jueves, 23 de septiembre de 2021

¡QUE UN ESPÍRITU GENEROSO ME SOSTENGA!

 


 Por Tabaré Lacosta

 

¡Qué bello y grande es conocer, amar y servir a Dios!
Todo lo demás es tiempo perdido.
Santo Cura de Ars
.

 

I

LA VOZ QUE CLAMA EN EL DESIERTO

         


          Debo confesar que pocas cartas pastorales o encíclicas me han tocado tan de cerca como las actuales, tanto las del Cardenal Sturla como las del Papa Francisco. Seguramente sea la cercanía, en su lenguaje como en su espíritu autocrítico o crítico social. En su lenguaje auto personal, logra envolvernos en una unidad pastoral, o de rebaño, como se usa actualmente. Esta última, envuelta en un aparente desánimo provocado con las pandemias a las que estamos sometidos. La sanitaria y la social.

Utiliza el Pastor, al que siento reflexionando en voz alta, el Salmo 51 (Sl.51:12), pero por supuesto para titular utiliza la primera parte del versículo. No tenemos otra opción que releer la segunda parte. En ella está el mensaje con más fuerza. No podemos leer o analizar este texto sin el apoyo de un Espíritu generoso que nos sostenga.

Nos pide como sacerdote y obispo, como hombre con fe, que nos abramos al diálogo. Que aportemos nuestro sentir ante un tema que, a quienes llevamos tiempo tratando de aportar al Cuerpo de Cristo los pocos panes y peces que Él necesita para hacer el milagro.

Nos plantea como el punto clave, el cambio cultural que modifica la forma de pensar, de sentir, de vivir. Parte de este cambio es constatar que la fe de nuestra gente se va enfriando, como una nueva ola glacial secularizadora, que ha penetrado en la misma Iglesia, es decir, en nosotros. Desde mi humilde punto de vista el punto clave está en ese “nosotros”. ¿Dios ha cambiado? ¿El concepto de Fe (relación del hombre para con lo que no vemos) ha cambiado? Por supuesto que no. ¿Es que el hombre, su naturaleza, su humanidad llamada a la trascendencia ha cambiado? Creo que tampoco. 

No hace mucho tiempo, vivimos, en lo personal, un encuentro con el Jesucristo Vivo, el que nos hablaba, nos llamaba, se nos hacía necesario, tanto espiritualmente, como físico a través de la Eucaristía. La vivencia comunitaria era la fuerza de empuje a llevar a otros el testimonio de lo que ese Dios hacía en nosotros con el fuego del Espíritu Santo. Nos poníamos a los pies del Espíritu que nos sostendría y así enseñaríamos a los trasgresores sus caminos y los pecadores volverían a Él. (Sl. 51:13). Muchos fueron los testimonios que día a día se oían de como Dios obraba en nuestra vida. Así fuimos cambiando nuestras vidas. Pecadores ciertamente, pero con el deseo de cambio. Frutos de conversión, de vocaciones religiosas y laicales, se nos presentaban cada tanto. ¿El Espíritu Santo ha cambiado? Por supuesto que no. Solamente dejamos de escucharlo.

Aquellas palabras de Pedro, no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído, que tanto se nos decía por parte de nuestros pastores, que nos llamaban a dar nuestro testimonio por las casas, los trabajos, los lugares de estudio, se convirtieron en un silencio guardado para nuestra oración personal. Lo dichosa ola secularizadora no es algo que se nos impuso como se plantea a nivel general, es algo que nosotros dejamos venir, es algo de lo que formamos parte. Es real, claro que no es un invento, pero es algo humano, algo que no viene de Dios. Algo que es relativo y por lo tanto cambiante. Palabras que suenan llenas de ingenuidad. 

Imaginemos un grupo de pocas personas, perseguidas, incultas, del medio más pobre del mundo rural, enfrentándose al más grande imperio conocido, para decirles que su modo de vida, sus relaciones, sus dioses, estaban mal. Sin el apoyo de documentos doctrinales, lugares amplios, respetables para poder reunirse, sin una historia de logros, de radios, canales de televisión, de Internet. ¡Cuánta ingenuidad! 

