sábado, 13 de noviembre de 2010

Empujando la roca

Estamos terminando otro año de actividad comunitaria, año en el que a quien más y a quien menos, nos han tocado diversas pruebas y situaciones que hubiésemos preferido, que no nos hubieran pasado.
Si sólo fuésemos creyentes y no discípulos de Cristo, podríamos llegar a pensar, que algo falló en el plan de Dios, que todo su amor sobre el que hemos estado reflexionando, faltó a la hora que nosotros más lo necesitábamos. Pero como somos discípulos, no nos tenemos que concentrar en la pregunta ‘por qué’ sino en ‘para qué’.
Pensando en esto nos viene a cuento la siguiente ilustración:

El Señor le dijo a un hombre que tenía un trabajo para él, y le enseñó una gran roca frente a su cabaña. Le explicó que debía empujar la piedra con todas sus fuerzas. El hombre hizo lo que el Señor le pidió, día tras día. Por muchos años, desde que salía el sol hasta el ocaso, el hombre empujaba la fría piedra con todas sus fuerzas... y esta no se movía.
El hombre un día, ya agobiado y  frustrado, pensó en abandonar la tarea, pero antes decidió elevar una oración al Señor y confesarle sus sentimientos: "Señor, he trabajado duro por mucho tiempo a tu servicio. He empleado toda mi fuerza para conseguir lo que me pediste, pero aun así, no he podido mover la roca ni un milímetro. ¿Qué pasa? ¿Por qué he fracasado? “
El Señor le respondió con compasión: "Querido hijo, cuando te pedí que me sirvieras y tú aceptaste, te dije que tu tarea era empujar la roca con todas tus fuerzas, y lo has hecho. Nunca dije que esperaba que la movieras. Tu tarea era empujar.
Ahora vienes a mí sin fuerzas a decirme que has fracasado, pero ¿en realidad fracasaste? Mírate ahora, tus brazos están fuertes y musculosos, tu espalda fuerte y bronceada, tus manos callosas por la constante presión, tus piernas se han vuelto duras.
A pesar de la adversidad, has crecido mucho y tus habilidades ahora son mayores que las que tuviste alguna vez. Cierto, no has movido la roca, pero tu misión era ser obediente y empujar para ejercitar tu fe en mí. Eso lo has conseguido. Ahora, querido hijo, yo moveré la roca". 


Leamos a continuación un artículo de la catequesis del Padre Javier Soteras
Aun cuando la cercanía definitiva de la segunda venida de Jesús, la última, no está ya presente como una realidad actual, no es mañana ni pasado, no es dentro de unos años, tal vez sea dentro de unos instantes, pero aunque a esto no lo tengamos como certeza en la mano, sabemos que estamos en los tiempo finales y que el camino que estamos recorriendo entre la muerte y la resurrección de Jesús y su segunda venida, nos pone en situación de prueba, de tribulación, es decir, es un tiempo de purificación.
El mismo Pablo utiliza también esta catequesis en Romanos 5; 2-4, allí nos dice la Palabra: “estamos orgullosos con la esperanza de alcanzar el esplendor de Dios, más aún, estamos orgullosos de las dificultades, sabiendo que la dificultad produce la entereza, la entereza caridad, la caridad esperanza, y la esperanza no defrauda”.
Si por algún motivo interiormente nosotros sentimos que por lo que acontece alrededor nuestro, que lo que nos ocurre en el aquí y en el ahora nuestra vida toda se sacude, se tambalea, lejos está de pensar, desde la perspectiva de la Palabra, que esto es ausencia de Dios, a no ser que nosotros hayamos dejado de resistir en Dios a las circunstancias poco favorables con las cuales a veces nos encontramos, mediante las cuales nos hemos tambaleado en nuestra vida.
Cuando la vida tambalea, se sacude, cuando las circunstancias de la vida nos desestabiliza, no es que Dios no está, en todo caso, es un tiempo particular que Dios permite para fortalecernos, como dice la Palabra, para hacer que nuestra fe tenga un quilate, un peso mayor que el peso que tiene el oro como piedra preciosa.
De allí que hoy la Palabra te está invitando desde el apóstol Pablo a no desfallecer, a no dejarte arrastrar por la tristeza, ni por la angustia, ni por la preocupación, ni por la tribulación interior, ni por el desánimo, sino de verdad pararte frente a lo que te ocurre por fuera y por dentro con la certeza de la presencia de Dios que se hace firme y fuerte desde tu fe que confía en que Él no permite que seamos tentados por encima de nuestra fuerza.
El Señor está a tu lado, el Señor permanece junto a vos, Dios es tu fortaleza y tu firmeza, no busques por otra parte lo que está tan cerca de ti, más aún, dentro tuyo, la presencia del Dios Vivo.
Cuando el enemigo de la naturaleza humana, dice San Ignacio de Loyola, ve que Dios está inclinado sobre alguien para darle su misericordia, para librarlo de sus pasiones, entonces más lo oprime bajo el peso del dolor, aprovechándose de esa persona, y la ataca con violencia.  Sabemos esto por los padres del desierto, no dejan que el tentado se asuste, sino por el contrario, lo invitan a la paciencia, a la calma, a la serenidad, a la confianza, a la humildad, al realismo.
¿Has caído?, levántate, ¿caes de nuevo?, levántate otra vez, otro de los padres desierto declara que la fuerza de aquellos que quieren hacer la voluntad de Dios, consiste en que en vez de desalentarse cuando caen, (el desaliento, como decíamos antes, es peor tentación que la que causó la caída anterior), consiste en renovar allí mismo, desde el lugar de la caída, el propósito de servir a Dios para su gloria, buscar el camino de la santidad y hacer del bien a los demás el pan de cada día.
Todo esto en cada uno de nosotros acontece según sea nuestra historia, nuestro presente, también nuestros proyectos, para los cuales Dios nos prepara en el futuro.  Estamos invitados no solamente a animarnos a enfrentar la tribulación y la dificultad, la prueba, cualquiera sea esta, que venga por el lado de la salud, que venga por el lado de los conflictos familiares, que acontezca en el ámbito laboral, en el vínculo de amistad, que ocurra, como ocurre siempre, primero dentro nuestro y después se traduzca en el ambiente donde vivimos, o que ocurran en el ambiente, y que afectan nuestro interior, no interesa tanto que sea lo que los ocurra sino como y de qué manera afrontamos lo que nos acontece.

Volviendo al principio: ‘por qué’ ya te lo explicó la Palabra, te toca a ti descubrir el ‘para qué’.
Mira las virtudes que has ido adquiriendo empujando tu roca, esas virtudes, esas fortalezas las necesita el Señor para terminar su obra en ti. Las necesita también, para que trabajando en este mundo caído puedas sortear los obstáculos que se te presenten para llevar adelante la misión que Él te ha encomendado.

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