sábado, 29 de mayo de 2010

¿Qué necesita escuchar la gente?

Motivados por el fervor de Pentecostés, queremos salir casi atropellados, a compartir con la gente, el testimonio de Cristo. Como atropellados, muchas veces salimos desprovistos, sin el equipamiento adecuado, y así nos va. Es que nos olvidamos de invitar al Espíritu Santo a que venga con nosotros, diríamos mejor, a que venga en lugar nuestro.

En el relato que Lucas nos hace de la mañana de Pentecostés (Hch 2), nos narra, lleno de simbolismos e imágenes, como para que no dejemos de entender, como el Espíritu Santo, provee a los discípulos, tanto del qué decir, como de la manera de decir.

De la “glosolalia” de ese día (hablar lenguas diversas), no nos vamos a poner a analizar, si fue un milagro de locución o de audición, si fue un don para alabar a Dios, o un don para predicar de Dios, de eso, los expertos vienen debatiendo hace muchos años.

De lo que sí podemos estar seguros, es que el Espíritu dotó a aquellos discípulos de un nuevo lenguaje para alabar a Dios y de una manera efectiva de que la gente entendiera de lo que estaban hablando, sin importar a qué cultura pertenecían. Hch 2:8 ¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye en su propia lengua?

SS Benedicto XVI, lo explica así:
El pueblo de Dios, que había encontrado en el Sinaí su primera configuración, se amplía hoy hasta superar toda frontera de raza, cultura, espacio y tiempo. A diferencia de lo que sucedió con la torre de Babel (cf. Gn 11, 1-9), cuando los hombres, que querían construir con sus manos un camino hacia el cielo, habían acabado por destruir su misma capacidad de comprenderse recíprocamente, en Pentecostés el Espíritu, con el don de las lenguas, muestra que su presencia une y transforma la confusión en comunión. El orgullo y el egoísmo del hombre siempre crean divisiones, levantan muros de indiferencia, de odio y de violencia. El Espíritu Santo, por el contrario, capacita a los corazones para comprender las lenguas de todos, porque reconstruye el puente de la auténtica comunicación entre la tierra y el cielo. El Espíritu Santo es el Amor.

Nosotros, con suerte nos acordamos de alabar a Dios en el Espíritu, cuando asistimos a la misa o a la reunión de comunidad, pero es poco probable que nos revistamos con la efusión del Espíritu cuando tenemos que hablarle a otra persona ‘en su propia lengua’. No es que tengamos que ir hasta el Chuy para testimoniarle a alguna persona brasilera, muchas veces, el lenguaje que queremos utilizar es incomprensible para el otro, aunque los dos hablemos en castellano.

Como si fuésemos a hablar con la persona y le dijéramos: Mira, una adecuada hermenéutica te lleva a la conclusión de que la exégesis adecuada para el pasaje apologético, indica que Jesús te invita a creer en él. Y en realidad lo que le queríamos decir es, Jesús está a la puerta de tu corazón, basta que le dejes entrar.

Pedro fue tan claro, en el discurso inaugural de la Iglesia Cristiana que ese día tres mil personas creyeron y quizás hubieran muchas más, que entendieron, aunque decidieron no comprometerse, como ahora, pero entender, entendieron.

Por más que la Palabra de Dios, nos lleve al éxtasis, no podemos andar repitiéndosela de memoria, a aquél a quien le queremos dar testimonio, porque no va a tener idea de qué le estamos hablando. No está mal, porque sabemos del poder de la Palabra, pero no siempre es eficiente.

Jesús leía las escrituras en la Sinagoga y las enseñaba, pero andando entre la gente, les evangelizaba con parábolas, con el lenguaje que ellos podían entender.

Qué les dijo Pedro que los convenció. Les habló de respuestas concretas a sus necesidades. La gente del mundo piensa que cuando le vamos a compartir de Cristo, le vamos a hablar de religión, porque no saben que lo que le vamos a ofrecer, en primera instancia, en su primer efecto, es calidad de vida, de respuesta a sus necesidades. Lo peor es que muchos hermanos también piensan que van a hablar de religión con la gente y eso los predispone en contra.

No nos olvidemos que el hombre por naturaleza es mezquino, y no da nada sino es a cambio de algo, ni siquiera, la confianza. Y no va aceptar lo que le ofrecemos si eso no representa una ganancia inmediata en términos de una mejor situación, ya sea en tener más felicidad o en ser menos infeliz.

Entonces, ¿qué necesita escuchar la gente?, la gente necesita escuchar lo que Cristo tiene para ofrecerle. Y ¿qué quiere Jesús que la gente escuche? Que Él es la respuesta a sus necesi-dades.

Hemos aprendido que el Espíritu Santo nos dará las palabras adecuadas en cada situación con cada persona (contenido), pero también nos equiparará con el medio de transporte de ese contenido (forma de comunicar).

Tenemos que hablar de forma que la gente nos entienda, y eso sólo sucederá cuando lo que le digamos se alinee con lo que están esperando recibir. Tenemos que hablar en su lenguaje, no en el nuestro. Pablo lo tenía muy claro, “Me hice todo para todos, para ganar por lo menos a algunos, a cualquier precio” 1Co 9:22.

Cuando Pedro les dice a los judíos que habían matado al Mesías, a éstos no les importó tanto haber pedido la ejecución del hijo de Dios, sino que se habían perdido la oportunidad esperada durante tantos siglos – estamos especulando, ya que en el relato dice que se compungieron de corazón, pero no entraron en pánico ni se rasgaron las vestiduras, ni otro tipo de manifestación de temor religioso.

Pedro, les está diciendo que teniendo a mano la solución esperada para sus vidas, la están desaprovechando.

Pero también les está dando seguridad respecto a su oferta. Hch 2:32 A este Jesús, Dios lo resucitó, y todos nosotros somos testigos. Es decir, no es porque alguien me lo contó o lo supongo, o me parece que está bien, sino es así porque yo lo viví, lo experimenté, por eso lo aseguro.

Muchas veces queremos convencer a otro, de algo que ni siquiera nosotros estamos convencidos. Quien ha visto la Gloria de Dios, manifestarse en sanidades, puede dar testimonio de que la oración de fe, sana al enfermo. Quien ha visto la Gloria de Dios, levantar del abismo del cuasi suicidio a una persona que ya nada podía esperar para su vida, puede dar testimonio de que Jesús es la Resurrección y la Vida y que ha venido a traer Vida y Vida en abundancia.

Lamentablemente muchos hermanos han visto todo eso, y su corazón desagradecido ha tirado al baúl de las anécdotas esas bendiciones, de modo que ya ni las recuerdan, o ni siquiera están del todo convencidos, si no fue obra de la suerte o la casualidad, que esas cosas hayan pasado por su vida, o en sus vidas.

El testimonio en el Espíritu convence, hace que la persona a quien va dirigida abra su corazón a la inquietud "Hermanos, ¿qué debemos hacer?” Hch 2:37

Espíritu Santo, te damos gracias, por habernos confiado todas estas enseñanzas. Te pedimos, que ya que Tú produces tanto el querer como el hacer, nos des la voluntad necesaria, nos des las palabras adecuadas, el tono adecuado, el lenguaje adecuado, el recuerdo siempre presente de las bendiciones que hemos recibido, y que actúes en dentro de nosotros para hacernos fieles testigos de la Vida que Cristo nos da. Ayúdanos Santo Espíritu a alegrar el Corazón de Nuestro Padre y cumplir con el propósito de Aquél que dio todo por nosotros.

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