viernes, 4 de junio de 2021

¿Discipular para Cristo?

El domingo pasado, Fiesta de la Santísima Trinidad, escuchamos una vez más y una vez nueva, que el Señor Jesús, habiendo reunido a sus amigos en un monte de Galilea les dijo “…Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo” (Mat 28:18-20)

Este mandamiento dado por el propio Señor, nos llevó hacia atrás en nuestros recuerdos a una de las enseñanzas más ricas de nuestra Comunidad Carismática de Belén, que, en el papel, guardamos en el folleto “Somos Discípulos De Cristo” P. Julio C. Elizaga.

Como antes, se nos renueva la duda, ¿Cómo hago yo, para que alguien sea discípulo de Cristo?

Empecemos por recordar ¿Qué es un Discípulo de Cristo? Dice el folleto:

Nuestra meta es ser como Cristo quiere, por eso es muy importante que a la vez que escuchamos las enseñanzas de nuestros guías y responsables, las llevemos a la práctica como Cristo nos manda en el evangelio. Sólo así seremos verdaderos Discípulos de Cristo.

Jesús enseñó a sus discípulos, no sólo lo que debían enseñar sino también cómo debía hacerlo.

Él predicó y enseñó en las sinagogas y plazas, pero su método era primero “hacer” y después “enseñar”

Pero Él sabía que, para alcanzar efectivamente a todos, no era cuestión de abocarse a las multitudes, sino de concentrarse en unos pocos (Los Doce) y transmitir a ellos en forma clara, completa, intensa y eficiente toda su enseñanza, para que ellos a su vez, enseñaran a los demás.

Al enviarlos a hacer discípulos, los envió a hacer lo mismo que Él había hecho con ellos, es decir a tomar un grupo pequeño y enseñarles a vivir como Él vivía.

Hacer discípulos no es otra cosa que cumplir el deseo de Dios que nos envió a Jesús como diciéndonos “Yo quiero que todos mis hijos sean como éste”, formando una familia de muchos hijos semejantes a Jesús.

Obviamente este es sólo el alcance, el objetivo de la tarea que se nos está comisionando.

Los métodos de formación pueden haber cambiado, no es la misma cultura de entonces, estamos lejos de la cristiandad y cerca del cristianismo. Pero el fin sigue siendo el mismo:

“Ayudar a los demás a tener un encuentro íntimo, personal y permanente con Cristo”

Puestos a iniciar el trabajo, muchos de nosotros nos excusamos de la tarea por considerar que nos falta preparación, que no tenemos la capacidad de convencer a otros, por escasez de conocimientos o dificultad para comunicarlos.

Quizás sea porque justamente estamos perdiendo de vista el objetivo, mostrarles a Jesús, contarles quién es, cómo es, el tipo de amigo que puede ser si se lo permitimos, cuál es la forma de vida que propone, la que Él mismo vivió.

¿Acaso el apóstol Pablo aprendió en la Escuela de Cristo? ¿Cuántos libros escritos por Cristo leyó para llevar a cabo su misión evangelizadora? ¿Cuántas maestrías tituló?

El tenía los mismos recursos que nosotros, y así se lo contaba a los corintios: “Mi palabra y mi predicación no tenían nada de la argumentación persuasiva de la sabiduría humana, sino que eran demostración del poder del Espíritu, (1Co 2:4)”

“Lo que anunciamos es una sabiduría de Dios, misteriosa y secreta, que él preparó para nuestra gloria antes que existiera el mundo; aquella que ninguno de los dominadores de este mundo alcanzó a conocer, porque si la hubieran conocido no habrían crucificado al Señor de la gloria. Nosotros anunciamos, como dice la Escritura, lo que nadie vio ni oyó y ni siquiera pudo pensar, aquello que Dios preparó para los que lo aman. (1Co 2:7-9)”

Los escribas y fariseos conocían la ley y los profetas de memoria, pero no llegaron a conocer a Jesús, quizás Nicodemo, que se acercó a Él y le permitió entrar en su vida.

Pablo tuvo que desaprender antes, para luego vivir intensamente lo que predicó.

El mismo Señor, alababa al Padre porque los sencillos eran capaces de ver la revelación que los sabios y prudentes no (Mat 11:25)

Nos ha pasado de asistir a presentaciones, cursos o charlas, que tratan de reflexionar acerca de algún pasaje de la vida del Señor o de sus enseñanzas. Trabajosamente quien la prepara, invita a Platón, Aristóteles, San Agustín, Santo Tomás de Aquino, y varios doctores y padres de la Iglesia. Terminando la ponencia, nos retiramos de la misma manera que entramos.

¿Qué fue lo que pasó? Pasó, que quien preparó el discurso se olvidó de invitar a Jesús.

Nosotros, cristianos de a pie que no podemos entretener a quienes nos dirigimos con elocuencia, no es lo nuestro, no podemos cometer ese error.

Entiéndase que no estamos proponiendo salir a decir herejías por ahí, ni promoviendo “no saber dar razón de nuestra fe”, lo que estamos proponiendo, es que, en vez de llenar el tiempo con palabras de otros, busquemos siempre la inspiración del Espíritu Santo, que el Señor mismo nos prometió: “porque yo mismo les daré una elocuencia y una sabiduría que ninguno de sus adversarios podrá resistir ni contradecir. (Luc 21:15)”

Tú y yo, discípulos de Cristo, tenemos lo necesario: en primer lugar, la ayuda del Espíritu Santo; y, en segundo lugar, podemos ser capaces de contarle a otro quién es Jesús, lo que hizo por nosotros, la forma de vida que nos ofrece.

Sin duda, con visiones distintas, con experiencias distintas, con distinta imagen de Él. Como también serán distintas las personas a las que Él nos envíe, no tengamos dudas, el Señor conoce a sus hijos, a ellos y a nosotros.

La situación no es fácil, estamos encerrados, tristes por muchos de nuestros amigos que partieron, confundidos porque algunos de ellos fueron verdaderos soldados de Cristo, que gastaron su vida por ser fieles al compromiso que hicieron, cuando se asumieron como verdaderos discípulos y misioneros.

Por respeto a su trabajo y dedicación, por amor a Cristo y para la mayor gloria de Dios, debemos recoger la bandera y seguir peleando la buena batalla.

Pablo le aconsejaba a Timoteo y nos aconseja también a nosotros: “conserva el bien que te ha sido confiado. Evita la impiedad de una vana palabrería y las objeciones de una pretendida ciencia, ya que, por haberla profesado, algunos se han apartado de la fe. (1Ti 6:20-21)”

Pablo quien de sí mismo decía: “Pero nosotros llevamos ese tesoro en recipientes de barro, para que se vea bien que este poder extraordinario no procede de nosotros, sino de Dios. Estamos atribulados por todas partes, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no aniquilados. (2Co 4:7-9)”

Pidámosle al Señor su elocuencia y sabiduría – no la nuestra – y el destino claro, que nos muestre a quién ir, a quien invitar a quién presentárselo.

Después de todo no debe ser tan difícil, si nos prometió que iba a estar siempre con nosotros hasta el fin del mundo.

Que así sea.

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