sábado, 19 de junio de 2010

El obstáculo del yo

Avanzando en nuestra reflexión, nos encontramos conque uno de los obstáculos que nos impedían mostrar el amor de Dios en acción, a través nuestro, era nuestro egoísmo. Es decir, según la RAE un Inmoderado y excesivo amor a sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás.

Paradójicamente, si recordamos un poco, la experiencia nos ha enseñado que cuánto más tratamos de lograr nuestro propio interés, más desconformes estamos con los resultados que obtenemos. Parece que nunca alcanzara. Parece que logrado uno de los objetivos, ya están en lista de espera tres más, sin los cuales, nuestra felicidad se aleja, más aún que antes de alcanzar el primero de ellos.

También paradójicamente, hemos de coincidir en la satisfacción que nos llena el corazón, cada vez que hacemos algo por alguien, por el sólo hecho de hacer el bien, no buscando nada a cambio, ni por nuestro propio interés.

Sin un equilibrado amor propio, no serviríamos, ni a Dios, ni a los demás, ni mucho menos a nosotros mismos. Es lo que nos impulsa a progresar, a trascender, a buscar nuestro propio bien y felicidad, bien entendida y sanamente buscada. Quizás hasta nos motive a buscar acercarnos a Dios. Sin embargo – siguiendo la definición - si se convierte en inmoderado y excesivo, pierde efectividad y se vuelve en nuestra contra.

Apenas nos descuidamos, nos vemos impulsados, a tener, a poseer, ¿qué cosas?, cualquiera: amistades, sentimientos, halagos, dinero, bienes, posición, poder, fama, reconocimiento, belleza, afectos, sensualidad, etc., etc. Muchas cosas, que cuando nosotros las controlamos pueden ser excelentes servidoras, pero que cuando ellas nos controlan a nosotros, suelen ser terribles tiranos.

Muchas veces, por miedo a perder el control de lo que nos controla, lo escatimamos y somos mezquinos a la hora de compartirlo.

Dice un proverbio Uno da generosamente y acrecienta su haber, otro ahorra más de la cuenta y acaba en la indigencia. (11:24) Generalmente, asociamos todos estos dichos sapienciales con el dinero. Pero las riquezas no consisten únicamente en el dinero. Nuestras riquezas son todos aquellos bienes, materiales e intangibles, que nos producen una sensación de bienestar. ¿Cuántos indigentes de cariño conoces?

Reservamos nuestro tiempo para nosotros, no le damos nada de él, o migajas, a los demás, nunca nos alcanza, siempre estamos ocupados, y luego cuando lo tenemos, lo utilizamos en reprocharnos nuestra soledad e infelicidad. Lo mismo cuando retaceamos nuestro cariño, cuando no lo damos si no tenemos la convicción que nos va a ser devuelto con creces.

Hasta algo tan hermoso, como el cariño de un hijo, de una esposa, o esposo, puede llegar a ser egoísta cuando esperamos del otro más de lo que nos puede o nos sabe dar, o lo que nosotros mismos llegamos a generar.

Qué misterioso resulta todo esto, que para disfrutarlo tenemos que desprendernos.

¿Será a esto a lo que se refería el apóstol Pablo cuando le hablaba en Mileto a los presbíteros de Efeso? Cuando les decía: es preciso recordar las palabras del Señor Jesús: 'La felicidad está más en dar que en recibir'. (Hechos 20:35)

En muchos órdenes de la vida, sobre todo a los que se refieren las enseñanzas, hemos comprobado que cuánto más damos, más tenemos. Que cuando nos ocupamos de las cosas de Dios, Dios se ocupa de las cosas nuestras. Cuánto más generosos somos, más nos prospera el Señor. Cuanto más tratamos de ayudar a otros a conocer a Jesús, el Espíritu Santo más nos aconseja y Dios mismo, más se revela desde su Palabra.

Cuanto más amor le damos a los demás, desinteresadamente, cuanto más nos ocupamos del otro, nuestro Padre más nos mima y nos consiente.

Nos viene bien llegar a vivir la experiencia del obtener la felicidad que deviene del darnos, probemos hacerlo y sin duda seremos mucho más felices, que cuando andamos por ahí mendigando atención o cariño.

El sólo hecho de experimentar la libertad de decidir nosotros el bien que queremos hacer en lugar de ser esclavos de cosas o sensaciones que esperamos obtener, sin que dependan de nosotros y sobre las cuales no tenemos el absoluto control.

Pero tengamos cuidado de no engañarnos pretendiendo un desprendimiento que en sí mismo encierra un propio interés en obtener de Dios, lo que no obtenemos de las personas.

Para no confundirnos, podemos seguir la recomendación de San Basilio: O nos apartamos del mal (o buscamos el bien) por temor del castigo y estamos en la disposición del esclavo, o buscamos el incentivo de la recompensa y nos parecemos a mercenarios, o finalmente obedecemos por el bien mismo del amor del que manda...y entonces estamos en la disposición de hijos

Ni esclavos, ni mercenarios, hijos. Hijos muy amados e hijos que aman.

Oremos por eso…

Papito Dios, te damos las gracias porque le has escondido estas cosas a los soberbios, qué únicamente buscan su propia satisfacción, y nos las has revelado, en el ejemplo de Jesucristo y por medio del Espíritu Santo, a tus hijos pequeños, que reconociéndonos necesitados de ti, venimos a buscar tu misericordia, gracia y sabiduría.

Tú, que produces en nosotros tanto el querer como el hacer, haznos ambiciosos de las riquezas que vienen del darnos y motiva nuestra voluntad para que descartando todo egoísmo, podamos poner tu amor en acción. Amén, amén.

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