Hay miles de jóvenes entregados, laicos comprometidos, hay pastores que luchan contra la desidia, contra la prensa que busca el rating con la mugre ajena, contra el absolutismo ideológico que se plantea a todos como la verdad, tratando de ocultar la otra gran Verdad que hemos vivido como cierta por tiempo. ¡Hasta nosotros llegamos a dudar cual es la verdad!

En el cierre del Concilio Vaticano II, San Pablo IV plantea el relativismo del concepto religioso. La religión de Dios que se ha hecho hombre, se ha encontrado con la religión del hombre que se hace dios. 

La oración

          Entre las constataciones que nuestro Cardenal enumera, destaco la ignorancia en temas de religión, el poco conocimiento de las verdades de la fe, escasez vocacional y como remate de la idea, la disminución de fieles.

         Estos temas también preocupan a los laicos que vemos la soledad en nuestros templos, comunidades agonizantes y ausencia de niños en los cultos, aquellos que estaban preparando su Primera Comunión y los que perseveraban acompañados de su familia. 

En busca de un motivo común a esta situación, no tengo más remedio, aunque me resista, a viajar al tiempo aquel. Si parto de la Verdad Pétrea, de que Dios no cambia, de que la historia eclesial ha pasado por muchas tormentas, pero con Jesús de timonel y esto sigue así, tengo que llegar a la conclusión evidente de que soy yo, somos nosotros, quienes hemos cambiado. 

Una tarde, dando testimonio ante unos jóvenes, comenté que mi encuentro con Jesús Vivo, fue después de días de oración, donde alabábamos a Dios por horas. Noté que mi audiencia comenzaba a reír. ¿Días? ¿Horas? ¡Eso es imposible! Los apóstoles esperaron en oración por nueve días y no dejaban de orar junto a María. Allí se llenaron del fuego del Espíritu Santo (Hc.1). Adquirieron el conocimiento, la luz sobre las verdades religiosas, la fuerza para enfrentar a las adversidades. 

Hoy asistimos a misas donde la oración, la forma de hablar con el Jesús que decimos conocer, ser nuestro Amigo, nuestro Señor, ha pasado a ser un ritual formal. La celebración de la misa es la oración por excelencia, o debería. Tanto presenciales como por redes, algo nuevo a lo que nos hemos tenido que enfrentar en estos últimos tiempos, la mesa del altar es un elemento secundario dependiente de luces, amplificación, música, tiempos de trasmisión. 

La oración como elemento aglutinante, como conversación con el Maestro, es dejada a la voluntad propia y según los tiempos que exija la ceremonia. El Ofertorio, momento donde junto al sacerdote ofrecemos los frutos del trabajo, pero donde cada uno debe ofrecer sus manos, sus proyectos, ese corazón contrito y humillado, que Dios no desprecia (Sal 51, 18-19), debería ser litúrgicamente el momento más fuerte de oración y lo ocupamos en cantos alegres y reducimos las ofrendas a Dios en el aporte económico.

 La Palabra

  

Desconocer la Palabra es desconocer a Cristo”. San Jerónimo con estas pocas palabras nos da muchas respuestas a la situación actual.  El Espíritu ha inspirado a tantos escritores, salmistas, poetas, evangelistas, para que no lo buscáramos con nuestros ojos, sino con nuestro corazón”, nos explica San Agustín.

Esta revelación, transmitida a través de los siglos, no es una letra muerta y anticuada, sino siempre actual, pues Dios mismo la inspiró, habló y sigue hablando a través de ella. Sin olvidar que la Escritura es complementada por la Tradición, y ambas custodiadas y explicadas por el Magisterio de la Iglesia.

En el principio era el Verbo y el Verbo era Dios (Jn. 1). La Palabra de Dios es cronológicamente, anterior a la Eucaristía. No me estoy refiriendo, por supuesto, a la importancia de cada una, pero en la lectura divina encontramos a Jesús Dios, lo conocemos, lo aprehendemos. Nos alimenta de un modo complementario a recibir Su Cuerpo y Su Sangre. ¿Cómo podríamos tener un mejor conocimiento de las verdades fundamentales de nos solicitó nuestro Cardenal, que informarnos de lo que Él nos dice?

