sábado, 11 de septiembre de 2010

Heridas del alma

Se nos plantea la siguiente cuestión: Actitud ante las Heridas del alma, cómo identificarlas y tratarlas. Empecemos por ensayar una definición acotada, acerca de lo que estaremos reflexionando. Definamos a estas heridas como: aquellos conflictos, tendencias contradictorias, escondidos en las entre-pieles de nuestra alma, que cuando se manifiestan nos hacen perder la sensación de Paz y son capaces de generar angustia.

Se diferencian de los estados emocionales, ocasionados por una situación actual y bien identificada, como pueden ser la aflicción por una enfermedad o la pérdida de alguien querido. Esas viejas heridas muchas veces están tan ocultas, que cuando nos preguntan qué nos pasa, contestamos, estar mal, sin saber bien el porqué.

También debemos separarlas de aquellas otras, diagnosticadas por la medicina, donde se han identificado razones clínicas, físicas o químicas, que ocasionan algún tipo de enfermedad o disfunción.

Son aquellas, por las que ya hemos estado orando. Por las que recibimos consejería y pastoral, pero a las cuales no hemos podido arrancar de raíz, y vuelven a aflorar cuando nos descuidamos.

La lista puede ser extensa y variada, sin ser ésta una lista exhaustiva, entre las más conocidas de estas heridas se encuentran:
·         La falta de perdón (A Dios, A nosotros mismos, A los demás)
·         La culpa (Ficticia o imaginaria. Real, antiguos pecados que no nos perdonamos)
·         Los complejos, como el de inferioridad, que genera el sentimiento de no tener las capacidades o aptitudes, cada vez que se nos presenta un desafío.
·         La inseguridad, estar a la defensiva, pensando que los demás intentan aprovecharse de nosotros.
·         La falta de voluntad, el desgano
·         El miedo injustificado
·         La sensación de sentirnos solos, aunque estamos rodeados de personas.
·         Incapacidad para amar equilibradamente, el todo o nada.
·         Incapacidad para dejarse amar, por Dios o por los demás.
·         El sentimiento de inadecuación, que nos hace parecer que sobramos o estorbamos.
·         El sentimiento de sentirse rechazado, por Dios, nuestros padres, compañeros.
·         Imposibilidad de expresar los sentimientos.
·         La subjetividad, el dejarse dominar por los sentimientos.
·         La introspección, el estar constantemente mirándonos el ombligo, autoanálisis.
·         El perfeccionismo

Muchas veces se vuelve difícil identificarlas, porque nos negamos a reconocerlas. Es tanto el dolor que nos ocasionan, que el sólo pensar en ellas, nos previene en contra. Terminando por negarlas. A estas situaciones debemos aplicarle el viejo dicho ‘Al mal trago darle prisa’

¿Cuáles son los síntomas? Se demostrarán de acuerdo al tipo de herida, pero hay uno que está presente en todas. La falta de Paz interior. Eso que nos despierta, que nos irrita, que nos angustia. Lo que llegamos a recriminarle a Dios. En la mayoría de ellas, no son el problema, el problema somos nosotros, que no podemos manejarlas.

En cuanto a la actitud para con ellas hay algunos hitos que no pueden ser eludidos:

1.    Reconocer que necesitamos ser sanados. Nadie pide una consulta con el médico si no considera estar enfermo. Todo proceso de sanidad comienza con el reconocimiento, la humildad y la confianza.
2.    Pedirle a Dios que arranque de nuestra vida toda raíz de amargura, dolor, frustración, rencor.
3.    Perdonar a aquellos que todavía nos tienen cautivos en nuestro sentimiento de rencor y deseos de revancha.
4.    Dejarse amar por Dios. Permitirle hacer lo que nos ofrece en todo momento, dejarnos abrazar por su ternura y amor.
5.    Apropiarnos del perdón de Dios, y reconocer que Jesús no puede estar muriendo en la cruz, cada vez que a nosotros se nos ocurre sentirnos culpables.
6.    Mirarnos con los ojos que Jesús nos mira, aceptar el propósito que Él tiene para nuestra vida y querer vivir en consecuencia.
7.    Vivir en estrecha relación con el Espíritu Santo.
8.    Insertarnos en la comunidad de la Iglesia, reconociéndonos miembros y no meros espectadores.


Cuando queremos ayudar a otro con sus heridas, lo primero que debemos hacer es presentarle al Médico, al único que atiende estos casos, al mejor de todos. Por evolucionada que esté la ciencia y la investigación académica, no han llegado al grado de eficiencia al que solamente Cristo puede llegar.

Ningún médico o científico por eminente que sea, puede llegar a decir como Él: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. El me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos Luc. 4:18

Luego, vendrá una etapa de acompañamiento, donde ayudarles a iniciar su proceso de sanidad. Es probable que se requiera más apoyo y discernimiento, de nuestro pastor y de algún ministerio especializado. Pero el primer paso, es ayudarles a tener una cita con Cristo.

Con respecto a nuestras propias heridas, debemos tratar de identificar en qué punto del proceso nos hemos estancado.

Muchos de los hermanos, con los que caminamos juntos, conocen de Cristo, creen en Él, pero no le creen a Él. Han escuchado una y mil veces sus recomendaciones. Han pasado por su consultorio, llevándose la receta del medicamento adecuado. Pero al tiempo, al escuchar sus oraciones, al ver sus actitudes, nos damos cuenta que abandonaron el tratamiento.

El Señor nos hace ver que una de las razones, por las cuales nuestras heridas no cicatrizan, puede ser: Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido, tienen tapados sus oídos y han cerrado sus ojos, para que sus ojos no vean, y sus oídos no oigan, y su corazón no comprenda, y no se conviertan, y yo no los cure. Mat. 13:15

El apóstol Pablo, nos enseña la actitud necesaria para retomar el tratamiento:

No se aflijan por nada, más bien preséntenselo todo a Dios en oración, pídanle y también denle gracias. Y la paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, cuidará sus corazones y sus pensamientos por medio de Cristo Jesús.  Fil. 4:6-7

Pidámosle a Jesús que aumente nuestra fe, para que creyendo en sus promesas, podamos alcanzar esa sanidad que pone a nuestro alcance.

Por eso les digo: Cuando pidan algo en la oración, crean que ya lo tienen y lo conseguirán. Mar. 11:24 

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