sábado, 17 de septiembre de 2011

A nuestras hermanas


En el plan de  Dios padre, está establecido que no es bueno que el hombre esté solo (Gen 2:18) y en consecuencia le entregó como ‘bueno’ a la mujer, a quien le otorgó igual dignidad pero distintas funciones.

En el reparto de tareas, le encomendó a los apóstoles - luego los obispos - las funciones jerárquicas de la iglesia como institución, lo que parece, desde el punto de vista del observador común, relegar a un segundo plano a la mujer. Los cristianos sabemos que esto de la jerarquía, tiene más de responsabilidad  que de gloria, y si no, recordemos el episodio de los hijos de Zebedeo (Mateo 20:20-27).

Si así no fuere, mamá María, no ocuparía el primer lugar, luego de Jesús.

El motivo de esta nota, no es el de desarrollar una tesis sociológica, pero queremos deslizar un breve pensamiento. Para los hombres sería muy difícil desarrollar una tarea o función, no importa la jerarquía de la misma, sin el acompañamiento, la contención, sin la visión sensible y equilibrada de una mujer – sea ella: una madre, una esposa, una compañera, una asesora o una secretaria, sin importar el rol que ocupe en nuestra vida.

En realidad el motivo de esta nota es hacerles llegar nuestro reconocimiento a todas nuestras hermanas, en el día que se celebra el Encuentro de mujeres de nuestra parroquia. A ellas, y a todas las mujeres que están sirviendo para el crecimiento del Reino, vaya nuestra gratitud y el siguiente catecismo de nuestro pastor universal, que les dejamos como presente.



Papa Benedicto  XVI
Audiencia General del  14/02/07 (trad. © Libreria Editrice Vaticana)
«Los Doce le acompañaban, incluidas algunas mujeres»


En el ámbito de la Iglesia primitiva la presencia femenina tampoco fue secundaria. Debemos a san Pablo una documentación más amplia sobre la dignidad y el papel eclesial de la mujer. Toma como punto de partida el principio fundamental según el cual para los bautizados "ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni 
mujer". El motivo es que "todos somos uno en Cristo Jesús" (Ga 3, 28), es decir, todos tenemos la misma dignidad de fondo, aunque cada uno con funciones específicas (1 Co 12, 27-30). El Apóstol admite como algo normal que en la comunidad cristiana la mujer pueda "profetizar" (1 Co 11, 5), es decir, hablar abiertamente bajo el influjo del Espíritu, a condición de que sea para la edificación de la comunidad y que se haga de modo digno...

Ya hablamos de Prisca o Priscila, esposa de Áquila, que en dos casos sorprendentemente es mencionada antes que su marido (Hch 18, 18; Rm 16, 3); en cualquier caso, ambos son calificados explícitamente por san Pablo como sus "colaboradores" -sun-ergoús (Rm 16, 3). Hay otras observaciones que no conviene descuidar.

Por ejemplo, es preciso constatar que san Pablo dirige también a una mujer de nombre "Apfia" la breve carta a Filemón (Flm 2), y conviene notar que en la comunidad de Colosas debía ocupar un puesto importante; en todo caso, es la única mujer mencionada por san Pablo entre los destinatarios de una carta suya.

En otros pasajes, el Apóstol menciona a una cierta "Febe", a la que llama diákonos de la Iglesia en Cencreas, pequeña localidad portuaria al este de Corinto (Rm 16, 1-2). Aunque en aquel tiempo ese título todavía no tenía un valor ministerial específico de carácter jerárquico, demuestra que esa mujer ejercía verdaderamente un cargo de responsabilidad en favor de la comunidad cristiana. San Pablo pide que la reciban cordialmente y le ayuden "en cualquier cosa que necesite", y después añade: "pues ella ha sido protectora de muchos, incluso de mí mismo". En el mismo contexto epistolar, el Apóstol, con gran delicadeza, recuerda otros nombres de mujeres: una cierta María, y después Trifena, Trifosa, Pérside, "muy querida", y  Julia, de las que escribe abiertamente que "se han fatigado por vosotros" o "se han fatigado en el Señor" (Rm 16, 6. 12a. 12b. 15), subrayando así su intenso compromiso eclesial. 

Asimismo, en la Iglesia de Filipos se distinguían dos mujeres llamadas Evodia y Síntique (Flp 4, 2): el llamamiento que san Pablo hace a la concordia mutua da a entender que estas dos mujeres desempeñaban una función importante dentro de esa comunidad. En síntesis, la historia del cristianismo hubiera tenido un desarrollo muy diferente si no se hubiera contado con la aportación generosa de muchas mujeres.

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