Nuestros hermanos evangélicos, a quienes cariñosamente refiere nuestro amigo, tienen un manejo del texto bíblico que los laicos católicos tenemos en el debe. Nosotros tenemos el aporte del Magisterio, la Tradición, textos de santos ejemplares y pese a eso no ponemos la Palabra en el lugar que corresponde. Prestamos la voz, laicos y consagrados a Dios para que a través nuestro llegue, lo mejor posible, a nuestros hermanos, pero muchas veces como un ritual, una parte de la misa que debe hacerse.

Pero, ¿nuestra boca habla la Palabra de Dios? No podemos dar lo que no tenemos, ¿De qué nos sirve hablar de Dios si no tenemos a Dios en nuestro corazón? Es importante ver cómo los Padres de la Iglesia y cada uno de los santos han tenido una íntima conexión con la Escritura, tanto como con la Eucaristía, y cómo su mensaje era lo que habían aprendido de la palabra. Palabra llevada y comprobada a través de la vida misma.

La predica, el sermón, momento fundamental durante la celebración de la misa, previa a la plegaria que traerá a Jesús mismo a la asamblea, tiene tres actores protagonistas del momento. El predicador, que presta su voz a Dios para decirle al pueblo lo que Él quiere hacer llegar a sus corazones, para reflexionar, corregir, enseñar. El oyente, el que escucha ese mensaje, que en oración debe abrir su alma a esa semilla para que dé fruto de santidad y, en tercer lugar, pero en posición fundamental, el Espíritu Santo que inspira a uno e ilumina al otro y hace que esa palabra germine en ese corazón.

La Santidad

Este es otro de los temas centrales de la Carta Pastoral. ¿De qué nos serviría conocer al Jesús que entra en nuestra historia humana y en la personal? ¿Por qué nos llamaría personalmente a cada uno de nosotros si no fuera para que lo busquemos, lo sigamos? Nos anuncia, nuestro pastor, que Dios encontrará caminos de salvación para ofrecerla a todos los hombres, pero a nosotros nos toca, en fidelidad a la Palabra de Dios y a la enseñanza de la Iglesia, anunciar la alegría de la fe.

 Los caminos de salvación, los caminos a la santidad, se abren por la Gracia de Dios que nos llama. Pero no basta conocer lo que dice, sino cumplir lo que nos pide. Y al cumplirlo debemos poner nuestro amor en ello.

 Nos recuerda la carta que hay un sinnúmero de personas que hacen el bien, que conociendo o no, la voluntad de Dios, hacen las obras de caridad necesarias para mejorar al hombre, la sociedad. Acción humanista, antropocéntrica, tendrá toda la validez que se quiera para los que la profesan y ha tenido y tiene entre nosotros ejemplos admirables de personas, hombres y mujeres, que han hecho un enorme bien al Uruguay y a su gente, pero no es fe católica.

          Las obras, la acción evangélica, la que hacemos a pedido de Jesús no pueden estar separadas del compromiso a Dios. Ofrecidas a Él como búsqueda de esa santidad que nos lleva a la salvación. 

         Este camino no deja de ser una lucha. En los primeros capítulos del Apocalipsis, se nos identifica con siete iglesias de la antigüedad. En cada una se enumera pecados sociales y personales. Haz hecho mucho, pero ya no tienes el mismo amor que al principio, por eso recuerda de dónde has caído, vuélvete a Dios y has otra vez lo que hacías al principio. A continuación, hace una promesa que se repite en cada ocasión, Al vencedor le daré…

        Permanente advertencia de que estamos en una guerra, habrá un vencedor y por lo tanto un perdedor. De nosotros depende en qué lado quedaremos. Somos quien elige el bando, porque esa lucha existe. De eso no hay duda. 

