En la vida del
discípulo, una vez sí y otra también, se nos presentan situaciones en las que
debemos decidir entre múltiples actividades, algunas que están en orden de la vida
activa y otras en el orden de la contemplativa, no opuestas entre sí, sino
complementarias.
Es que la mies es
mucha y los obreros son pocos.
Jesús, previendo
esto, nos dejó pautas para que pudiéramos organizarnos de la manera más
eficiente.
Leamos
esta reflexión tomada de: «El blog
de Juan del Carmelo».
Nos
ocupa lo que nos preocupa: Por Juan del Carmelo
La ocupación humana es su actividad…, ocuparse de un tema es centrar
nuestra actividad en él. Y esta actividad humana podemos realizarla consciente
o inconscientemente, es decir hay veces que hacemos algo sin darnos cuenta o
sin saber porque lo hacemos. Lo que nos preocupa, es siempre el motor de
nuestra actividad y ello es así, porque preocuparse es ocuparse anticipadamente
de algo que ya ha ocurrido o que va a ocurrir y ese algo puede ser positivo o
negativo a nuestros intereses, en cuyo caso la preocupación consiste en que no
se produzca ese algo, que nos va a resultar negativo a nuestros intereses.
En nosotros, como seres compuestos de materia y espíritu, nuestra
actividad la pueden generar, bien la atención de las necesidades de nuestro
cuerpo o las de nuestra alma, aunque desgraciadamente no son muchos, los que se
ocupan de las necesidades de su alma y lo centran todo, en el presente material
de esta vida, incluso aun teniendo algo de fe y titulándose creyente, aunque
eso sí, empleando la antitética expresión de creyente pero no practicante. El
problema para nosotros cuando somos creyentes practicantes, consiste en guardar
un correcto equilibrio entre nuestra actividad material y la tan necesaria
espiritual.
Es mucho lo que se ha escrito, sobre este tema, al cual nuestro Señor,
yo diría que más que indirectamente, sino claramente y en directo, aludió en el pasaje evangélico
de Marta y María, que dice así: “Mientras
iban caminando, Jesús entró en un pueblo, y una mujer que se llamaba Marta lo
recibió en su casa. Tenía una hermana llamada María, que sentada a los pies del
Señor, escuchaba su Palabra. Marta, que
estaba muy ocupada con los quehaceres de la casa, dijo a Jesús: “Señor,
¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me
ayude”. Pero el Señor le respondió: “Marta, Marta, te inquietas y te agitas por
muchas cosas, y sin embargo, pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria,
María eligió la mejor parte, que no le será quitada”. (Lc 10,38-42). No
cabe duda que Marta no se esperaba esta respuesta, pero en ella el Señor puso
muy de manifiesto el superior valor de la actividad humana enfocada a su alma,
más que la enfocada a su cuerpo. Y ello es así, aquí abajo en este mundo,
porque en el otro careceremos de actividad material, si tenemos presente que la
vida contemplativa es mucho más perfecta que la activa, y buena prueba de ello,
es que hay que pensar, que una vez alcanzada la visión del rostro de Dios, la
vida activa desaparecerá, y solo subsistirá la vida contemplativa”. San
Agustín, comentando este pasaje evangélico, tiene una frase muy real y
expresiva que dice: “Mientras marta navegaba, María ya había llegado al
puerto”.
El problema ahora para nosotros, no consiste en contraponer la actividad
espiritual o de contemplación contra la actividad material. Nuestro Señor, practicó
en este mundo las dos actividades. Lo que hay que buscar es un punto de
equilibrio, que nunca será el mismo para todos nosotros. Este punto está en
función de varios factores. El primero y fundamental lo determina en la
persona, su grado de nivel espiritual y de acercamiento al amor del Señor. Evidentemente
quién más ama al Señor, más se preocupará y por lo tanto más se ocupará de su
vida contemplativa. Su grado de amor al Señor, le llevará siempre a impregnar
con ese amor suyo al Señor, no solo su
actividad espiritual sino también su actividad material. Como decía Santa
Teresa de Jesús, Dios también está entre los pucheros de la cocina. Porque toda
actividad material lícita es un medio de santificación.
