sábado, 29 de octubre de 2011

Tu carácter, su procedimiento


Los discípulos de Cristo tenemos que tener siempre presente, que el Señor va a respetar nuestro carácter y nuestra vocación, pero ha de ser Él quien fije los procedimientos y canalice nuestra voluntad y energías, en orden al propósito que ha dispuesto para cada uno de nosotros.
Hemos recibido de Dios espíritu de fortaleza, de amor y de sobriedad (2 Tim 1:7). Hemos sido invitados a seguir los pasos de Cristo, por nuestro propio Padre (Juan 6:44), pero no es hasta que nos encontramos con Jesús; que lo conocemos; que nos vamos dando cuenta de su forma de pensar y de actuar; recién entonces, podemos encauzar nuestra necesidad de servir.
Tomemos por ejemplo el discipulado del apóstol Pedro.
Pedro había recibido el carácter de un líder, su ímpetu, su fervor, su dolor por la injusticia de ver a su pueblo sometido bajo el imperio romano.
Eligió ser un agente de cambio, un revolucionario, razón por la cual, antes de convertirse a Cristo, era parte del partido político de los zelotes o celotas [i], al que también pertenecía Judas. Aunque con finales distintos, mientras Pedro alcanzó el resultado que buscaba aprendiendo que el fin no justifica los medios, el pobre Judas puso por delante los medios y se olvidó del fin buscado.
Probablemente Pedro, no conocía del todo la escritura y nunca había escuchado del profeta Zacarías ¡No por el poder ni por la fuerza, sino por mi espíritu...! -dice el Señor de los ejércitos. Zac 4:6 Pero Jesús se lo hizo aprender, porque Él conoce a los que escoge y no nos abandona hasta haber terminado con la obra que empezó en nuestras vidas (Filip. 1:6)
Repasemos algunas de las lecciones que tuvo que tomar Pedro, que seguramente, serán de aplicación en nuestra vida:
1.       Aprendió que con la mirada puesta en Jesús lo que parece imposible es realizable, pero que separados de Él, nada podemos hacer. Caminó sobre las aguas hasta que se hundió. (Mateo 14:25-31)
2.       Aprendió que puede haber muchos discursos y buenas intenciones, pero solamente Cristo tiene palabras de vida eterna y separado de Él, se las perdería (Juan 6:68)
3.       Aprendió que la revelación más trascendente de su vida no la encontró en sus ideales sino que la recibió del Espíritu Santo (Mateo 16:13-19)
4.       Aprendió que lo que se expresa en el fervor no siempre se sostiene en los hechos. Se atrevió a proclamar que seguiría al Maestro hasta la cárcel y la muerte y luego lo negó tres veces. (Lucas 22:33-34)
5.       Aprendió que las cuentas no las tenía que cobrar él sino que había que dejárselas a Cristo, que siete veces perdonar no era suficiente. (Mateo 18:21-22)
6.       Aprendió que el que no es capaz de hacer el servicio más humilde – como lavarle los pies a un inferior – no puede ser parte de la revolución cristiana. (Juan 13:6-9)
7.       Aprendió que aunque el espíritu sea fuerte, la carne es débil – cuando se quedó dormido en Getsemaní – (Marcos 14:32-38)
8.       Aprendió que por la espada no solamente, no se alcanzan los objetivos de Cristo, sino que se logra el efecto contrario (Juan 18:10-11)
9.       Aprendió que el instigador puede usar los pensamientos y los ideales de los hombres , por más justos que estos sean, para ir en contra de los pensamientos de Dios (Marcos 8:33)
10.   Aprendió que aunque el pago de los impuestos era injusticia y tiranía, había que hacerlo, si con eso se evitaba generar escándalo en los demás, y que Dios proveería a esos efectos. (Mateo 17:25-27)
11.   Cuando hubo aprendido todo esto el Señor le demostró que el amor a Cristo todo lo transforma y lo mandó a apacentar (Juan 21:15-17)
Aprendamos nosotros también estas lecciones. La multiplicidad de tareas y ocupaciones en las que nos metemos, nos obligan a aprovechar muy bien el escaso tiempo que reservamos para caminar junto al Señor.
Al mismo tiempo que vamos recorriendo el Camino, nuestra personalidad debe ir transformándose a lo que Cristo espera de nosotros.
Si ponemos las manos en el arado y miramos hacia atrás, si seguimos aferrados a nuestra vieja manera de pensar y de actuar, si nuestro espíritu y nuestra mente no evolucionan en forma conjunta, estaremos desaprovechando este tiempo y todo se nos hará más costoso a la vez que seremos menos eficientes.
Recordemos lo que el apóstol Pablo nos enseña: Todo lo que puedan decir o realizar, háganlo siempre en nombre del Señor Jesús, dando gracias por él a Dios Padre.Col 3:17 y recordemos que el propio Jesús nos enseñó:  ‘el que quiera ser mi discípulo que antes renuncie a sí mismo’. Lucas 9:23