El pecado original nos pone en el bando de los perdedores desde el inicio, Nuestra tendencia a hacer lo malo sabiendo lo bueno (St. 4:17), nos pone el uniforme que solo podemos sacarnos por la Sangre y la Gracia de Jesús. Revestirnos con el Poder de lo Alto, pero no dejaremos de participar en la lucha, de la batalla hasta el último día. Al vencedor le daré del maná escondido y le daré una piedrecita blanca, y un nombre nuevo. Esta cita del Apocalipsis, está grabada en el sagrario de mi parroquia. Nuestra batalla es a favor de Cristo hecho Eucaristía contra nuestros enemigos. A favor, y con su ayuda.


         Nuestras armas no son solo la Verdad y la Justicia, por que serían nuestra verdad y nuestra justicia si no están basadas en el conocimiento que Jesús nos da. La Palabra y la Oración, así como la vida en búsqueda de la Santidad nos darán la armadura necesaria para llegar al final con la batalla ganada.

Nuestros enemigos están ocultos, pero sabemos cómo encontrarlos. El peor está en nuestro corazón. La lucha contra nuestras propias tendencias en la más difícil. Es la batalla de cada día contra ese mal que nos persigue, donde debemos morir a cada rato para que Cristo nazca en nosotros. Solo sabremos pelearla si estamos en contacto con Él. El cristiano gana sus batallas de rodillas, con oración y conocimiento.

El otro enemigo es el mundo, entendiendo esto como la corrupción universal, a raíz del pecado (Gn. 6,5.12; Rm. 1,18). La sociedad actual, como todas a través de la historia, por supuesto, tiene miles de formas de confundir al hombre. La apatía, la desidia, es una de las que en momentos como el de hoy, donde el aislamiento social, nos lleva a un modo más profundo del personalismo, donde se nos ha hecho creer que el enemigo está en el otro, a modo de un actualizado existencialismo. Sartre nos predicaba “el infierno son los otros”, hoy lo hacen por medios de organismos internacionales, medios de prensa y políticas humanas, las que nos ponen uno frente al otro. El hace la tuya, inculcado con un refresco.

Tenemos que armarnos cada día más para enfrentar la lucha a los nuevos enemigos, que no son los otros, sino los falsos profetas que nos alejan de Cristo y su Palabra.

La misión.

Tenemos que buscar cuál es nuestra Misión dentro del Cuerpo que es Cristo, dentro de esa Iglesia que es Pueblo de Dios en Marcha (L.G. Vaticano II). La Carta de nuestro Pastor, nos recuerda que la misión de la Iglesia es el anuncio eficaz de la salvación que nos ha traído Jesucristo, transformando las estructuras según el espíritu del evangelio.

Para poder cumplir esta misión, debemos conocer nuestra misión personal. Aquella para la que fuimos traídos al mundo, llamados por Jesús a su Iglesia, a la que nos llama el Espíritu Santo.

Somos cuerpo, pero no todos podemos ser cabeza, ni todos podemos ser mano (1 Co. 12). Nuestro lugar en ese cuerpo es solamente encontrado poniéndonos a la dirección de la cabeza que es Cristo. En oración y buscando cuales son los dones en que nos ha fortalecido el Espíritu, sabremos a qué hemos sido llamados. Monseñor Parteli repetía: los cristianos estamos llamados a hacer el bien, pero no todo el bien. Cada uno el suyo.

Esa misión puede ir variando, pero siempre tenemos una ante los ojos para ser cumplida. Si estás vivo es porque aún tenés una misión para cumplir, me dijo el Padre Bojorge. Muchas veces queremos poner nuestra voluntad ante Dios, haciendo lo que nos gusta más o lo que nos queda más cómodo, es lógico, nos decimos.

Muchos son los profetas que no querían serlo, que no se sentían capaces, pero Dios siempre les dio las armas para que cumplan su misión, aun cuando escapaban o trataban de hacerlo. Nosotros nos ocultamos de Dios, al igual que ellos, para hacer lo que nos gusta y no lo que tenemos que hacer. Se nos hace fácil cumplir los diez mandamientos, sin profundizar en ellos, lo que nos hace buenos judíos, pues fueron dados al pueblo judío. Pero Jesús nos ha dejado muchísimas órdenes que hacen difícil esta doctrina ¿quién puede cumplirla? (Jn 6:60)

Buscando a la luz del Espíritu, en oración y conociendo las verdades básicas de la fe, conoceremos nuestra misión y así ponernos en sintonía con la misión de nuestra iglesia diocesana. Si no escuchamos de Dios mismo cuál es nuestra misión, difícil será trabajar para Él.