Mucha actividad material podemos compaginarla
perfectamente con nuestras inquietudes espirituales. Se puede mezclar el café y
la leche y se obtiene una bebida distinta llamada café con leche, pero no se
puede mezclar el aceite y el agua porque se repelen, de la misma forma que en
el orden espiritual no se puede compaginar el bien con el mal. Las medias
tintas Dios no las acepta, y a los que esto pretenden, a los tibios, Dios los
vomitará. "Conozco tu conducta: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras
frío o caliente! Ahora bien, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy
a vomitarte de mi boca”. (Ap 3,15-16).
Escribe Slawomir Biela diciéndonos que: “Todos los asuntos, aun siendo
buenos en sí mismos, si se vuelven objeto de una excesiva preocupación, son un
obstáculo para la unión con el Señor, pues ocupan en nuestro pensamiento el
lugar que le corresponde a Dios. No se puede amar sin pobreza espiritual, en
este sentido San Juan de la Cruz subraya que: “amar es obrar en despojarse y
desnudarse por Dios, de todo lo que no es Dios”. La pobreza es el despojamiento
de los falsos tesoros que esclavizan el corazón, impidiéndole seguir la llamada
del amor de Dios; es el camino para alcanzar el único tesoro, por el que merece
la pena vivir”.
Realmente lo más importante es amar al Señor, pero sobretodo amar su
voluntad, que es donde se esconde la verdadera perfección. Si Dios ha dispuesto
que uno cumpla con un conjunto de actividades materiales, de acuerdo con su
edad y estatus social, ese será su camino para alcanzar la vida contemplativa,
y no podrá llegar a esta nada más que con la aquiescencia divina. Su trabajo
consistirá en tratar de buscar a Dios dentro de su actividad material, que es
más fácil de lo que uno se puede imaginar, pues el Señor nos ama de tal forma,
que cuando ve que una alma le busca, nunca deja de salirle a su encuentro. Al
final hay que confiar en Él y por ignotos caminos Él nos llevará a una plenitud
de vida espiritual, porque es Él más que nosotros, el que lo está deseando.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Conclusiones:
Pongamos un ejemplo cotidiano:
Es común ver en las celebraciones, a muchas
Martas. Hermanos que entran al templo, buscando a la persona que viene por
primera vez, y en el afán de atenderla la agobian dándole detalles. Acomodando
sillas aunque entorpezcan la circulación. Otros, guías de comunidad, tratando de
dar directivas a integrantes. Cuando lo que se espera de ellos es que tanto a
los nuevos como a los guiados, se les señale el Santísimo y se les invite a
aprovechar todo el tiempo que puedan a hablar con el Señor, presente
sacramentalmente.
Ya a la salida, habrá tiempo para realizar el servicio, con una ventaja, el Señor ya le habrá dicho a la persona, lo que quería que escuchara en ese día y quedará para nosotros, la tarea de aclarar algunas dudas, acomodar detalles menores.
Cada uno de nosotros en el lugar que le haya
tocado servir, sabrá cómo acomodar el servicio que haya adquirido como vocación,
de forma de cumplir el propósito último que Dios en su Divina Providencia, nos
ha asignado.
Pero es muy importante el orden en que pongamos
nuestras prioridades, aquello de las piedras grandes y las piedras chicas.
Que nos rompamos el alma en nuestra vida activa,
no es garantía de que logremos un encuentro personal, íntimo y sustancioso con
Cristo. Pero sí al revés.
Quien se encuentra con Cristo, escucha sus
Enseñanzas, se apropia de ellas, a sus pies, necesariamente cuando se incorpore,
no hará otra cosa que tratar de ponerse a servir, con el objetivo puesto en una
sola cosa, la necesaria, la mejor parte.
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