[i] Partido político al que algunos historiadores los consideran como uno de los primeros grupos terroristas de la historia ya que utilizaban el homicidio de civiles que a su entender colaboraban con el gobierno romano, para disuadir a otros de hacer lo mismo. Wikipedia

sábado, 22 de octubre de 2011

El hermano del hijo


De las parábolas que Jesús nos dejó para nuestra edificación, sin duda, la que mejor sintetiza su Evangelio, es la ‘Parábola del hijo pródigo’. Muchas veces la hemos escuchado, analizado y aprendido de la Misericordia Divina, para con nosotros, los pecadores, siempre enfocados en el personaje del hijo menor. Hoy queremos reflexionar acerca de la actitud del hijo mayor Lucas 15:25-32
En el personaje del mayor, algunos teólogos ven representados a los fariseos, otros a los justos en general.  Nosotros queremos identificarnos con él, como discípulos en  la procura de alcanzar la santidad a la que estamos llamados.
De las muchas actitudes que se manifiestan en la reacción del mayor ante la alegría de toda la casa y la comprensión ‘injustificada’ del padre, en la que seguramente todos coincidimos en percibir, es la de los celos.
Desde Caín y Abel hasta los apóstoles, pasando por los salmos, la cuestión de la ‘paz de los pecadores’ ha sido motivo de discusión.
Las manifestaciones de celos y la visión de injusticia por parte de Dios de aquellos que creen ‘cumplir la ley’, han quedado como testimonio a lo largo de toda la Escritura. ¿Por qué?
¿Será quizás que los celos, la envidia, la codicia, la soberbia, están impresos en la ‘otra ley’, como llama el apóstol Pablo,  a aquella área de nuestro ser que nos lleva a hacer y a reaccionar de forma que no queremos? ‘…hay en mis miembros otra ley que lucha contra la ley de mi razón’  (Romanos 7:23)
Cuando el mayor enfrenta al padre define su relación con él diciendo: 'Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes’
El servicio se da por el amor, no por la recompensa. Lo mismo que la obediencia por temor, si bien puede ser un comienzo, es necesario que evolucione a la obediencia por amor.   Esto nos lleva, nuevamente, a recordar las palabras de San Basilio:
‘O nos apartamos del mal  [<<o hacemos el bien>>] por temor del castigo y estamos en la disposición del esclavo, o buscamos el incentivo de la recompensa y nos parecemos a mercenarios, o finalmente obedecemos por el bien mismo del amor del que manda...y entonces estamos en la disposición de hijos’ CIC 1828
Podemos convivir muchos años en relación con una persona y no llegar a conocerla en su esencia. Sucede cuando esa relación se basa en la apariencia, en la formalidad, en la superficialidad. Eso mismo nos puede pasar con nuestra relación con papito Dios.
El mayor confunde la alegría de la salvación con una recompensa por la inmoralidad, porque no conoce el corazón de su padre. El ‘carnero engordado’, el premio mayor, no se sacrifica para festejar los errores del menor, se ofrece para dar gracias por su recuperación.
Como a veces, nosotros, nos olvidamos que nuestro Padre, ama al pecador y aborrece el pecado, y al contrario, fustigamos y condenamos al pecador y coqueteamos con el pecado.
El instigador, está siempre al acecho, y aprovecha cada una de esas situaciones para hacernos ver con los ojos de carne, lo que nos ciega a los ojos del espíritu.
Cuando vemos que ‘a los malos les va bien’, espontáneamente nos surgen preguntas como ¿y a mi qué? ¿Por qué él/ella y yo no? ¿Por qué esta injusticia?....
Vivir mirando las venturas de los demás y comparándolas con los merecimientos, nos quita perspectiva y nos amarga. Porque nos distrae de las gracias, las bendiciones y las promesas que Dios pone a nuestra disposición. El mayor reclama un cabrito teniendo toda la herencia al alcance de su mano.
Eso nos lleva a plantearnos que querrá decir el padre cuando se refiere a todo lo mío es tuyo’. Aunque nos cueste reconocerlo, y sea un misterio comprenderlo, de la herencia del padre cada uno de nosotros obtiene de acuerdo a su capacidad para recibir.
Pongamos un ejemplo: si nos regalasen a cada uno de nosotros un manantial y nos dijeran que podríamos apropiarnos de lo que nos pudiésemos llevar, algunos podríamos llevarnos un vaso, otros un cubo, otros un barril y quizás hubiera alguien que pudiera venir a cargar un camión cisterna.
Qué importante es tener esto presente y hacerlo realidad en nuestra vida.
Cuántos cristianos nos esforzamos en querer llevar adelante una vida moral y éticamente aceptable, que nos demanda esfuerzos y sacrificios, pudiendo hacerlo de forma natural, pensando como nuestro Padre nos enseñó por medio de Jesús, viviendo una relación filial con él, sirviendo por amor a Cristo y para la mayor gloria de Dios.
Dice San Agustin: Así como la codicia nada posee sin angustia, así la caridad todo lo tiene sin ella’. Revisemos nuestras intenciones. Sepamos claramente qué es lo que nos motiva a seguir a Cristo, porque aún estamos a tiempo que el milagro se realice en nuestra vida y nuestra necesidad de recompensas sea transformada en la búsqueda del ‘bien mismo del amor del que manda’
Recordemos lo que Pablo nos dice en la carta a los hebreos: ‘Estén atentos para que nadie sea privado de la gracia de Dios, y para que no brote ninguna raíz venenosa capaz de perturbar y contaminar a la comunidad.’
Seremos más felices y probablemente nuestros esfuerzos den más y mejores frutos.