 

II

 

RELLENEN LAS CAÑADAS, ALISEN LOS CERROS

 La Vida Comunitaria.

         Nadie se salva solo, necesitamos estar unidos en nuestra comunidad para poder llegar a la meta. Entendiendo como comunidad el mismo cuerpo de Cristo. Ningún dedo puede acercar a otro si no está en unidad con el resto del cuerpo, nos recordaba el Padre Elizaga. Cada miembro está unido a los otros en una comunidad de amor y con una unidad de misión salvífica, de llevar el mensaje. Y esta unidad se entrelaza a las otras y así hasta la Comunión de los Santos, donde unidos a la Historia de la Iglesia, marchamos unidos como el Padre y Él están unidos.

         Un ladrillo suelto en la calle se lo lleva cualquiera, pero si el mismo ladrillo está unido a los otros con la argamasa del amor a Jesús, la Eucaristía que nos hace uno en Cristo, no habrá demonio que pueda robarse ese ladrillo. Así nos defendemos en la batalla, en unidad al resto de los soldados. Quien tenga que predicar que predique, quien tenga que orar que lo haga con fuerza, quien tenga que reparar a un hermano herido, que aprenda como hacerlo correctamente y se ponga a trabajar. No todos podemos hacerlo todo. Pero sí debemos hacer aquello a lo que fuimos llamados. Y todos estaremos trasmitiendo Su mensaje al mundo.

El mejor método de estar preparados para la lucha es estar en las filas del mejor ejército. El reconocernos pecadores, luchadores, implica la búsqueda de ganarle a ese pecado. El sacramento de la confesión, la reconciliación, es el mejor método de ir, inmersos en la alegría, conociendo nuestras propias desviaciones en el camino. Es ponernos el uniforme nuevo, de lavar las manchas que dejamos en él, para estar siempre prontos.

Reconocer nuestro propio pecado, es la mejor manera de saber en qué estamos fallando y de conocer al enemigo. Los sacerdotes deben estar siempre dispuestos a dar este sacramento y los laicos deben reconocer su necesidad de acudir a él. Todos debemos orar por aquellos a quienes no se les hace posible tener esta posibilidad a discreción.

¿Por qué el relativismo actual nos ha llevado a perder el temor de Dios? La ignorancia generalizada lleva a pensar a muchos de nuestros hermanos, los que no han oído el mensaje de salvación, que Jesús nos mandó dar a conocer, que no hay valor en la salvación definitiva. Está generalizado el concepto de que el infierno es más divertido que el Cielo. Hagamos el examen de conciencia correspondiente y mirémonos al espejo antes de acusar a aquellos a quienes no llevamos la Palabra. El Kerygma sigue siendo el mismo. Las verdades esenciales también.

Muchas veces tratamos de convencer al otro con nuestra verdad, cuando es Jesús quien mostrará la Verdad a aquellos a quienes hablemos. Es el Espíritu Santo el que pondrá palabras en nuestra boca. Discutir es relativizar la palabra con las ideas del otro. La Verdad no se discute, se proclama, se vive.

Nos comenta nuestro Obispo, que una adecuada catequesis sobre el pecado y la gracia, nos permite vivir la alegría espiritual del perdón y la reconciliación. Por lo que no debemos entrar tanto en reflexiones teológicas o argumentativas para que el otro entienda. Primero demos a conocer la persona de Cristo y que Cristo continúe su obra. A nosotros nos irá diciendo qué seguir haciendo para que la semilla dé frutos.

Si basamos nuestra fe en conceptos humanos, decisiones éticas, reducimos el cristianismo a una gradual secularización de la salvación, nos recuerda San Juan Pablo II. Si sacamos el dolor, la sangre derramada por nosotros y dejamos solamente la imagen de un Jesús predicador de las bondades y el amor, estamos perdiendo la fuerza del mensaje salvador, el mensaje por el que vale la pena dar la vida.

