El domingo pasado, Fiesta de la Santísima Trinidad, escuchamos una vez más y una vez nueva, que el Señor Jesús, habiendo reunido a sus amigos en un monte de Galilea les dijo “…Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo” (Mat 28:18-20)
Este mandamiento dado por el propio Señor, nos llevó hacia
atrás en nuestros recuerdos a una de las enseñanzas más ricas de nuestra
Comunidad Carismática de Belén, que, en el papel, guardamos en el folleto
“Somos Discípulos De Cristo” P. Julio C. Elizaga.
Como antes, se nos renueva la duda, ¿Cómo hago yo, para que
alguien sea discípulo de Cristo?
Empecemos por recordar ¿Qué es un Discípulo de Cristo?
Dice el folleto:
Nuestra meta es ser como Cristo quiere, por eso es muy
importante que a la vez que escuchamos las enseñanzas de nuestros guías y
responsables, las llevemos a la práctica como Cristo nos manda en el
evangelio. Sólo así seremos verdaderos Discípulos de Cristo.
Jesús enseñó a sus discípulos, no sólo lo que debían
enseñar sino también cómo debía hacerlo.
Él predicó y enseñó en las sinagogas y plazas, pero su
método era primero “hacer” y después “enseñar”
Pero Él sabía que, para alcanzar efectivamente a todos,
no era cuestión de abocarse a las multitudes, sino de concentrarse en unos
pocos (Los Doce) y transmitir a ellos en forma clara, completa, intensa y
eficiente toda su enseñanza, para que ellos a su vez, enseñaran a los demás.
Al enviarlos a hacer discípulos, los envió a hacer lo
mismo que Él había hecho con ellos, es decir a tomar un grupo pequeño y enseñarles
a vivir como Él vivía.
Hacer discípulos no es otra cosa que cumplir el deseo de
Dios que nos envió a Jesús como diciéndonos “Yo quiero que todos mis hijos sean
como éste”, formando una familia de muchos hijos semejantes a Jesús.
Obviamente este es sólo el alcance, el objetivo de la tarea
que se nos está comisionando.
Los métodos de formación pueden haber cambiado, no es la
misma cultura de entonces, estamos lejos de la cristiandad y cerca del
cristianismo. Pero el fin sigue siendo el mismo:
“Ayudar a los demás a tener un encuentro íntimo, personal
y permanente con Cristo”
Puestos a iniciar el trabajo, muchos de nosotros nos
excusamos de la tarea por considerar que nos falta preparación, que no tenemos
la capacidad de convencer a otros, por escasez de conocimientos o dificultad
para comunicarlos.
Quizás sea porque justamente estamos perdiendo de vista el
objetivo, mostrarles a Jesús, contarles quién es, cómo es, el tipo de
amigo que puede ser si se lo permitimos, cuál es la forma de vida que propone,
la que Él mismo vivió.
¿Acaso el apóstol Pablo aprendió en la Escuela de Cristo?
¿Cuántos libros escritos por Cristo leyó para llevar a cabo su misión
evangelizadora? ¿Cuántas maestrías tituló?
El tenía los mismos recursos que nosotros, y así se lo
contaba a los corintios: “Mi palabra y mi predicación no tenían nada de la
argumentación persuasiva de la sabiduría humana, sino que eran demostración del
poder del Espíritu, (1Co 2:4)”
“Lo que anunciamos es una sabiduría de Dios, misteriosa y
secreta, que él preparó para nuestra gloria antes que existiera el mundo;
aquella que ninguno de los dominadores de este mundo alcanzó a conocer, porque
si la hubieran conocido no habrían crucificado al Señor de la gloria. Nosotros
anunciamos, como dice la Escritura, lo que nadie vio ni oyó y ni siquiera pudo
pensar, aquello que Dios preparó para los que lo aman. (1Co 2:7-9)”
Los escribas y fariseos conocían la ley y los profetas de
memoria, pero no llegaron a conocer a Jesús, quizás Nicodemo, que se acercó a Él y le
permitió entrar en su vida.
Pablo tuvo que desaprender antes, para luego vivir
intensamente lo que predicó.
El mismo Señor, alababa al Padre porque los sencillos eran
capaces de ver la revelación que los sabios y prudentes no (Mat 11:25)
Nos ha pasado de asistir a presentaciones, cursos o charlas,
que tratan de reflexionar acerca de algún pasaje de la vida del Señor o de sus
enseñanzas. Trabajosamente quien la prepara, invita a Platón, Aristóteles, San
Agustín, Santo Tomás de Aquino, y varios doctores y padres de la Iglesia.
Terminando la ponencia, nos retiramos de la misma manera que entramos.
¿Qué fue lo que pasó? Pasó, que quien preparó el discurso se
olvidó de invitar a Jesús.
Nosotros, cristianos de a pie que no podemos entretener a
quienes nos dirigimos con elocuencia, no es lo nuestro, no podemos cometer ese
error.
Entiéndase que no estamos proponiendo salir a decir herejías
por ahí, ni promoviendo “no saber dar razón de nuestra fe”, lo que estamos
proponiendo, es que, en vez de llenar el tiempo con palabras de otros,
busquemos siempre la inspiración del Espíritu Santo, que el Señor mismo nos
prometió: “porque yo mismo les daré una elocuencia y una sabiduría que
ninguno de sus adversarios podrá resistir ni contradecir. (Luc 21:15)”
Tú y yo, discípulos de Cristo, tenemos lo necesario: en
primer lugar, la ayuda del Espíritu Santo; y, en segundo lugar, podemos ser
capaces de contarle a otro quién es Jesús, lo que hizo por nosotros, la forma
de vida que nos ofrece.
Sin duda, con visiones distintas, con experiencias
distintas, con distinta imagen de Él. Como también serán distintas las personas
a las que Él nos envíe, no tengamos dudas, el Señor conoce a sus hijos, a ellos
y a nosotros.
La situación no es fácil, estamos encerrados, tristes por
muchos de nuestros amigos que partieron, confundidos porque algunos de ellos
fueron verdaderos soldados de Cristo, que gastaron su vida por ser fieles al
compromiso que hicieron, cuando se asumieron como verdaderos discípulos y
misioneros.
Por respeto a su trabajo y dedicación, por amor a Cristo y
para la mayor gloria de Dios, debemos recoger la bandera y seguir peleando la
buena batalla.
Pablo le aconsejaba a Timoteo y nos aconseja también a
nosotros: “conserva el bien que te ha sido confiado. Evita la impiedad de
una vana palabrería y las objeciones de una pretendida ciencia, ya que, por
haberla profesado, algunos se han apartado de la fe. (1Ti 6:20-21)”
Pablo quien de sí mismo decía: “Pero nosotros llevamos
ese tesoro en recipientes de barro, para que se vea bien que este poder
extraordinario no procede de nosotros, sino de Dios. Estamos atribulados por
todas partes, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados; perseguidos,
pero no abandonados; derribados, pero no aniquilados. (2Co 4:7-9)”
Pidámosle al Señor su elocuencia y sabiduría – no la nuestra
– y el destino claro, que nos muestre a quién ir, a quien invitar a quién
presentárselo.
Después de todo no debe ser tan difícil, si nos prometió que
iba a estar siempre con nosotros hasta el fin del mundo.
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