miércoles, 19 de octubre de 2011

En el templo y por las casas

En una de las reflexiones que hace unos días compartimos, hablamos acerca de la vocación de los discípulos - entendida como llamada a una misión.


Las comunidades en sí mismas, también tienen vocaciones, con distintos perfiles: algunas en el orden social, otras en el orden de la intercesión, otras en algún ministerio o servicio, las hay centradas en el estudio de la Palabra y en la adoración y la alabanza. Pero sea cual sea la misión, el propósito es el mismo: siempre en orden a construir el reino de Dios en el mundo


Cuando meditamos en esto, siempre nos llama la atención, lo que nuestros primeros hermanos nos dejaron como enseñanza de su accionar, allá cuando en las primeras épocas, llenos del fervor y del compromiso con los que el Espíritu Santo ungía a las primeras comunidades cristianas:"...tanto en el Templo como en las casas, no cesaban de enseñar y de anunciar la Buena Noticia de Cristo Jesús" (Hechos 5:42)


En ese hito de atención intuimos una llamada vocacional comunitaria, a la que quizás tú, que nos estás leyendo, puedes ayudarnos a poner en práctica, a la vez que te sirva a ti también.


¿De qué manera?


Si tienes dudas de fe; si asistes a las celebraciones y te quedas con expectativas de poder comentar con alguien o hacerle preguntas; si te parece que Dios puede ser una opción de cambio en tu vida pero no tienes idea cómo; si necesitas de oración intercesora para ti o alguien querido; o simplemente  quieres conocer cómo es una reunión de comunidad, puedes invitarnos a llevar la comunidad a tu casa o algún lugar donde podamos reunirnos contigo y cuatro o más familiares o amigos.


Piénsalo, podemos beneficiarnos todos. Tú al recibir lo que Dios puede regalarte a través de nosotros. Nosotros cumpliendo con nuestro deber misionero.


