sábado, 16 de febrero de 2008

La conversión interior

Introducción:
Muchas veces resulta más fácil para nosotros, llevar adelante distintos formalismos y rituales, como una mera expresión exterior, sin que ello produzca en nosotros ningún cambio, sin ningún valor agregado.
Nos quedamos con los signos exteriores, con los instrumentos, con los medios y no tenemos en cuenta el fin al que debemos aspirar. De esa forma vamos inexorablemente hacia ‘misas aburridas’, oraciones frías, alabanzas que retiñen sin llegar a destino, intersecciones que no encienden el fuego del Espíritu Santo. Entramos en una religiosidad rutinaria, en la que nada nos aprovecha.
Esto no es nuevo para el hombre. Desde antaño, ha sido mucho más fácil ‘hacer las cosas para cumplir’, hacer las cosas por la Ley en lugar de hacerlas por el Autor y Consumador de la Ley, que hacer las cosas para producir. Producir cambios, vida nueva, conversión, renovación. Por boca de los profetas, Dios Padre nos lo ha advertido. Jesucristo, lo ha hecho también, enseñándonos a que busquemos el verdadero sentido en el propósito final y no en los medios para lograrlo.
En este tiempo fuerte de conversión, nuestra madre Iglesia, nos enseña desde el Catecismo:
1430 Como ya en los profetas, la llamada de Jesús a la conversión y a la penitencia no mira, en primer lugar, a las obras exteriores "el saco y la ceniza", los ayunos y las mortificaciones, sino a la conversión del corazón, la penitencia interior. Sin ella, las obras de penitencia permanecen estériles y engañosas; por el contrario, la conversión interior impulsa a la expresión de esta actitud por medio de signos visibles, gestos y obras de penitencia.
Como en tantas otras ocasiones, tan importante como estos signos visibles, lo es nuestra actitud, nuestro ardiente deseo de cambiar, nuestra repulsión al pecado, que estigmatiza a nuestro amigo, NS Jesucristo.
Desarrollo
Analicemos con la ayuda del Espíritu Santo, el verdadero sentido de alguno de estos signos visibles.
  1. Lee Joel 2:13 y contesta ¿Dios quiere ver una manifestación exterior o una interior?
  2. ¿Qué acción te pide que no hagas?
  3. ¿Qué acción te pide que sí hagas?
  4. Lee Isaías 58 y contesta ¿Le gusta que hagas cosas que no entiendes? (v. 3)
  5. ¿Le agrada que te humilles si no provoca nada en ti? (v. 3)
  6. ¿Qué te dice respecto a tu propia conveniencia? (v. 3)
  7. ¿Qué te reprocha y qué resultado dice que obtendrás? (v. 4)
  8. ¿Le agrada a Dios que te aflijas a ti mismo? (v. 5)
  9. ¿O más bien le agrada una acción proactiva hacia los demás? (v. 6-7)
  10. ¿Jesús enseñó algo distinto? Mateo 6:1-6
  11. ¿Cuál debe ser tu actitud si ayunas? Mateo 6:16
  12. ¿Quién se tiene que enterar de tu ayuno? Mateo 6:16
  13. ¿Cuándo dijo Jesús que se debía ayunar con quebrantamiento – luto? Mateo 9:15
  14. ¿Estás pasando por ese momento ahora?
Aplicación
Así como Jesús dirigiéndose a los fariseos, les recriminó el cumplimiento exacto de la ley, pero que no trataban a la gente con justicia y no amaban a Dios, les dice finalmente ‘Esto es lo que deben hacer, sin dejar de hacer lo otro’ (Lucas 11:42), también te dice a ti en este día:
Es importante tu oración, tu penitencia interior, tus actos de contrición, tu dolor al mirar a Jesús, crucificado por tus pecados, pero de nada vale, si todas estas acciones no provienen de un verdadero sentimiento de conversión, de nada vale si es de la boca para afuera, de nada vale, si lo haces por obligación y sin estar convencido de ello.
Pregúntate en este momento ¿Qué cosas relacionadas con Dios y con la Iglesia, estoy haciendo por compromiso?
¿Qué cosas dejé que la rutina las fuera enfriando en mi corazón?
Confiésalas, a ti mismo y a los hermanos de Comunidad, para poder volver a encontrar el sentido de las mismas, para darles vida en el Espíritu Santo, para hacerlas rendir al cien por uno.
Si hasta ahora has creído que llevando adelante rituales exteriores, como ayunos, penitencias, mortificaciones, por sí solas iban a producir en ti un cambio de actitud, piensa que aunque existe una remota posibilidad de que así sea, lo correcto es poner por delante tu voluntad de conversión, el convencimiento de que debes cambiar de vida y de actitud de corazón.
Cuanto más busque una nueva orientación en tu vida, (conversión = «volverse a») esto mismo te ha de impulsar a manifestarte con esos signos visibles de dolor y arrepentimiento. Signos que ya no serán la causa, sino el efecto de la conversión interior.
El Catecismo te enseña:
1432 El corazón del hombre es rudo y endurecido. Es preciso que Dios dé al hombre un corazón nuevo (cf Ez 36,26–27). La conversión es primeramente una obra de la gracia de Dios que hace volver a él nuestros corazones: "Conviértenos, Señor, y nos convertiremos" (Lc 5,21). Dios es quien nos da la fuerza para comenzar de nuevo. Al descubrir la grandeza del amor de Dios, nuestro corazón se estremece ante el horror y el peso del pecado y comienza a temer ofender a Dios por el pecado y verse separado de él.
El corazón humano se convierte mirando al que nuestros pecados traspasaron (cf Jn 19,37; Za 12,10).
Mira un momento a Jesús crucificado, dile cuánto te duele ser copartícipe de su crucifixión, pídele la gracia de poder volver tu corazón a Él y pregúntale con todo tu amor:
¿Qué debo hacer Señor, para convertirme?

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