La cultura en la que vivimos, nos motiva, en forma continua e inadvertida,
hacia la indiferencia de todo aquello que no podemos controlar. Forma parte de
la comodidad exagerada a la que tendemos.
En el sentido positivo, es sano no vivir preocupándose por todo lo
que sucede a nuestro alrededor, pero como muchas cosas buenas, aplicadas en
exceso pueden ocasionar un efecto adverso en nuestras vidas.
El exceso de indiferencia puede ocasionar que se nos anestesie la
conciencia y en ese afán de despojarnos de toda preocupación que cueste más de
lo que nuestra tarjeta de crédito pueda financiar, vamos dejando por el camino,
valores y principios, que luego, cuando nos damos cuenta que los hemos perdido,
demandan – a algunos que todavía se preocupan – mucho esfuerzo y dedicación para tratar de recuperarlos.
Si percibimos que esto nos está sucediendo, necesitamos anestésicos más
fuertes, entonces recurrimos a reclasificar. Comenzamos a llamar bueno a lo que
antes era malo. Si todo el mundo lo hace, deja de ser malo, porque la sociedad
lo aceptó. Aquello de que tantas moscas no pueden estar equivocadas, coma…
En estos días, asistimos a medios de comunicación que primero sumergen a su
público en espectáculos de inmoralidad comercial y luego salen a convencerlo –
creemos que sinceramente – de la necesidad de recuperar los valores que
perdieron y a que tengan cuidado con lo que se muestra de sí mismo a los hijos.
Empresas que venden bebidas alcohólicas, pero en sus spots publicitarios
ponen cartelitos en letra chica que sugieren beber con moderación.
Realmente un escenario ‘discepoleano’, donde la biblia y el calefón se
miran azorados.
Si revisamos nuestra carrera hacia la indiferencia, descubrimos sin ir
muchos años para atrás, como:
·
Al no
poder controlar el consumo de tabaco y de alcohol en nuestros jóvenes, dijimos
que era bueno que los chicos se divirtieran y hoy tenemos que salir con
aparatos represivos, que espirómetros en mano intentan evitar que se maten en
accidentes automovilísticos.
·
Al no
poder controlar que niños y jóvenes consumieran drogas, dijimos que era bueno
que los muchachos experimentaran un poco, que después de probarla la dejarían,
que eran cosas de jóvenes. No es necesario detallar los estragos que está
causando la pasta base en las personas y en los hogares.
·
Al no
poder controlar la falta de respeto de los jóvenes hacia la autoridad, dijimos
que era bueno que fueran independientes, que formaran su carácter. Preguntémosle
a los padres de adolescentes que a cualquier hora de la noche están paradas en
las esquinas o a los educadores, para saber a qué nos ha conducido.
·
Al no
poder controlar los arrebatos de violencia, dijimos que era bueno que se
exteriorizaran para que no crearan traumas sicológicos. Hoy se están matando en
las tribunas del estadio o en medio de las hordas disfrazadas de hinchada.
·
Al no
poder controlar que aquellos que no podían acceder al celular de última
generación o a la ropa y calzado de marca - que el mercado les 'obligaba' a poseer - perdieran el respeto por la
propiedad y lo que es peor, por la vida ajena, dijimos que la culpa la tenía
toda la sociedad por haberlos conducido a eso. Hoy no sabemos cómo salir de ese
problema.
·
La
lista puede seguir con la destrucción de las familias, el daño al medio
ambiente, la corrupción, la falta de códigos, pero creemos que como ejemplos
son suficientes.
¿Dónde queremos llegar con este llamado de atención?
Creemos que estamos ante una nueva oportunidad de querer etiquetar a lo que
es malo como bueno. Nos estamos refiriendo a la despenalización del aborto.
Una vez más, como no podemos controlar – o debemos decir, no queremos
controlar, porque a esta altura información no falta para saber quiénes y dónde
están los responsables – vamos a decir que el aborto deja de ser un crimen, pero
sigue siendo malo y tenemos que ayudar a las madres, etc., etc., porque no
pueden faltar los anestésicos que acompañan la decisión.
Reflexionemos, ¿cuánto tiempo nos parece que la sociedad va a demorar en
asimilar al aborto como algo bueno? ¿Podemos confiar en que esto se queda por aquí? ¿Podemos imaginarnos las consecuencias finales?
Sacudámonos un poco y miremos bien qué es lo bueno, antes que alguien le ponga una nueva etiqueta que no moleste a nuestras conciencias.
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Lo
bueno es la vida que empieza desde el momento mismo de la concepción.
·
Lo
bueno es que los derechos de la madre terminan donde empiezan los derechos del
hijo
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Lo
bueno es que si una adolescente descubre que se equivocó, el fruto de su error puede
satisfacer la necesidad de una madre de corazón aunque no de vientre.
·
Lo
bueno es que esa vida que comienza a gestarse, la haya planificado a su madre o sea un 'imprevisto',
no le pertenece, porque para los creyentes le pertenece a Dios y para los
ateos le pertenece a la naturaleza.
·
Lo
bueno es que las personas seamos responsables de nuestros actos. Aunque como la
empresa de bebidas alcohólicas, tengamos que tener un cartelito que diga ‘disfrute
del sexo con responsabilidad’
Nuestra intención no es la de escribir un alegato en contra de la
despenalización del aborto, no somos expertos. Nuestra intención es llamarnos
la atención para que nos pongamos un límite en nuestra reclasificación.
Llamemos a las cosas y a los actos por su nombre, el nombre que heredamos
de nuestras mejores tradiciones, es lo que algunos llaman valores y otros un
poco más letrados llaman Derechos Humanos.
Nombres que están por encima de la política, de la economía, la sicología o
la sociología. Porque aunque sus leyes cambien, porque la moda cambie, porque
la indiferencia cambie, aunque no nos guste, aunque no podamos controlarlo, la
manzana siempre cae hacia la tierra.
De acuerdo...se debe de retomar la educación y aplicación de valores en casa... la degeneración tan rápida de la comunidad y la sociedad la estamos viendo aceleradamente... y después lamentaremos los resultados
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