En nuestra página de contacto, encuentras las vías de comunicación disponibles para coordinar el encuentro, te aseguramos que no te vas a arrepentir.

sábado, 8 de octubre de 2011

Manejando conflictos


Como discípulos de Cristo hemos recibido la misión de ser ‘Agentes de cambio’ en los lugares por donde nos toca transitar y entre la gente con la que nos toca vivir. Es muy importante que tengamos presente, no solamente, el qué sino el cómo, debemos lograr que ese cambio se produzca.
Es inevitable que en nuestra vida laica – de pueblo  – como en nuestra tarea misionera, nos encontremos con conflictos, si así no le fuere, algo no andaría bien. Lo que es elegible es la manera en la que participamos de ellos, siempre podemos hacerlo a la manera del mundo o recordando lo que nos han enseñado, a la manera cristiana.
Podemos tomar  por ejemplo, el alcance que encontramos en  Wikipedia, como contexto laico.
“Se han avanzado muchas teorías acerca del origen del conflicto. Últimamente se puede alegar que el hombre es un animal social, y, por lo tanto, uno que responde a las tendencias tanto de competición como cooperación que se observan en animales sociales. Así se aduce que hay motivos últimamente biológicos o psicológicos para la agresividad.
Desde este punto de vista la idea más básica y desde la que habría que partir para poder llegar a resolver un conflicto social de manera adecuada es en la que el conflicto empieza con una emoción desbordada.
Otras visiones aducen que si bien podrían haber tales causas inherentes o innatas, no es menos cierto que a menudo tal conflicto o violencia se expresa ya sea en formas socialmente permitidas o aceptadas o tiene como meta objetivos que son socialmente valuables. Como mínimo, el conflicto se expresa en un acto ejercido en relación a otros. Así, el conflicto no se puede entender o estudiar sino en un contexto social.”
Con respecto a las opciones que se nos presentan, el apóstol Pablo nos enseña: “No tomen como modelo a este mundo. Por el contrario, transfórmense interiormente renovando su mentalidad, a fin de que puedan discernir cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto”  Rom 12:2
Es por tanto, también en las situaciones de conflicto, cuando lo primero que se nos debe activar, es la intención de discernir, del resultado que vamos a obtener para Dios, qué puede llegar a ser perfecto, bueno o por lo menos agradable. Esta intención debe dispararse antes de que nuestras ‘emociones se desborden’
Siguiendo el mismo capítulo, se nos ofrecen algunos indicios de lo que nuestro Padre prefiere:
“Vivan en armonía unos con otros, no quieran sobresalir, pónganse a la altura de los más humildes. No presuman de sabios”. (v16)
Sin dejar de hacer, ni de decir, lo que hagamos o digamos, no puede ser avasallante. Lo que transmitamos debe ser una invitación más que una imposición. No es porque seamos mejores, sino que somos tan o más pecadores que el que tenemos enfrente, la diferencia es que sabemos que lo somos. Si hay algo de sabiduría en nuestros actos o dichos, no nos pertenece, sino que la hemos recibido en administración.
“No devuelvan a nadie mal por mal. Procuren hacer el bien delante de todos los hombres. (v17)” No te dejes vencer por el mal. Por el contrario, vence al mal, haciendo el bien.(v21)
Como hemos repetido tantas veces: mientras que cuando no estamos atentos, la dinámica es acción-reacción, en el espíritu es acción-acción. En lugar de devolver la agresión debemos procurar sacar algo bueno de la situación.
En nuestra carne, eso es muy difícil de conseguir, pero si recurrimos a Cristo, Él sí que de lo malo sabe obtener cosas buenas. Aunque no lo logremos, lo importante es nuestra actitud frente a la situación, la exhortación es a procurar.
“En cuanto dependa de ustedes, traten de vivir en paz con todos” (v18)
Muchas veces, de antemano, sabemos que lo que vamos a hacer o decir va a ser motivo, causa, de una situación conflictiva. Antes que nada debemos preguntarnos si realmente vale la pena. Si es que la relación costo-beneficio es favorable, en atención a que el beneficio sea para Cristo, por supuesto. Muchas veces nos empecinamos con una persona tratando de convencerla de que algo está mal y el resultado que logramos es totalmente opuesto al esperado.
La Palabra nos advierte de algunas situaciones que debemos evitar:   El que corrige a un insolente se atrae la ignominia, y el que reprende a un malvado, el deshonor.  No reprendas a un insolente, no sea que te odie; reprende a un sabio, y te amará.  Da al sabio y se hará más sabio aún, instruye al justo y ganará en saber”. Pro 9:7-9
Otras veces, caemos en el error de por hablar de justicia, creernos justicieros, mientras que lo que nos corresponde es: Queridos míos, no hagan justicia por sus propias manos, antes bien, den lugar a la ira de Dios. Porque está escrito: Yo castigaré. Yo daré la retribución, dice el Señor. (v19)
Para finalizar el relevamiento (y empezar a tratar de practicarlo) recordemos lo que la experiencia de Pablo le enseñó a Timoteo y nos dejó a los discípulos como legado:

