Al principio, no reconocí los síntomas que todos estábamos experimentando. Mis amigos mencionaban que tenían problemas de concentración. Los colegas informaron que, incluso con las vacunas en el horizonte, no estaban entusiasmados con el año 2021. Un familiar se quedaba despierto hasta tarde para volver a ver La leyenda del tesoro perdido a pesar de que se sabe la película de memoria. Y yo, en vez de saltar de la cama a las 6 de la mañana, estaba tumbado hasta las 7, jugando Words with Friends.
No era agotamiento: aún teníamos energía. No era
depresión: no nos sentíamos desesperados. Solo nos sentíamos sin alegría y sin
rumbo. Resulta que hay un nombre para eso: languidecer.
Así comenzaba un
artículo que por estos días estuvo mencionado en distintos medios de
comunicación y sobre el tema que varios especialistas en salud mental fueron
consultados.
Este estado que en lo secular va cambiando de nombres:
duelo, vacío, desánimo, etc., los cristianos lo identificamos con una tiniebla
particular, cuando la fe se nubla.
En la Biblia se narra la experiencia de varios personajes
que pasaron por esta situación, en especial hoy queremos tomar el caso del
profeta Elías, analizado por el Papa Francisco quien en una homilía
del 10/06/2016, decía al respecto:
El profeta Elías (1Re 19, 9a.11-16), un vencedor que ha
luchado mucho por la fe y ha derrotado a centenares de idólatras en el
Monte Carmelo. Pero luego, en la enésima persecución que lo toma por objetivo,
se abate. Se queda desanimado bajo un árbol esperando la muerte. Pero Dios no
lo deja en ese estado de postración, sino que le envía un ángel con un
imperativo: levántate, come, sal.
Para encontrar a Dios es necesario volver a la situación en
la que el hombre estaba en el momento de la creación: de pie y en camino.
Así nos creó Dios: a su altura, a su imagen y semejanza y en camino. ¡Adelante!
Cultiva la tierra, hazla crecer; y multiplicaos... ¡Sal! Sal y ponte de pie en
el monte ante el Señor. Elías se puso en pie. Y puesto en pie, sale.
Salir y ponerse a la escucha de Dios. Pero, ¿cómo
pasa el Señor? ¿Cómo puedo encontrar al Señor para estar seguro de que es Él?
El texto del Libro de los Reyes es elocuente.
Elías es invitado por el ángel a salir de la cueva del Monte
Horeb donde encuentra refugio para estar en la presencia de Dios.
Sin embargo, lo que le induce a salir no son ni el viento
impetuoso y huracanado que hacía trizas las peñas, ni el terremoto que le
sigue, ni tampoco el fuego posterior. Tanto ruido, tanta majestad, tanto
movimiento, y el Señor no estaba allí.
Después del fuego, se oyó una brisa tenue; o, como dice el
original, el hilo de un silencio sonoro. Y allí estaba el Señor.
Para encontrar al Señor hay que entrar en nosotros
mismos y sentir ese hilo de silencio sonoro, y ahí nos habla Él.
La tercera petición del ángel a Elías es: ¡Sal! El profeta
es invitado a volver sobre sus pasos, al desierto, porque se le confía cumplir
un encargo.
He aquí «el mensaje que este pasaje de la Escritura hoy nos
enseña», afirmó Francisco, recordando: «Debemos siempre buscar al Señor: todos
nosotros sabemos cómo son los momentos malos, momentos que nos derrumban,
momentos sin fe, oscuros, momentos en donde no vemos el horizonte, no somos
capaces de levantarnos, todos lo sabemos». Pero «es el Señor que viene, nos
reconforta con su pan y con su fuera y nos dice “álzate y sigue adelante,
camina”». Por ello, prosiguió el Papa, «Para encontrar al Señor debemos
estar así: en pie y en camino; después «esperar que Él nos llame:
corazón abierto». Y «Él nos dirá “soy yo”; y ahí la fe se hará fuerte».
Pero la fe, añadió Francisco, «¿es para mí, para conservarla? No, es para ir y
darla a los demás, para ungir a los demás, para la misión». Por lo tanto, «en
pie y en camino; en silencio para encontrar al Señor; y en misión para llevar
este mensaje, esta vida a los demás». Precisamente «esta es la vida del
cristiano que podemos ver aquí, en este pasaje del primer libro de los Reyes».
El Pontífice, en conclusión, rezó para «que el Señor nos
ayude siempre: Él está siempre ahí, para ayudarnos a ponernos de nuevo en pie».
Y si también caemos, se debe tener la fuerza para «alzarse» para estar «en
camino, no cerrados dentro del egoísmo de nuestra comodidad: ser pacientes,
para esperar su voz y el encuentro con Él y también valientes en la misión y llevar
a los demás el mensaje del Señor».
Preguntas a contestarnos:
- ¿Estoy o conozco a alguien cercano que esté en alguna situación similar a la de estudio?
- ¿Sólo los perdedores y las personas de poca fe están expuestos a padecerla?
- ¿El Señor es ajeno a lo que nos pasa?
- ¿Cuál debe ser mi actitud para que la ayuda de Dios se haga posible?
- ¿Dónde me puedo encontrar con el Señor para que me entregue su auxilio?
- ¿Qué debo hacer después de recuperarme?
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