Mateo 13:24-30
Los discípulos, producto de nuestra propia
inmadurez espiritual, muchas veces confundimos el juicio divino con la justicia
divina.
La idea bíblica de justicia o rectitud
generalmente expresa conformidad con todas las áreas de la vida de Dios: ley,
gobierno, Alianza, lealtad, integridad ética o acciones amables. Cuando los
hombres se adhieren a la voluntad de Dios como está expresado en su Ley, son
considerados justos o rectos. Jesús enseñó que aquellos que conformen sus vidas
a sus enseñanzas son también justos, rectos.
Mientras que: El juicio es el proceso por
el cual Dios pide cuentas al pueblo de su conducta y reparte en consecuencia su
destino.[1]
Es muy importante que conozcamos la diferencia
porque, mientras estamos llamados a uno, estamos prevenidos del otro.
Busquen primero el
Reino y su justicia Mateo 6:33
Queridos míos, no
hagan justicia por sus propias manos, antes bien, den lugar a la ira de Dios.
Porque está escrito: Yo castigaré. Yo daré la retribución, dice el Señor.Rom
12:19
Al punto nos lleva nuestra confusión, de dejarnos enredar por los lazos que
el enemigo nos va tendiendo, cuando nos lleva a cuestionar la coherencia
divina, que permite el mal en el mundo,
y la efectividad de la comunidad, cuando percibimos que ese mal o injusticia,
real o aparentemente se manifiesta hasta en sus siervos.
En la parábola del trigo y la cizaña se nos plantea una curiosidad, vemos
al Señor diciéndonos que no tratemos de destruir
el mal, porque corremos el riesgo de destruir también el bien y se nos ordena
‘Dejen que crezcan juntos’
Comentando la parábola, John Henry Newman dice:
Hay escándalos en la Iglesia, cosas censurables y vergonzosas; ningún
católico podrá negarlo. Tiene siempre que asumir (la Iglesia-n.e.) el reproche
y la vergüenza de ser la madre de hijos indignos; tiene hijos que son buenos, y
otros que son malos... Dios habría podido instituir una Iglesia que fuera pura;
pero predijo que la cizaña sembrada por el enemigo, crecería con el trigo hasta
la cosecha, en el fin del mundo. Afirmó que su Iglesia sería semejante a una
red de pescador "que recoge peces de todas clases" y que no se
escogen hasta el atardecer (Mt 13,47s).
Yendo más lejos todavía, declaró que los malos y los imperfectos, le
importaban más que los buenos. “Muchos son los llamados, dijo, pero pocos los
escogidos" (Mt 22,14), y su apóstol dice "que subsiste un resto,
elegido por gracia" (Rm 11,5). Existe, pues sin cesar, en la historia y en
la vida de los católicos, el juego de hechos ampliamente contradictorios...
Pero no nos avergonzamos, ni escondemos el rostro entre las manos, al
contrario, levantamos nuestras manos y nuestra cara hacia nuestro Redentor.
"Como los ojos de los esclavos fijos en las manos de sus
señores..., así están nuestros ojos en el Señor, Dios nuestro, esperando su
misericordia" (Sal. 122,2)... Acudimos a ti, juez justo, porque eres tú el
que nos mira. No hacemos ningún caso a los hombres, mientras te tenemos, a ti...,
mientras tenemos tu presencia en nuestras asambleas, tu testimonio y tu
aprobación en nuestros corazones.[2]
Qué importante es aprovechar esta rica
sabiduría, que la tradición de nuestra iglesia ha conservado para nuestro bien
y a la que hoy tenemos la gracia de acceder.
Cuanta inquietud, cuanta vergüenza, cuanta
desmotivación, cuando dolor, nos podemos ahorrar si nos dedicamos a lo que nos
corresponde, buscar la justicia, y le dejamos a Cristo la tarea del juicio y
castigo. A nosotros el preparar el terreno, el sembrar el trigo, el
fertilizarlo y regarlo. Al Señor y sus ángeles el segar y separar la cizaña
para el fuego.
Consideremos que sólo
aquel que es la Misericordia absoluta puede ser digno del juicio absoluto. ¿Acaso,
somos nosotros capaces de tal dación como para poder atribuirnos el juicio?
Desde el origen de la vida del hombre, el mentiroso ha estado engañándonos,
haciéndonos creer que a Dios no le interesa nuestro bien, sino que es un dios
egoísta. En nuestros días lo sigue haciendo, aprovechando cualquier error o
tergiversando información o manipulándola a su antojo para que cualquier piedra
de tropiezo – léase escándalo – se transforme en una montaña que dealiente
nuestro paso.
Cuando Cristo entrega su vida para mostarle al mundo que la justicia del
Padre vale más que nada, aún más que la vida, el enemigo señala con el dedo
cualquier árbol caído para tratar de convencernos que el bosque no existe. Es
obvio, no le conviene quedar en evidencia. Como aquellos niños que son
reprendidos por alguna travesura señalan a otro diciendo que también hizo algo
mal, o aquellos empleados infieles que ante una norma disciplinaria argumentan
que no la respetan porque algún superior no lo hace.
Ante esa situación podemos elegir: entre ser parte de la solución o parte
del problema y es en la fe donde encontraremos las reservas necesarias que nos
permitan optar entre una u otra. La fe en Dios, no en los hombres, el creer en
lo que Dios nos dice y no en lo que enemigo se empeña en hacernos notar.
Claro que no es fácil, porque la fe es la certeza de lo que se espera y la
convicción de lo que no se ve. Ni lo tenemos, ni lo vemos. No le podemos probar
a nuestros sentidos y a nuestra razón lo que ella nos dice, porque aquellos no
acceden a donde ella vive. Pero tengamos en cuenta que sin fé es imposible agradar
a Dios.
El padre P. Horacio Bojorge, en las reflexiones acerca de la acedia cita
al poeta argentino, Francisco Luis Bernárdez
que tiene un soneto muy hermoso que se puede aplicar a lo
de la fe, dice:
«Porque después de todo he comprendido
que lo que el árbol tiene de florido
vive de lo que tiene sepultado».
Así también, en la vida cristiana. La vida
cristiana tiene las flores de las virtudes de la vida cristiana que viven de la
fe, que está como enterrada en la oscuridad de la tierra, pero que nutre - esa
fe - a las virtudes de la caridad, de la esperanza.
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