No cedas a los impulsos propios de la juventud y busca la justicia, la fe, el amor y la paz, junto con todos los que invocan al Señor con un corazón puro.
Evita las cuestiones estúpidas y carentes de sentido: ya sabes que provocan serios altercados.
El que sirve al Señor no debe tomar parte en querellas. Por el contrario, tiene que ser amable con todos, apto para enseñar y paciente en las pruebas.
Debe reprender con dulzura a los adversarios, teniendo en cuenta que Dios puede concederles la conversión y llevarlos al conocimiento de la verdad, haciéndolos reaccionar y librándolos de la trampa del demonio que los tiene cautivos al servicio de su voluntad. (2Ti 2:22-26)
Pidámosle al Espíritu Santo que nos dé no solo el contenido sino también la forma en la que debemos llevar adelante nuestra misión: humana, cristiana, específica.

sábado, 1 de octubre de 2011

La casa vacía


Andando por el camino, tratando de seguir las huellas que Cristo va dejando, nos hemos cruzado muchas veces con otros peregrinos, con los que compartimos el viaje y luego al tiempo dejamos de verlos.
Algunos de ellos - como los nueve leprosos (Luc. 17:17) - una vez que encontraron alguna ‘solución’ para el problema puntual y faltos de agradecimiento, siguieron su viaje sin mirar para atrás. Otros que al principio parecían ‘muy tocados’ al tiempo se quedaron a un costado, quizás, pensando ‘hasta aquí llegué’, este es mi lugar de parada.
Esta observación, que en algún momento nos llamaba más la atención, y como que ahora nos vamos acostumbrando, además de sacudirnos y motivarnos a actuar para revertir la situación, si lo pensamos en forma un poco egoísta, por aquello de ‘cuando la barba de tu vecino veas arder…’, debe ponernos en alerta, porque también a nosotros nos puede suceder.
En otras reflexiones, hemos trazado un paralelo entre la experiencia cristiana del pueblo judío y nuestra evolución hacia la conversión. Como  ellos, fuimos rescatados, como ellos recibimos la Promesa y como algunos de ellos aceptamos a Cristo como maestro. Vamos hoy a poner nuestra atención en una advertencia que Jesús les hace a los fariseos.
Leemos en la Palabra: Cuando el espíritu impuro sale de un hombre, vaga por lugares desiertos en busca de reposo, y al no encontrarlo, piensa: 'Volveré a mi casa, de donde salí'. Cuando llega, la encuentra vacía, barrida y ordenada. Entonces va a buscar a otros siete espíritus peores que él; vienen y se instalan allí. Y al final, ese hombre se encuentra peor que al principio. Así sucederá con esta generación malvada". Mat 12:43-45
Los rituales judíos de exorcismo, tenían el efecto de hacer salir los espíritus del mal de los posesos. En su creencia, estos espíritus vagaban por el desierto en busca de un nuevo lugar donde habitar. Jesús intenta hacerles notar, que el hecho de haber sido liberados, no les da inmunidad espiritual, a menos que la Promesa que recibieron, habite en sus corazones y no sea sólo una apariencia de religiosidad exterior.
Hoy, la Palabra de Dios, y el acceso a los sacramentos, expulsan los espíritus impuros (pecados, vicios, concupiscencia) de nuestro corazón. Siguiendo la parábola, lo barre y la ordena.
Pero ¿qué pasa cuando dejamos de oírla y de acceder a los sacramentos? Lo primero que sucede es que la casa – nuestro corazón – queda vacía. He ahí el riesgo.
