En tiempos de ‘Llame
ya’ y de ‘Obtenga ahora y pague después’ se le hace difícil a las personas
encontrar un estado de paz, vivimos en épocas de urgencias por satisfacer
necesidades de todo tipo, la mayoría de ellas, creadas por los analistas de
marketing.
Lo angustiante, es que
esa misma impaciencia por obtener cosas la llevamos a las demás áreas de nuestra
vida, a nuestros sentimientos, a nuestras expectativas, a lo inmanente y a lo
trascendente.
La experimentamos en
lo personal, pero también en nuestras relaciones con los demás, con nuestra
familia, con nuestros compañeros de trabajo, con nuestros amigos, con nuestros
hermanos de comunidad.
La ansiedad logra que
esperemos más de lo que el otro puede dar, o de lo que quiere dar o de lo que
conviene que recibamos de él. Se producen entonces los conflictos, con nosotros
mismos, con los demás y hasta con Dios mismo.
Santiago – el primo
del Señor – nos pregunta desde su carta:
¿De dónde provienen las luchas y las querellas
que hay entre ustedes? ¿No es precisamente de las pasiones que combaten en sus
mismos miembros? 4:1
Nos atrevemos a
actualizar la pregunta diciendo ‘entre ustedes [y en ustedes]’
Esas pasiones que están
en dentro nuestro, pueden ser caprichos, pero también pueden ser válidas y justificadas,
quizás hasta necesarias para nuestra vida. Pueden ser tanto un celular de la
cuarta generación como la necesidad de sanación de un ser querido. No les carguemos
las culpas tanto a ellas como a la forma como las manejamos.
En el siguiente párrafo,
Santiago se refiere aquellos creyentes o no, que se enroscan en el círculo del
desasosiego antes de acordarse de nuestro Padre y sentencia: Ustedes no tienen, porque no piden
Es que hasta los discípulos, muchas veces nos olvidamos de pedirle a papito
Dios aquello que necesitamos, el motivo de nuestra intranquilidad. Sustituimos
la oración por la acción, cuando aunque andando juntas, la segunda está
supeditada a la primera.
Seguramente Santiago se acordaba de las palabras de Jesús cuando les
enseñaba a sus discípulos: También les
aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque
el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre. Luc
11:9-10
Alguien dirá: pero yo
pido y no dejo de pedir hasta el cansancio y sin embargo no tengo la respuesta
que espero.
Santiago, arriesga una
causa probable en el versículo tres: O bien, piden y no
reciben, porque piden mal, con el único fin de satisfacer sus pasiones.
Es muy importante que cuando estemos orando, en nuestros pedidos incluyamos
no solamente el qué, sino también el para qué.
¿Cuál es la relevancia? Sencillo, pensando el para qué necesitamos lo que
estamos pidiendo podemos llegar a darnos cuenta que si bien es algo que quisiéramos
no es tan importante ni tan urgente y puede tener el trámite común en lugar del
urgente.
Esto es tan válido para algo que necesitemos o queramos en lo personal como
hasta para algún servicio que estemos prestando como discípulos.
Por poner un ejemplo. Supongamos que se nos mete en la cabeza pedirle al
Señor el don de predicar su Palabra. Propósito muy loable si lo queremos para
servir a Cristo llevando sus enseñanzas a aquellos que no la conocen, de ayudar
a los que tienen dudas, de acompañar en el crecimiento espiritual a los que
caminan a nuestro lado, y todos los demás beneficios implícitos en el don.
Pero, si nos ponemos en oración y cuando le vamos a decir al Padre el para
qué, nos damos cuenta que nos gustaría que los demás nos pudieran ver desde el
ambón, dominando las escrituras, y de esa forma podríamos destacar entre
nuestros hermanos y ser reconocidos, que nos mirasen con otros ojos ya no como
uno que va en el pelotón. ¿Verdad que deberíamos revisar nuestro pedido?
Otras veces nos concentramos demasiado en la solución. Pedimos aquello que
nos parece que nos va a resolver tal o cual problema y en cierta forma le estamos
poniendo las condiciones a Dios, diciéndole resuélveme esto, pero de esta
forma, la que a mí me parece.
¿Será tan difícil orar como conviene? Por supuesto que no. Tenemos un aliado que
sabe mucho de esto y al que muchas veces dejamos de lado y es el Espíritu
Santo. ‘… el mismo Espíritu viene en ayuda
de nuestra debilidad porque no sabemos orar como es debido’ Rom. 8:26
Nos conviene
presentarle el problema al Espíritu Santo y pedirle que sea el quien le plateé
el asunto al Padre, ya que él nos conoce a los dos. Conoce nuestras
intenciones, pasiones y debilidades y también conoce la ‘forma de pensar’ de
Dios. Está asegurada la mejor forma de
presentar la solicitud.
Para terminar, está el
tema de la respuesta y de los tiempos. Muchas veces pasa que lo hemos hecho
todo bien, pero la solución no llega.
Es curioso ver como, a
nuestro criterio, Dios satisface los caprichos de algunas personas impertinentes
y posterga los pedidos sensatos y realmente necesarios de otras. Suponemos que
como buen padre que conoce el corazón y la personalidad de cada uno de sus
hijos, maneja los tiempos de acuerdo a la madurez espiritual y al propósito que
ha previsto a para sus vidas.
Debemos confiar en su
criterio. En este caso el fin justifica los medios. El propósito que Dios
quiere lograr en nuestra vida está por encima de los medios que use para
lograrlo, aunque nos resulte duro o no lo podamos entender.
Jesús nos prometió que
Todo lo que pidan en la oración con fe, lo
alcanzarán Mat.21:22 Oración y fe, es decir confianza, nos darán el
resultado, quizás no tanto en el qué, pero sin duda en el para qué.
Aprendamos a pedir como conviene y lo que conviene, tengamos en cuenta que la
sabiduría produce paz, y aliémonos al Espíritu Santo quien en estos tiempos es
la propia Sabiduría que Jesús nos regaló.
No hay comentarios:
Publicar un comentario