sábado, 9 de julio de 2011

Cuando la semilla cae entre espinas


Muchas personas recibimos la gracia que el Sembrador pase a nuestro lado y su Semilla llegue a nuestros corazones. El Sembrador es generoso, esparce su Semilla sin reparar demasiado en el estado actual del terreno, Él sabe que aunque abunden los obstáculos (pecados) igualmente, sobre abundará la gracia.
A algunas de estas personas, como nosotros, sus discípulos por ejemplo, se nos da una gracia especial, que es la de darnos cuenta, de entender lo que está pasando, porque nuestros ojos pueden ver – con la mirada de la fe – y oír el testimonio de los primeros discípulos, aquello que los profetas solo intuyeron por la inspiración del Espíritu Santo.
A otras personas, su obstinación, les mantiene cerrado el corazón, y todavía no se han enterado, o no han querido aceptar, que la llave para abrirlo, está en Jesús, que vivo y resucitado sigue ofreciéndose como cerrajero.
Pero unos y otros, recibimos su Palabra, ya sea que nos dispusimos a estar en el lugar de la siembra, asistiendo a las misas y reuniones de comunidades, o que el viento de algún comentario, una audición radial o hasta algún grafiti, hizo que la semilla llegara hasta nosotros.
Hoy queremos proponerles reflexionar sobre uno de los terrenos – actitudes de corazón – que nos muestra la Parábola del Sembrador Mateo 13:1-23, queremos centrarnos en el versículo 7, la semilla que cayó entre espinos.
La tercera oración del preámbulo en las reuniones de nuestra comunidad – la primera es la bienvenida al Señor, la segunda es la de pedirle que perdone nuestros pecados – es la de pedirle que reciba como un pequeño sacrificio de expiación o propiciación, todo lo que de malo pueda habernos pasado en la semana. Esto lo hacemos en un doble sentido, en el sentido propio de la ofrenda, pero también, tratando de que por el rato que vamos a estar reunidos con Jesús, podamos centrarnos en lo que Él quiere decirnos en esa tarde.
Quizás no siempre todos lo logremos. Como lamentablemente tampoco lo logran todas las personas que asisten a la misa.
Es que muchas veces como Marta, estamos preocupados de muchas cosas y una sola es necesaria.
Sucede que en ocasiones asistimos a sus Enseñanzas, tan concentrados en nuestros problemas y preocupaciones, que nos descentramos en lo que realmente fuimos a hacer y en lugar de escucharlo a Él nos quedamos escuchando a nosotros mismos.
La semilla cae en nuestro corazón, porque la gracia de Dios, lo labró, lo fertilizó, pero también en el mismo terreno, dejamos que las espinas de nuestras preocupaciones y ambiciones, ahoguen el buen fruto de su Enseñanza.
Cuántas veces venimos a escucharlo pensando:
·         ¿El padre predicará hoy lo que necesito escuchar?
·         ¿Estaremos orando por recibir la gracia o la misericordia que necesito para resolver mi problema o mi necesidad?
·         ¿El guía me dará la oportunidad de justificarme de mi actitud o de mis faltas?
·         ¿Podré decirle a mis hermanos lo que yo pienso acerca de este pasaje? ¿Podré plantear que yo tengo la mejor solución para el problema que se plantea?
·         ¿Será que hoy recibo la bendición para obtener lo que me merezco?
La lista puede volverse muy extensa.
El Señor se refiere a dos tipos:  las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas. (v. 22) del segundo grupo, la Vulgata dice fallacia divitiarum, que traducido significa el engaño de las riquezas. En este último, no pensemos sólo en los ricos, ni pensemos únicamente en metálico. Ahí se incluyen, entre otros, el reconocimiento, el prestigio, el honor, el orgullo, y todas las demás vanidades.
Hagamos el ejercicio de identificar alguna de estas espinas….
Sabemos que no hay nada mágico, que haga que nuestros problemas y necesidades desaparezcan sólo porque estamos escuchando la Palabra. Pero si podemos lograr que el fruto de ella, sea más fuerte, más vigoroso, que las espinas que compiten con él, habremos ganado la oportunidad, habremos ganado tiempo, para el momento que podamos quitar esos obstáculos de nuestra vida.
A veces, como le pasó al apóstol Pablo, el aguijón permanecerá clavado ahí, pero Cristo viviendo en nosotros será más poderoso que él. Otras veces, la mayoría de ellas, los cardos y espinas se secarán solos, porque no tenían raíz. O bien, porque nuestros problemas no eran tales, o bien porque el fruto de la Buena Semilla será tan frondoso, que terminará ahogándolos.
Pidámosle al Señor que nos ayude a ser labradores eficientes.

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