efecto, abre el corazón y la mente de los que escuchan para acoger la invitación del Señor a aceptar su Palabra para ser sus discípulos.
Así, la fe sólo crece y se fortalece creyendo; no hay otra posibilidad para poseer la certeza sobre la propia vida que abandonarse, en un in crescendo continuo, en las manos de un amor que se experimenta siempre como más grande porque tiene su origen en Dios.
El apóstol Pablo nos ayuda a entrar dentro de esta realidad cuando escribe: «con el corazón se cree y con los labios se profesa» (cf. Rm 10, 10). El corazón indica que el primer acto con el que se llega a la fe es don de Dios y acción de la gracia que actúa y transforma a la persona hasta en lo más íntimo. 
A este propósito, el ejemplo de Lidia es muy elocuente. Cuenta san Lucas que Pablo, mientras se encontraba en Filipos, fue un sábado a anunciar el Evangelio a algunas mujeres; entre estas estaba Lidia y el «Señor le abrió el corazón para que aceptara lo que decía Pablo» (Hch 16, 14). El sentido que encierra la expresión es importante. San Lucas enseña que el conocimiento de los contenidos que se han de creer no es suficiente si después el corazón, auténtico sagrario de la persona, no está abierto por la gracia que permite tener ojos para mirar en profundidad y comprender que lo que se ha anunciado es la Palabra de Dios.
«La puerta de la fe» (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma.
He aquí donde fallamos. Nos hemos concentrado demasiado en lograr que la Palabra transforme, que sane, que convierta, que ilumine y no hemos sabido transmitir cómo abrir el corazón a la gracia que transforma.
Nosotros, nos sabemos y sentimos profunda e intensamente amados por papito Dios, su Palabra nos conmueve, sus profecías nos duelen, y cuando vemos la acción del Espíritu Santo, obrando en la comunidad, nos sigue corriendo por la espalda ese escalofrío que sentimos el día que nos bautizó, al punto que las lágrimas mojan la barba.
¿Por qué no sabemos transmitirlo? Contándolo no es, porque testimonio les hemos dado en abundancia. ¿Será entonces por el ejemplo? Puede ser, ustedes lo evaluarán.
Dice el Santo Padre: Es el don del Espíritu Santo el que capacita para la misión y fortalece nuestro testimonio, haciéndolo franco y valeroso.
Recurramos entonces a Él, pidámosle que capacite al guía de esta comunidad a los guías de todas las comunidades de Belén y a todos los que las integramos, para:
1.       Recordar permanentemente el amor con el que Dios nos atrae:
a.       La entrega de Jesucristo, con la que confirma ese amor
b.      El lugar y la circunstancia de las que nos rescató
c.       Lo que ha venido haciendo en nuestra vida, desde entonces.
2.       Pero sobre todo, que nos enseñe a transmitir su amor a los demás

