La semana
pasada con gozo y alegría nos uníamos en oración esperando una vez más, la
promesa de la efusión del Espíritu Santo, nos disponíamos a que nos renovara
con su unción para darnos una nueva motivación, un nuevo empuje, ganas frescas
de testimoniar nuestra adhesión a Cristo.
Como en años
anteriores, quizás algunos de nosotros, sentimos la presencia del Dulce Huésped
del Alma, que venía con sus regalos, con sus consejos, con nuevas formas de
poner en práctica viejas ideas.
Quizás
siempre estuvieron ahí, pero el tiempo fue propicio, pusimos más atención o
miramos de otra manera, con la mirada de estos tiempos, con las necesidades de
hoy y sus urgencias.
De la manera
que lo hayamos experimentado, cabe preguntarnos ¿y ahora qué? ¿cómo seguimos?
¿qué debemos hacer? Como preguntaban aquellos primeros discípulos que se iban
convirtiendo al impulso misionero de la iglesia naciente.
Para
ayudarnos a contestar estas inquietudes, tomemos los versículos del Capítulo
6:1-12, 18-20, de la carta del
Apóstol Pablo a los hebreos.
En esa enseñanza dirigida “a los que una vez fueron
iluminados y gustaron el don celestial, a los que participaron del Espíritu
Santo y saborearon la buena Palabra de Dios” llama mucho la atención la
introducción “Por eso, dejando a un lado la enseñanza elemental sobre
Cristo, vayamos a lo más perfecto”
Como si a nosotros se nos propusiera, bueno, dejemos
de lado el catecismo para centrarnos en otra forma de vivir las Enseñanzas
Cristo.
Es obvio que Pablo no está dando por caducas “las
verdades fundamentales, como el arrepentimiento por las obras que llevan a la
muerte y la fe en Dios.
La
instrucción sobre los bautismos y la imposición de las manos, la resurrección
de los muertos y el juicio eterno”
Entonces
¿qué nos quiere decir?
Si luego de
participar del Espíritu Santo, de haber aprendido la catequesis de la Iglesia,
de haber reflexionado la Palabra, de que hayan intercedido por nosotros y de
haber recibido los sacramentos de vida, a pesar de ello, “a pesar de todo
recayeron, es imposible renovarlos otra vez elevándolos a la conversión, ya que
ellos por su cuenta vuelven a crucificar al Hijo de Dios y lo exponen a la
burla de todos”
Es que no
podemos darnos la oportunidad del “afloje”. Quizás algún espacio para el
tropiezo, una pequeña caída de rodilla a tierra, pero hasta ahí, no podemos
quedarnos caídos, no podemos recaer y quedarnos al costado del camino.
Quizás un
sacudirse y arrancar de nuevo.
Si toda esa
bendición y unción que nos fue regalada, no prospera en nuestra vida ¿qué más
hará falta? ¿qué podrá venir luego que sirva para elevarnos, para convertirnos?
De ningún
modo, podemos considerar que pasó Pentecostés, y ahora ya puedo volver a mi
chatura, mi depresión, mi vieja rutina, mi falta de oración, mi falta de
compromiso con mi comunidad, es decir a mi vida de antes.
¿Me volveré
a sentar hasta el próximo Pentecostés, a ver si en una de esas cambia algo?
Pablo trata
de motivar a los hebreos, recordándoles lo que pasa con la tierra árida y con
la que da frutos.
Como
integrantes de esta comunidad carismática de Belén, preferimos quedarnos con
estos otros estímulos: “Solamente deseamos que cada uno muestre siempre el
mismo celo para asegurar el cumplimento de su esperanza. Así, en lugar de
dejarse estar perezosamente, imitarán el ejemplo de aquellos que por la fe y la
paciencia heredan las promesas”
Porque al
igual que Pablo nosotros queremos aferrarnos a esta esperanza: “…, los que
acudimos a Dios, nos sentimos poderosamente estimulados a aferrarnos a la
esperanza que se nos ofrece. Esta esperanza que nosotros tenemos, es como un
ancla del alma, sólida y firme, que penetra más allá del velo, allí mismo donde
Jesús entró por nosotros, como precursor, convertido en Sumo Sacerdote para
siempre, según el orden de Melquisedec.”
Pidámosle a
Dios, quien produce en nosotros tanto el querer como el hacer, que nos regale
ambas gracias, para que podamos ser instrumentos útiles a la respuesta que los
dones y carismas nos demandan.
Que así sea.
Muy buena reflexion! Bendiciones
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