Por estos días, se manifiestan dos tiempos, que nos demandan, tiempos de Misión y tiempos de Pentecostés. ¿Cómo hacer para conjugar estos tiempos? ¿Podrá nuestra vocación carismática darnos la respuesta?
Somos carismáticos porque aspiramos y honramos los carismas del Espíritu Santo, y qué son los carismas, sino gracias del Espíritu Santo, ordenados a la edificación de la Iglesia, (CIC 799), es decir que por naturaleza deberíamos saber orientar lo que el Espíritu nos ha regalado, con los recursos con los que nos ha equipado, al crecimiento o fortalecimiento, de nuestra comunidad Iglesia.
G. K. Chesterton escribía: Se pueden encontrar todas las nuevas ideas en los libros viejos, sólo que allí se las encontrará equilibradas.
Muchas veces, los discípulos, desafiados por el reto evangelizador y misionero, que se renueva cíclicamente, nos olvidamos de la rica sabiduría que nos antecede, la tradición escrita (la Biblia) la tradición oral y el magisterio de nuestros padres en la fe, y distraídos nos podemos a elucubrar nuevos métodos y procedimientos, repensando lo que deberíamos estar discerniendo.
Hace más de treinta años SS Pablo VI nos enseñaba (Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi):
Bajo el aliento del Espíritu
No habrá nunca evangelización posible sin la acción del Espíritu Santo.
Gracias al apoyo del Espíritu Santo, la Iglesia crece. El es el alma de esta Iglesia. El es quien explica a los fieles el sentido profundo de las enseñanzas de Jesús y su misterio. El es quien, hoy igual que en los comienzos de la Iglesia, actúa en cada evangelizador que se deja poseer y conducir por El, y pone en los labios las palabras que por sí solo no podría hallar, predisponiendo también el alma del que escucha para hacerla abierta y acogedora de la Buena Nueva y del reino anunciado.
Las técnicas de evangelización son buenas, pero ni las más perfeccionadas podrían reemplazar la acción discreta del Espíritu. La preparación más refinada del evangelizador no consigue absolutamente nada sin El. Sin El, la dialéctica más convincente es impotente sobre el espíritu de los hombres. Sin El, los esquemas más elaborados sobre bases sociológicas o sicológicas se revelan pronto desprovistos de todo valor.
Ahora bien, si el Espíritu de Dios ocupa un puesto eminente en la vida de la Iglesia, actúa todavía mucho más en su misión evangelizadora. No es una casualidad que el gran comienzo de la evangelización tuviera lugar la mañana de Pentecostés, bajo el soplo del Espíritu.
Puede decirse que el Espíritu Santo es el agente principal de la evangelización: El es quien impulsa a cada uno a anunciar el Evangelio y quien en lo hondo de las conciencias hace aceptar y comprender la Palabra de salvación.
Pero se puede decir igualmente que El es el término de la evangelización: solamente El suscita la nueva creación, la humanidad nueva a la que la evangelización debe conducir, mediante la unidad en la variedad que la misma evangelización querría provocar en la comunidad cristiana. A través de El, la evangelización penetra en los corazones, ya que El es quien hace discernir los signos de los tiempos —signos de Dios— que la evangelización descubre y valoriza en el interior de la historia.
Estudien profundamente la naturaleza y la forma de la acción del Espíritu Santo en la evangelización de hoy día. Este es también nuestro deseo, al mismo tiempo que exhortamos a todos y cada uno de los evangelizadores a invocar constantemente con fe y fervor al Espíritu Santo y a dejarse guiar prudentemente por El como inspirador decisivo de sus programas, de sus iniciativas, de su actividad evangelizadora.
Bastante más atrás en el tiempo, Cuando Pablo fue a Éfeso se encontró con algunos discípulos que le dijeron: "Ni sabíamos que había Espíritu Santo" (Hch 19,2b). Habían sido bautizados, pero no habían recibido la fuerza del Espíritu.
Luego que Pablo les impuso las manos y vino sobre ellos el Espíritu Santo, se pusieron a hablar en distintas lenguas y a profetizar (Hch 19,6), es decir, ellos mismos se convirtieron en instrumentos de evangelización.
Algo así ocurre con muchos hermanos hoy. Tienen alguna idea de Cristo, han sido bautizados, quizás hasta fueron educados en el catecismo, se confiesan creyentes, creen en Dios pero no le creen a Dios. Porque no le entienden, porque no se les ha sido revelado. No asisten a misa, ni asisten a comunidades. Lo poco que se acuerdan de la Palabra está muy lejos en el tiempo y en su entendimiento.
La pregunta que nos hacemos es: ¿qué pasaría con todos esos hermanos, si pudiésemos transmitirles la efusión del Espíritu? Si pudiésemos encenderlos con su Fuego. ¿Acaso no serían un enorme potencial? ¿Acaso no sería como un santo virus que se propagaría?
¿Será que los carismáticos podremos anunciar el Espíritu del Señor? ¿Será esa la explicación de lo que Jesús nos dejó dicho: Les aseguro: quien cree en mí hará las obras que yo hago, e incluso otras mayores, porque yo voy al Padre; (Juan 14:12)?
¿Cómo podríamos hacer ese tipo de obras sin el Espíritu? …el Espíritu de la verdad, que el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes. (14:17)
Esta promesa: … el Espíritu Santo que enviará el Padre en mi nombre, les enseñará todo y les recordará todo lo que [yo] les he dicho. (14:26) ¿Era sólo para los apóstoles? ¿Se cumplió y se terminó en ellos? Sin duda que no se terminó ahí, porque nos sigue enseñando hoy a nosotros y lo mejor, le puede enseñar a todos aquellos que lo reciban.
Refiriéndose al Señor, Pablo les escribió a los Romanos (10:14): Pero, ¿cómo lo invocarán si no han creído en él? ¿Cómo creerán si no han oído hablar de él? ¿Cómo oirán si nadie les anuncia? Creemos que de igual manera, se aplica también al Espíritu Santo.
Sabemos que los dones que el Espíritu nos obsequia, no son para nuestro provecho o ganancia, sino para el crecimiento del Reino, por lo tanto, lo que tenemos de don, pongámoslo a misionar, lo que nos falta, pidámoslo con fe, pero confesando con nuestros labios y creyendo en nuestro corazón, el propósito que nos impulsa ‘Anunciar el Espíritu del Señor’
Este Pentecostés, renovemos la efusión del Espíritu, pidámosle que nos re-bautice con el Poder de lo Alto, para que sea inspirador decisivo de nuestros programas, de nuestras iniciativas, de nuestra actividad evangelizadora.
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