Los
discípulos con mucha frecuencia y facilidad nos olvidamos de algunas de las
Enseñanzas que por evidentes y sencillas, en oportunidades, dejamos de lado,
restándole trascendencia. De allí la importancia, de estar recordándolas
continuamente, sin olvidarnos que Jesús, no nos encargó sólo el qué, sino que también nos dijo el cómo.
Uno de los
olvidos que no nos podemos permitir está referido a la Unidad
¿Por qué
es tan importante la Unidad? Porque para el propio Jesús lo es.
En efecto,
la noche en la que fue entregado, dirigiéndose al Padre, en la que se conoce
como ‘Oración Sacerdotal’ oró por todos nosotros diciendo: No ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su
palabra, creerán en mí. Que todos sean
uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en
nosotros, para que el mundo crea que tú
me enviaste. (Jua 17:20-21)
Entonces
¿será importante para Cristo que sus discípulos nos mantengamos en unidad?
Podía haberle pedido al Padre porque: fuésemos sabios, elocuentes,
convincentes, dados a la contemplación y tantas otras características. Sin
embargo su preocupación a esa hora, fue que nos mantuviésemos unidos.
¿Tendrá
que ver esa preocupación, con lo que pedía en un versículo anterior? No te pido que los saques del mundo, sino
que los preserves del Maligno (15)
Creemos
que sí. Alguien dijo alguna vez: El
Maligno siempre quiere unir lo que Dios quiere separar, y trata de separar lo
que Dios quiere unir. – lo tratamos en la lectura ‘Una familia dividida no puede subsistir’
En tiempos
en los que vivimos la cultura del individualismo, en los empleos, en los
estudios, en las parejas, en las familias, y hasta en las propias comunidades,
nos es conveniente, no tener este tipo de fallas.
Cuando
aprendemos de liderazgo, en la ‘tapa del libro’ encontramos que una de las
tareas principales del líder ha de ser, preocuparse por mantener la unidad del
grupo.
Muchas
veces escuchamos comentarios o vemos actitudes de personas, que son demasiado
rápidas y livianas para juzgar, que cuestionan al responsable de un grupo,
cuando ven que permite impertinencias, o es más exigente con los que cumplen
que con los que no. Si bien puede ser una debilidad del líder, lo más probable
es que esté poniendo por delante la unidad del grupo.
La unidad
es tarea del líder, la de que el necio
deje su necedad, es de del Espíritu Santo.
El apóstol
Pablo, les enseñaba a los efesios:
‘… los exhorto a comportarse de una manera
digna de la vocación que han recibido.
Con mucha humildad, mansedumbre y
paciencia, sopórtense mutuamente por amor.
Traten de conservar la unidad del
Espíritu mediante el vínculo de la
paz. Hay un solo Cuerpo y un solo Espíritu, así como hay una misma
esperanza, a la que ustedes han sido llamados, de acuerdo con la vocación recibida, hay un solo Señor, una sola fe, un solo
bautismo. Hay un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, lo penetra
todo y está en todos. Sin embargo, cada uno de nosotros ha recibido su propio
don, en la medida que Cristo los ha distribuido. Efe 4:1-7
El hecho
de ‘cada
uno de nosotros ha recibido su propio don’ no puede ser un motivo de competencia
o desunión. Muy por el contrario, la suma de dones se potencia, crea sinergia y
en la unidad del Espíritu Santo, conquista.
Todos
somos líderes en algún área de nuestra vida en cuanto la mayoría de nosotros -
felizmente – somos responsables de otros o por lo menos co-responsables. Y si
todavía no lo somos, no ha de faltar mucho.
Algunos
liderazgos son más notorios, como el del pastor de la parroquia, el gerente en
una empresa, el guía de comunidad, el responsable de un ministerio. Pero
también ejercen el liderazgo el padre y/o la madre en la familia, la pareja en
el matrimonio – porque ya no es él o ella, sino la comunión de ambos la que
manda, y dejamos aquí para no extendernos.
Sea donde
sea que nos toque esa responsabilidad es importante que tengamos siempre presente
la fórmula de Pablo: humildad, mansedumbre y paciencia
Hay
personas o combinaciones de personas, que son muy difíciles de tratar, en esos
casos se requiere: sopórtense mutuamente por amor
La unidad
del Espíritu, no puede ser posible sin el vínculo de la paz. ¿Cómo podrá ungir
al espíritu del grupo si en lugar de ser una fogata es una colección de luces
de cirios?
Ahora
bien, hay lugares o situaciones en las que en lugar de guiar o liderar, somos
guiados o liderados. En esas condiciones también somos responsables y debemos
ponernos bajo autoridad para favorecer la unidad.
A los
católicos nos cuesta lidiar con la autoridad cuando esta no es evidente. Hay
distintos servicios y ministerios donde los responsables reciben lo que se
conoce como ‘autoridad delegada’. La autoridad formal en la Iglesia, si
mirásemos un organigrama, la veríamos en línea vertical: El Papa – los obispos
– los sacerdotes – los diáconos. Pero la cadena de delegación no se corta.
Por poner
un ejemplo: cuando un ayudante de misa viene a pedirle silencio a un guía de comunidad,
está ejerciendo una autoridad delegada por el pastor y si el guía no le hace
caso, está faltando a la autoridad. Quien no respeta la autoridad no tiene
autoridad y no puede ejercerla.
Algunos de
los enemigos íntimos con los que debemos enfrentarnos para cuidar la unidad son:
el chisme, el egoísmo, los personajes, las falsas doctrinas, el turismo
espiritual, la hipocresía, rivalidades entre hermanos, la desobediencia, la
falta de conversión, la falta de orden.
El tema de
hoy, no lo podemos agotar en una reflexión, porque es tan grande como los misterios
de la Trinidad. Sin embargo, por lo menos que nos sirva de ayuda memoria.
Si en algo
apreciamos el amor de Cristo. Si en algo nos duelen sus padecimientos,
recordemos que uno de los más importantes anhelos de su corazón, es que nos
mantengamos en la unidad del Espíritu.
No hay comentarios:
Publicar un comentario