sábado, 5 de noviembre de 2011

Para que sean uno


Los discípulos con mucha frecuencia y facilidad nos olvidamos de algunas de las Enseñanzas que por evidentes y sencillas, en oportunidades, dejamos de lado, restándole trascendencia. De allí la importancia, de estar recordándolas continuamente, sin olvidarnos que Jesús, no nos encargó sólo el qué, sino que también nos dijo el cómo.
Uno de los olvidos que no nos podemos permitir está referido a la Unidad
¿Por qué es tan importante la Unidad? Porque para el propio Jesús lo es.
En efecto, la noche en la que fue entregado, dirigiéndose al Padre, en la que se conoce como ‘Oración Sacerdotal’ oró por todos nosotros diciendo: No ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su palabra, creerán en mí. Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. (Jua 17:20-21)
Entonces ¿será importante para Cristo que sus discípulos nos mantengamos en unidad? Podía haberle pedido al Padre porque: fuésemos sabios, elocuentes, convincentes, dados a la contemplación y tantas otras características. Sin embargo su preocupación a esa hora, fue que nos mantuviésemos unidos.
¿Tendrá que ver esa preocupación, con lo que pedía en un versículo anterior? No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno (15)
Creemos que sí. Alguien dijo alguna vez: El Maligno siempre quiere unir lo que Dios quiere separar, y trata de separar lo que Dios quiere unir. – lo tratamos en la lectura ‘Una familia dividida no puede subsistir’
En tiempos en los que vivimos la cultura del individualismo, en los empleos, en los estudios, en las parejas, en las familias, y hasta en las propias comunidades, nos es conveniente, no tener este tipo de fallas.
Cuando aprendemos de liderazgo, en la ‘tapa del libro’ encontramos que una de las tareas principales del líder ha de ser, preocuparse por mantener la unidad del grupo.
Muchas veces escuchamos comentarios o vemos actitudes de personas, que son demasiado rápidas y livianas para juzgar, que cuestionan al responsable de un grupo, cuando ven que permite impertinencias, o es más exigente con los que cumplen que con los que no. Si bien puede ser una debilidad del líder, lo más probable es que esté poniendo por delante la unidad del grupo.
La unidad es tarea del líder,  la de que el necio deje su necedad, es de del Espíritu Santo.
El apóstol Pablo, les enseñaba a los efesios:
‘… los exhorto a comportarse de una manera digna de la vocación que han recibido. Con mucha humildad, mansedumbre y paciencia, sopórtense mutuamente por amor.  Traten de conservar la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz. Hay un solo Cuerpo y un solo Espíritu, así como hay una misma esperanza, a la que ustedes han sido llamados, de acuerdo con la vocación recibida,  hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo. Hay un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, lo penetra todo y está en todos. Sin embargo, cada uno de nosotros ha recibido su propio don, en la medida que Cristo los ha distribuido. Efe 4:1-7
El hecho de  ‘cada uno de nosotros ha recibido su propio don’ no puede ser un motivo de competencia o desunión. Muy por el contrario, la suma de dones se potencia, crea sinergia y en la unidad del Espíritu Santo, conquista.
Todos somos líderes en algún área de nuestra vida en cuanto la mayoría de nosotros - felizmente – somos responsables de otros o por lo menos co-responsables. Y si todavía no lo somos, no ha de faltar mucho.
Algunos liderazgos son más notorios, como el del pastor de la parroquia, el gerente en una empresa, el guía de comunidad, el responsable de un ministerio. Pero también ejercen el liderazgo el padre y/o la madre en la familia, la pareja en el matrimonio – porque ya no es él o ella, sino la comunión de ambos la que manda, y dejamos aquí para no extendernos.
Sea donde sea que nos toque esa responsabilidad es importante que tengamos siempre presente la fórmula de Pablo: humildad, mansedumbre y paciencia
Hay personas o combinaciones de personas, que son muy difíciles de tratar, en esos casos se requiere: sopórtense mutuamente por amor
La unidad del Espíritu, no puede ser posible sin el vínculo de la paz. ¿Cómo podrá ungir al espíritu del grupo si en lugar de ser una fogata es una colección de luces de cirios?
Ahora bien, hay lugares o situaciones en las que en lugar de guiar o liderar, somos guiados o liderados. En esas condiciones también somos responsables y debemos ponernos bajo autoridad para favorecer la unidad.
A los católicos nos cuesta lidiar con la autoridad cuando esta no es evidente. Hay distintos servicios y ministerios donde los responsables reciben lo que se conoce como ‘autoridad delegada’. La autoridad formal en la Iglesia, si mirásemos un organigrama, la veríamos en línea vertical: El Papa – los obispos – los sacerdotes – los diáconos. Pero la cadena de delegación no se corta.
Por poner un ejemplo: cuando un ayudante de misa viene a pedirle silencio a un guía de comunidad, está ejerciendo una autoridad delegada por el pastor y si el guía no le hace caso, está faltando a la autoridad. Quien no respeta la autoridad no tiene autoridad y no puede ejercerla.
Algunos de los enemigos íntimos con los que debemos enfrentarnos para cuidar la unidad son: el chisme, el egoísmo, los personajes, las falsas doctrinas, el turismo espiritual, la hipocresía, rivalidades entre hermanos, la desobediencia, la falta de conversión, la falta de orden.
El tema de hoy, no lo podemos agotar en una reflexión, porque es tan grande como los misterios de la Trinidad. Sin embargo, por lo menos que nos sirva de ayuda memoria.
Si en algo apreciamos el amor de Cristo. Si en algo nos duelen sus padecimientos, recordemos que uno de los más importantes anhelos de su corazón, es que nos mantengamos en la unidad del Espíritu.