En tiempos de Pascua, las lecturas, homilías,
el ambiente cristiano, nos proponen reflexionar acerca de las consecuencias de
la Resurrección de Cristo. Por lo tanto, la propuesta para esta reunión, es
analizar en qué puede afectar en nuestra vida como discípulos de hoy, creer en
la verdad de este acontecimiento.
Muchos creyentes tienen una visión muy corta
respecto a las consecuencias personales de la Resurrección. Por una deformación
cultural o por razones de miopía espiritual consideran que el hecho de que Jesús
haya resucitado, si bien los habilita a tener buena una vida más allá de la muerte, les implica en
el presente llevar una vida más o menos, moralmente aceptable.
Esta corta visión termina siendo una carga, y
como aquellos, de quienes leíamos en la lectura de hoy, explícita o
interiormente, terminan diciendo ‘Es duro
este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?’ Juan 6:60
En los cuarenta días, luego de haber resucitado:
Jesús realizó además muchos otros signos en
presencia de sus discípulos Juan 20:30 Llama la
atención, por qué únicamente sus discípulos pudieron presenciarlo. Podemos
especular en que sólo aquellos que un día le dijeron ‘Sólo tú tienes palabras de vida eterna Juan 6:68’ serían
capaces de entender el significado y la trascendencia de ver a su Maestro en
esa nueva dimensión.
Es que los discípulos a diferencia de los creyentes, además de creer en la
existencia de Jesús, creen en sus enseñanzas y las obedecen. En una obediencia
que no se agota con decir amén y cumplir una serie de preceptos, sino que
implica un cambio de vida, un renacer. ‘No
todo el que me diga Señor…’
¿En cuál de los dos grupos nos ubicamos? En el
de los creyentes miopes o en el de los discípulos. Antes de apurar alguna
respuesta, pensemos realmente si el creer en Jesús vivo, tiene un efecto
vivificador en nuestra vida de hoy, en el día a día, en nuestras actitudes, en
nuestra voluntad y hasta en nuestros sentimientos.
El apóstol Pedro preocupado por esta cuestión,
escribía a la primera iglesia y nos escribe a nosotros, en su primera carta, un
primer capítulo para poner luz sobre el asunto.
Nos dice en el versículo 3: Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor
Jesucristo, que en su gran misericordia, nos hizo renacer, por la resurrección
de Jesucristo, a una esperanza viva.
Pedro supo bien de la
decepción de ver cómo aquél en quien había puesto el anhelo de tener una vida
mejor, de lograr un objetivo de libertad y justicia, moría injustamente, llevándose
al sepulcro todas sus expectativas.
La Palabra no nos
narra, cuáles fueron sus pensamientos entonces, si es que no había entendido lo
que el Maestro le explicaba cuando le hablaba de su resurrección o quizás como
muchos creyentes de hoy en día, se decía a sí mismo, ‘quedará para cuando me
muera’. Lo que sí nos dice la Escritura, es que él, quien junto a los otros
discípulos un día ‘dejándolo todo’ habían seguido a Jesús, luego de su muerte, volvió
a sus redes y a sus fatigas.
Pero el Pedro, testigo
de la resurrección, nos dice que ese acontecimiento, nos hizo ‘renacer’ a la ‘esperanza’.
Vaya cambio de actitud.
Algunos de nosotros,
actuamos como Pedro ex-ante. Una cosa es nuestra actitud, cuando escuchamos la
Palabra, cuando asistimos a alguna velada de oración o de alabanza, cuando nos
reunimos en comunidad, es decir cuando compartimos un tiempo con Jesús y otra
bien distinta es cuando volvemos a nuestra cotidianidad. Parece que nos desenchufáramos,
perdiendo la energía, perdiendo el color.
En esos momentos, no alcanzamos
a percibir a la Esperanza Viva que nos acompaña en el camino y como aquellos
discípulos de Emaús, la depresión nos gana y nos vence.
La vida no es fácil, y
muchas veces, nosotros mismos la
complicamos aún más, creándonos problemas y necesidades donde no los hay. Verdaderos
artesanos de tristezas, insatisfacción, ambiciones de lo efímero e
intrascendente.
Pedro nos dice, de
acuerdo a su propia experiencia, que como consecuencia de la fe: ‘ustedes (nosotros) se regocijan a pesar de
las diversas pruebas que deben sufrir momentáneamente… Porque ustedes lo aman
sin haberlo visto, y creyendo en él sin verlo todavía, se alegran con un gozo
indecible y lleno de gloria, seguros de
alcanzar el término de esa fe, que es la salvación’
El término de la fe es
la salvación. No hay dos opiniones al respecto. Ese es nuestro destino y el verdadero
propósito de nuestra vida. Pero no se salta del presente hasta el final. Hay un
camino que vamos transitando como peregrinos y extranjeros.
Y en ese camino,
decidimos momento a momento, si nos apropiamos de las promesas de Jesús o ‘lo
dejamos para más adelante’. Decidimos como nos proyectamos, como trabajamos,
como amamos, como perdonamos, como nos relacionamos con los demás. Decidimos, si
nos ponemos los lentes oscuros en un día nublado, o llenamos de luz y de vida
nuestra mirada.
Creemos que a esto es
lo que se refería Jesús cuando nos decía, ‘he
venido para que tengan vida y la tengan en abundancia’
Descartemos el
simplismo de decirnos que ‘igual es mi vida y la vivo como quiero’ Porque de
nuestra actitud, dependen, no únicamente nuestra calidad de vida, sino la credibilidad
de nuestro testimonio.
Si somos discípulos
grises, tristes, mediocres ¿a quién vamos a convencer de las bondades y los
beneficios de seguir a Cristo?
Pero también tenemos
que ser conscientes de nuestra inestabilidad emocional, de nuestras debilidades
y flaquezas.
Dice el texto: Y ahora ustedes han recibido el anuncio de
ese mensaje por obra de quienes, bajo la acción
del Espíritu Santo enviado desde el cielo, les transmitieron la Buena
Noticia que los ángeles ansían contemplar.
Si la acción del Espíritu
Santo no permanece, nos va a resultar muy difícil que lo que creemos como ‘Palabra
de vida eterna’, sea eficaz en nuestra vida y en la vida de aquellos a los que
el Padre nos envíe en el nombre de Cristo a llevarles la Buena Nueva.
El apóstol Pablo
complementa la idea: Porque solamente en
esperanza estamos salvados. Ahora bien, cuando se ve lo que se espera, ya no se
espera más: ¿acaso se puede esperar lo que se ve? En cambio, si esperamos lo que no vemos, lo
esperamos con constancia. Igualmente, el mismo Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad porque no sabemos orar
como es debido; pero el Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables. Romanos
8:24-26
Preparando nuestro
propio Pentecostés, pidámosle al Señor y Dador de vida, que venga en nuestra
ayuda, para que nuestra debilidad, no nos haga perder de vista que la Esperanza
está viva y es nuestra decisión mantenerla así.
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