Como discípulos
de Cristo hemos recibido la misión de ser ‘Agentes de cambio’ en los lugares
por donde nos toca transitar y entre la gente con la que nos toca vivir. Es
muy importante que tengamos presente, no solamente, el qué sino el cómo,
debemos lograr que ese cambio se produzca.
Es inevitable
que en nuestra vida laica – de pueblo –
como en nuestra tarea misionera, nos encontremos con conflictos, si así no le
fuere, algo no andaría bien. Lo que es elegible es la manera en la que
participamos de ellos, siempre podemos hacerlo a la manera del mundo o
recordando lo que nos han enseñado, a la manera cristiana.
Podemos tomar
por ejemplo, el alcance que encontramos en
Wikipedia, como contexto laico.
“Se han avanzado muchas teorías acerca del origen del conflicto.
Últimamente se puede alegar que el hombre es un animal social, y, por lo tanto, uno que responde a las tendencias
tanto de competición como cooperación
que se observan en animales sociales. Así se aduce que hay motivos últimamente biológicos o psicológicos para la
agresividad.
Desde este punto de vista la idea más básica y desde la que habría
que partir para poder llegar a resolver un conflicto social de manera adecuada
es en la que el conflicto empieza con
una emoción desbordada.
Otras visiones aducen que si bien podrían haber tales causas
inherentes o innatas, no es menos cierto que a menudo tal conflicto o violencia
se expresa ya sea en formas socialmente permitidas o aceptadas o tiene como
meta objetivos que son socialmente valuables. Como mínimo, el conflicto se expresa en un acto ejercido en relación a otros.
Así, el conflicto no se puede entender o estudiar sino en un contexto social.”
Con respecto
a las opciones que se nos presentan, el apóstol Pablo nos enseña: “No tomen como modelo a este mundo. Por el
contrario, transfórmense interiormente renovando su mentalidad, a fin de que
puedan discernir cuál es la voluntad de
Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto” Rom 12:2
Es por
tanto, también en las situaciones de conflicto, cuando lo primero que se nos
debe activar, es la intención de discernir, del resultado que vamos a obtener
para Dios, qué puede llegar a ser perfecto, bueno o por lo menos agradable. Esta
intención debe dispararse antes de que nuestras ‘emociones se desborden’
Siguiendo el
mismo capítulo, se nos ofrecen algunos indicios de lo que nuestro Padre
prefiere:
“Vivan en armonía unos con otros, no
quieran sobresalir, pónganse a la altura de los más humildes. No presuman de
sabios”. (v16)
Sin dejar
de hacer, ni de decir, lo que hagamos o digamos, no puede ser avasallante. Lo
que transmitamos debe ser una invitación más que una imposición. No es porque
seamos mejores, sino que somos tan o más pecadores que el que tenemos enfrente,
la diferencia es que sabemos que lo somos. Si hay algo de sabiduría en nuestros
actos o dichos, no nos pertenece, sino que la hemos recibido en administración.
“No devuelvan a nadie mal por mal.
Procuren hacer el bien delante de todos los hombres. (v17)” No te dejes vencer
por el mal. Por el contrario, vence al mal, haciendo el bien.(v21)
Como hemos
repetido tantas veces: mientras que cuando no estamos atentos, la dinámica es acción-reacción, en el espíritu es acción-acción. En lugar de devolver la
agresión debemos procurar sacar algo bueno de la situación.
En nuestra
carne, eso es muy difícil de conseguir, pero si recurrimos a Cristo, Él sí que
de lo malo sabe obtener cosas buenas. Aunque no lo logremos, lo importante es
nuestra actitud frente a la situación, la exhortación es a procurar.
“En cuanto dependa de ustedes, traten de
vivir en paz con todos” (v18)
Muchas
veces, de antemano, sabemos que lo que vamos a hacer o decir va a ser motivo,
causa, de una situación conflictiva. Antes que nada debemos preguntarnos si
realmente vale la pena. Si es que la relación costo-beneficio es favorable, en
atención a que el beneficio sea para Cristo, por supuesto. Muchas veces nos
empecinamos con una persona tratando de convencerla de que algo está mal y el
resultado que logramos es totalmente opuesto al esperado.
La Palabra
nos advierte de algunas situaciones que debemos evitar: “El que corrige a un insolente
se atrae la ignominia, y el que reprende a un malvado, el deshonor. No reprendas a un insolente, no sea que te
odie; reprende a un sabio, y te amará. Da al sabio y se hará más sabio aún, instruye
al justo y ganará en saber”. Pro 9:7-9
Otras
veces, caemos en el error de por hablar de justicia, creernos justicieros,
mientras que lo que nos corresponde es: Queridos
míos, no hagan justicia por sus propias manos, antes bien, den lugar a la ira
de Dios. Porque está escrito: Yo castigaré. Yo daré la retribución, dice el Señor.
(v19)
Para finalizar el relevamiento
(y empezar a tratar de practicarlo) recordemos lo que la experiencia de Pablo
le enseñó a Timoteo y nos dejó a los discípulos como legado:
No cedas a los impulsos propios de la
juventud y busca la justicia, la fe, el amor y la paz, junto con todos los que
invocan al Señor con un corazón puro.
Evita las cuestiones estúpidas y carentes
de sentido: ya sabes que provocan serios altercados.
El que sirve al Señor no debe tomar parte
en querellas. Por el contrario, tiene que ser amable con todos, apto para
enseñar y paciente en las pruebas.
Debe reprender con dulzura a los adversarios,
teniendo en cuenta que Dios puede concederles la conversión y llevarlos al
conocimiento de la verdad, haciéndolos reaccionar y librándolos de la trampa
del demonio que los tiene cautivos al servicio de su voluntad. (2Ti 2:22-26)
Pidámosle
al Espíritu Santo que nos dé no solo el contenido sino también la forma en la
que debemos llevar adelante nuestra misión: humana, cristiana, específica.
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