El hombre bueno, busca hacer el bien.
El CIC nos enseña: El
deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido
creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará
el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar:
La razón
más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión
con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues
no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por
amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor
y se entrega a su Creador (GS 19,1) 27
Ese deseo de Dios, le induce hacia las cosas
buenas, las buenas obras, el bien proceder.
Si logra darse cuenta de dónde le nace esa
propensión, buscará acercarse, aunque sea a tientas a la ‘caridad’ – en cuanto
virtud teologal – o si no ha sido informado, o rechaza el verdadero origen, tenderá
igualmente hacia el bien en un esfuerzo para dar respuesta a esa necesidad de
su corazón en forma de alguna virtud humana, como la filantropía.
El que busca la caridad, tarde o temprano se
encontrará con la fe que necesariamente lo conducirá a formar parte de la
Iglesia de Cristo.
Quien practica la filantropía, lo hará, ya
bien en forma personal, o asociándose con otras personas en grupos sociales,
políticos, etc., que tengan afinidad de métodos.
Los resultados no están garantizados por el
ambiente en el que se desarrolle la práctica. Pueden haber cristianos que se
queden en la búsqueda, sin aplicar lo que Cristo enseña y sin darle ningún servicio
a los demás y pueden haber personas buenas que hagan sentir bien a los demás
actuando por sí mismas.
En ambos casos, no habrá una satisfacción
completa.
El cristiano que toma solo la primer parte de
la Caridad – el amor a Dios – y no cumple con la segunda – el amor al prójimo –
está incompleto y por lo tanto insatisfecho. Está en el riesgo de la falsa de
seguridad de creerse cristiano.
El filántropo que sólo conoce del amor al
prójimo, pero no se apropia del amor de Dios, también está incompleto e
insatisfecho. Está en riesgo de inconscientemente o a sabiendas, caer en la
soberbia de reconocerse a sí mismo como autor del bien.
En tiempos de guerra espiritual, como los que
estamos viviendo, es importantísimo tener claras las opciones, ya que el
enemigo está utilizando todos sus ardides para convencernos que el camino de la
filantropía es la mejor opción y que los errores de la Iglesia de Cristo
invalidan sus propósitos.
Así vemos como cada día, muchos compañeros del
camino, caen en la apostasía, porque el mentiroso les hizo una zancadilla. Los
puso con la nariz pegada al árbol caído y le impidió ver lo frondoso del
bosque.
Los errores que como cuerpo cometimos,
cometemos y cometeremos, nos deben doler, por supuesto que sí, pero no
avergonzar. Debemos hacernos fuertes en nuestra debilidad y recurrir al consejo
y la dirección del que todo lo sabe. Que esos errores nos sirvan de memorial de
lo que no debemos hacer, pero que nunca sean un justificativo que nos exima de
nuestras responsabilidades.
En estos casos el fin no justifica los medios.
Los discípulos tenemos bien claro que nuestro
método no es la lucha ni la confrontación, nuestro método es el de Cristo, que
manso y humilde de corazón se presenta como solución a la problemática del
hombre y de todos los hombres, sin exclusiones.
El Espíritu Santo nos enseña por medio del
apóstol Pablo:
Que la
Palabra de Cristo resida en ustedes con toda su riqueza. Instrúyanse en la
verdadera sabiduría, corrigiéndose los unos a los otros. Canten a Dios con
gratitud y de todo corazón salmos, himnos y cantos inspirados. Todo lo que
puedan decir o realizar, háganlo siempre en nombre del Señor Jesús, dando
gracias por él a Dios Padre. Col 3:16-17
Por lo tanto, todas nuestras virtudes están
subordinadas al nombre de Cristo. Nada podemos hacer por nosotros mismos, si
queremos que sea completo.
El Catecismo lo explica con estas palabras: La virtud es una disposición habitual y
firme a hacer el bien. Permite a la persona no sólo realizar actos buenos, sino
dar lo mejor de sí misma. Con todas sus fuerzas sensibles y espirituales, la
persona virtuosa tiende hacia el bien, lo busca y lo elige a través de acciones
concretas. El objetivo de una vida virtuosa consiste en llegar a ser semejante
a Dios. (S. Gregorio de Nisa)
En este año de la Fe, pidámosle a Dios Padre,
que nos de la gracia de poder apropiarnos a cabalidad de la Fe, la Esperanza y
sobre todo de la Caridad, y el valor para poder demostrarle a los filántropos
que su insatisfacción, a pesar del bien que hacen, se debe a que Cristo los
está llamando a formar parte de una mayor y mejor Iglesia.
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