Refiriéndose a este pasaje, dice San Agustín:  Las palabras: "Tomó consigo otros siete espíritus", significan que aquel que cayere de la justicia, tendrá la hipocresía, porque expulsados los apetitos de la carne por las obras ordinarias de la penitencia, y no encontrando donde reposar, vuelven con mayores deseos y ocupan otra vez las almas negligentes, a fin de que la palabra de Dios, predicada por la sana doctrina, no pueda entrar nuevamente en esas almas como habitante de una casa limpia de toda inmundicia. Y no sólo porque habitarán en ellas los siete vicios contrarios a las siete virtudes espirituales, sino porque fingirá por medio de la hipocresía tener esas siete virtudes. Por eso la concupiscencia, a fin de hacer peores los extremos de esas almas que sus principios, vuelve acompañada de otros siete espíritus más perversos (esto es, de los mismos siete fingimientos).
Muchas veces cuando escuchamos a nuestros pastores y guías, que por amor y por obligación, nos exhortan a asistir a la misa y a las reuniones de comunidad, nos sentimos incómodos, presionados y no nos damos cuenta, que a través de ellos el Espíritu Santo, nos está previniendo.
Cuando nos parece que ‘nos las sabemos todas’, cuando la Palabra nos empieza a aburrir, cuando las enseñanzas nos suenan a repetidas, cuando encontramos mejores cosas que hacer, que reunirnos en misa o comunidad, estamos siendo expuestos a una falsa seguridad que puede hacer que nos descuidemos y dejemos la ‘casa vacía’.
Tenemos que tener siempre presente dónde vivimos y quién reina en este lugar, fuera de nuestra casa. Tener presente que si nuestro corazón no lo habita Cristo, desde el desierto pueden venir  ocupantes no deseados y que después que entren, la situación se va a complicar más que antes.
Estos nómades del desierto, son mucho más astutos que nosotros, no olvidemos que son ángeles, caídos, pero ángeles al fin. Si les permitimos entrar, nos pueden llegar a convencer de que podemos ser igualmente ‘buenos’ aunque nos apartemos de Cristo y de su iglesia.
Finalizando su ministerio, el apóstol Pablo le prevenía a Timoteo: Porque llegará el tiempo en que los hombres no soportarán más la sana doctrina; por el contrario, llevados por sus inclinaciones, se procurarán una multitud de maestros que les halaguen los oídos, y se apartarán de la verdad para escuchar cosas fantasiosas. (2 Timoteo 4:3-4)
Quizás no ocurra inmediatamente, que en apariencia seamos incluso mejores personas de las que éramos. Que busquemos la justicia y el bien intelectual. Pero sin que nos demos cuenta, alejados de la Verdad, podemos llegar a creer cualquier falsa doctrina y actuar en consecuencia. Es en la falsa seguridad de ‘estar bien’ donde tenemos que ser más precavidos. Es a lo que San Agustín se refiere cuando dice: fingirá por medio de la hipocresía tener esas siete virtudes.
Vivimos en una cultura que nos motiva permanentemente a ser personas independientes, a confiar más en nuestros propios criterios ‘evolucionados’, en valores que se adaptan a la necesidad de la mayoría, que en apariencia buscan nuestro bienestar. Por eso no debemos olvidar quiénes somos (discípulos de Cristo) y hacia dónde vamos (la patria celestial) y aunque siga siendo un misterio para nosotros, seguir confiando en que ‘la Verdad nos hará libres’.
Pidámosle al Espíritu Santo, que no deje de prevenirnos, que nos sacuda de nuestra comodidad y falsas seguridades, que nos mantenga siempre atentos y velando, que no vayamos relegando a Jesús al sótano o al altillo de nuestra casa, sino que ocupe todas las habitaciones y nos prevenga de los intrusos.