De las parábolas
que Jesús nos dejó para nuestra edificación, sin duda, la que mejor sintetiza su
Evangelio, es la ‘Parábola del hijo pródigo’. Muchas veces la hemos escuchado,
analizado y aprendido de la Misericordia Divina, para con nosotros, los
pecadores, siempre enfocados en el personaje del hijo menor. Hoy queremos
reflexionar acerca de la actitud del hijo mayor Lucas 15:25-32
En el
personaje del mayor, algunos teólogos ven representados a los fariseos, otros a
los justos en general. Nosotros queremos
identificarnos con él, como discípulos en la procura de alcanzar la santidad a la que
estamos llamados.
De las
muchas actitudes que se manifiestan en la reacción del mayor ante la alegría de
toda la casa y la comprensión ‘injustificada’ del padre, en la que seguramente
todos coincidimos en percibir, es la de los celos.
Desde Caín
y Abel hasta los apóstoles, pasando por los salmos, la cuestión de la ‘paz de
los pecadores’ ha sido motivo de discusión.
Las
manifestaciones de celos y la visión de injusticia por parte de Dios de
aquellos que creen ‘cumplir la ley’, han quedado como testimonio a lo largo de
toda la Escritura. ¿Por qué?
¿Será quizás
que los celos, la envidia, la codicia, la soberbia, están impresos en la ‘otra
ley’, como llama el apóstol Pablo, a
aquella área de nuestro ser que nos lleva a hacer y a reaccionar de forma que
no queremos? ‘…hay en mis miembros otra
ley que lucha contra la ley de mi razón’ (Romanos 7:23)
Cuando el
mayor enfrenta al padre define su relación con él diciendo: 'Hace tantos años que te sirvo sin haber
desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes’
El servicio se da por el amor, no por la
recompensa. Lo mismo que la obediencia por temor, si
bien puede ser un comienzo, es necesario que evolucione a la obediencia por
amor. Esto nos lleva, nuevamente, a recordar las palabras
de San Basilio:
‘O nos
apartamos del mal [<<o hacemos el
bien>>] por temor del castigo
y estamos en la disposición del esclavo,
o buscamos el incentivo de la recompensa
y nos parecemos a mercenarios, o finalmente
obedecemos por el bien mismo del amor
del que manda...y entonces estamos en la disposición de hijos’ CIC 1828
Podemos convivir
muchos años en relación con una persona y no llegar a conocerla en su esencia. Sucede
cuando esa relación se basa en la apariencia, en la formalidad, en la superficialidad.
Eso mismo nos puede pasar con nuestra relación con papito Dios.
El mayor
confunde la alegría de la salvación con una recompensa por la inmoralidad,
porque no conoce el corazón de su padre. El ‘carnero engordado’, el premio
mayor, no se sacrifica para festejar los errores del menor, se ofrece para dar
gracias por su recuperación.
Como a
veces, nosotros, nos olvidamos que nuestro Padre, ama al pecador y aborrece el
pecado, y al contrario, fustigamos y condenamos al pecador y coqueteamos con el
pecado.
El instigador,
está siempre al acecho, y aprovecha cada una de esas situaciones para hacernos
ver con los ojos de carne, lo que nos ciega a los ojos del espíritu.
Cuando
vemos que ‘a los malos les va bien’, espontáneamente nos surgen preguntas como
¿y a mi qué? ¿Por qué él/ella y yo no? ¿Por qué esta injusticia?....
Vivir
mirando las venturas de los demás y comparándolas con los merecimientos, nos
quita perspectiva y nos amarga. Porque nos distrae de las gracias, las
bendiciones y las promesas que Dios pone a nuestra disposición. El mayor
reclama un cabrito teniendo toda la herencia al alcance de su mano.
Eso nos lleva a plantearnos que querrá decir el padre cuando se refiere a ‘todo lo mío es tuyo’. Aunque nos cueste reconocerlo, y sea un
misterio comprenderlo, de la herencia del padre cada uno de nosotros obtiene de
acuerdo a su capacidad para recibir.
Pongamos un ejemplo: si nos regalasen a cada uno de nosotros un manantial y
nos dijeran que podríamos apropiarnos de lo que nos pudiésemos llevar, algunos
podríamos llevarnos un vaso, otros un cubo, otros un barril y quizás hubiera
alguien que pudiera venir a cargar un camión cisterna.
Qué
importante es tener esto presente y hacerlo realidad en nuestra vida.
Cuántos
cristianos nos esforzamos en querer llevar adelante una vida moral y éticamente
aceptable, que nos demanda esfuerzos y sacrificios, pudiendo hacerlo de forma
natural, pensando como nuestro Padre nos enseñó por medio de Jesús, viviendo
una relación filial con él, sirviendo por amor a Cristo y para la mayor gloria
de Dios.
Dice San Agustin:
‘Así como la codicia nada posee
sin angustia, así la caridad todo lo tiene sin ella’. Revisemos nuestras intenciones. Sepamos
claramente qué es lo que nos motiva a seguir a Cristo, porque aún estamos a
tiempo que el milagro se realice en nuestra vida y nuestra necesidad de
recompensas sea transformada en la búsqueda del ‘bien mismo del amor del que manda’
Recordemos
lo que Pablo nos dice en la carta a los hebreos: ‘Estén atentos para que nadie sea privado de la gracia de Dios, y para que no brote ninguna raíz venenosa capaz de
perturbar y contaminar a la comunidad.’
Seremos más
felices y probablemente nuestros esfuerzos den más y mejores frutos.
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