El arzobispo de Río de Janeiro, Cardenal Orani João Tempesta, advirtió que la mentalidad mundana y funcionalista de los tiempos actuales está penetrando la vida religiosa, y advirtió de las consecuencias negativas de ese error, que pueden llevar a un Dios sin Cristo, un Cristo sin Iglesia y una Iglesia sin fieles.

La Comunidad Cristiana, la pequeña comunidad, la comunidad parroquial, y así sucesivamente, debe orar junta y buscar su particular espacio en el Cuerpo de Cristo, cuál es su misión particular. Y buscar a la luz de la Palabra y del Espíritu Santo cuál  es su misión colectiva. De más está recordar que nuestra oración fundamental, como comunidad es la de orar por los sacerdotes. Son ellos los primeros objetivos del enemigo que busca penetrar, a través de ellos, esa mentalidad alejada de Cristo.

Alegría

Esta alegría se debe sostener en la Fe. En ser portadores de la certeza de que Aquel en quién creemos, cumple los que nos tiene prometido. No podemos vivir la alegría de ser cristianos si no está basada en la persona de Cristo. Estén siempre alegres, oren sin cesar, den gracias a Dios en toda situación, porque esta es su voluntad para ustedes en Cristo Jesús (1Tes.5:16-18). Esta fue siempre la primera lectura en las misas de aniversario parroquial. Con ella nos identificamos, tanto por lo de la alegría, el agradecimiento y la alabanza a la que nos invita. La fe es una de las tantas ayudas que el Espíritu pone a nuestro camino. Estos términos están en plural. Es como comunidad que debemos estar alegres, orar y dar gracias. Es la comunidad la que nos ayuda a estar alegres y a orarle al Padre. Padre que nos hace hijos.

En nuestro camino espiritual buscamos siempre el sentimiento de pertenencia al lugar donde se nos necesita. Debemos conocer el para qué se nos necesita. Tenemos que reclamar la luz necesaria para saber cuál es nuestra Misión. Es por eso que cada cristiano debe tener clara su función, su camino a seguir en el día a día. Si cada vez que nos enfrentamos a nuestro plan divino, nos asaltan dudas de qué es lo que tenemos que cumplir para el bien de la Comunidad, de nuestra misión para el Reino, difícil será poder cumplirla y menos aún poder estar alegres ante la tarea realizada. La agenda debe estar escrita en nuestras mentes y en nuestros corazones. Solo así podremos ir viendo nuestros avances o demoras en el Plan. Nuestro plan es siempre llegar a la meta, la meta el Cielo. ¿Hay mayor motivo de alegría?

El llamado que nos recuerda nuestro obispo es el de dar testimonio de esa alegría con nuestra vida. Dar testimonio de cada intervención de Dios en nuestra vida, por pequeña o increíble que sea. El relativo tamaño de la intervención lo pone nuestra parte humana, no la Divinidad. Testimonio que debe ser dado a los cristianos y a los no cristianos. Nuestra misión es dar testimonio de nuestra fe. La aceptación del don supone la libre aceptación del camino de la fe descubierta en el ámbito de la misma conciencia (LG 16).

¡No dejemos apagar el fuego del Espíritu, no enfriemos nuestra vida de fe! ¡Sacudámonos el laicismo que tenemos introyectado! Nos repite al final el Cardenal Sturla, No se trata de crecer en número o tener éxito según los parámetros del mundo, ni de regresar a ningún pasado glorioso sino de ser fecundos viviendo en fidelidad y alegría el desafío de ser evangelizadores en este tiempo. La Iglesia en el Uruguay es ya una realidad más pequeña. El desafío es vivir en fidelidad nuestra vocación, ser una iglesia orante, servidora y fecunda, sacramento de la salvación que Jesucristo quiere ofrecer a todos, recordando que Hay victoria en el nombre del Señor. 

Servir al Señor con Alegría, es el lema elegido por él para su ordenación. Imitemos y hagamos nuestro dicho lema. 

12 de Setiembre de 2021

Santísimo Nombre de María

         

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