Cuentan que
Juan y Pedro eran albañiles calificados que durante muchos años habían
trabajado en la misma empresa constructora. Coincidió que al mismo tiempo, ya
cansados por el pesado trabajo que les tocó hacer, decidieron jubilarse y así
se lo hicieron saber al dueño de la empresa.
Para sorpresa
de ambos, éste les pidió que realizaran un último trabajo antes de retirarse,
que hicieran una casa cada uno. Les entregó a ambos un terreno de igual superficie,
los planos, y el dinero para cubrir el presupuesto de la construcción.
Juan pensó:
estoy muy cansado, pero ésta ha de ser la obra por la que se me recuerde, voy a
hacer lo mejor que pueda. Así, utilizó al máximo su destreza y experiencia cuidando
cada detalle.
Buscó lo
mejor. En las barracas a las que iba a comprar, contaba lo que tenía que hacer
y cuál era el objetivo, así consiguió los mejores materiales y artefactos. Como
no era muy bueno en la electricidad y la sanitaria, le pidió consejo al capataz
de la empresa y por su recomendación contrató a los mejores técnicos que la
empresa tenía.
Pedro en
cambio, fastidiado por tener que agregar más trabajo a su cansancio, hizo lo
mínimo para que la casa se viera como algo habitable.
Compró
materiales de segunda, pensando en quedarse con algún beneficio que contribuyera
a sus años de retiro.
Donde no pudo
resolver muy bien, tapó con material las imperfecciones de modo que cuando se
vieran, él ya no estaría para que se lo achacaran.
Cuando
hubieron terminado con la casa, se presentaron al dueño de la empresa para
entregársela y ahí se encontraron con otra sorpresa.
El hombre
entregándoles las llaves a cada uno les dijo: ‘Muchas gracias por su esfuerzo y
dedicación, quería darles un premio retiro y me pareció buena idea regalarles
esta última casa que ustedes mismos se construyeron.’
Así nosotros,
como estos albañiles vamos construyendo las condiciones en las que vivimos y
somos quienes elegimos cómo hacerlo. Lo podemos hacer como Juan o como Pedro.
Quizás como
ellos, estemos cansados y nos encontremos con situaciones que muchas veces no
sabemos cómo resolver, o sabiéndolo no tenemos las fuerzas o el ánimo suficiente
para hacerlo.
Es en esos
momentos que tenemos que tener presente y obedecer las Enseñanzas que hemos
venido recibiendo por gracia.
Acordarnos
por ejemplo que Si el Señor no construye
la casa, en vano trabajan los albañiles Salmo 127:1, y pedir consejo al ‘Arquitecto
Sublime’ mientras vamos construyendo y mucho más cuando se nos complica.
Pero puede
llegar un momento en el cual tenemos los planos y las indicaciones, tenemos el
terreno donde construir, tenemos los medios para hacerlo, pero no estamos de
acuerdo en que nos toque a nosotros realizar ese trabajo.
Cuando
tuvimos que salir de la casa del Padre y venir a vivir a este mundo caído,
entre las cosas que dejamos allá, quedaron algunas condiciones que nos vendrían
muy bien tenerlas ahora, como la paciencia y la confianza. Tampoco estamos diseñados
para llevar cargas más pesadas de las que podemos soportar.
La Palabra
nos recuerda por medio del salmista: Encomienda
a Dios tus afanes, que él te sostendrá; nunca permitirá que el justo caiga.
Salmo 55:22(23).
Algunas veces
por falta de humildad, otras por falta de confianza, otras por falta de fe y la
mayoría de las veces porque nos olvidamos, seguimos llevando a cuestas cargas
que no podemos soportar. En oportunidades somos tan torpes que pretendemos
sacar un clavo con otro clavo y sustituimos una carga por otra más pesada o nos
llevamos las dos.
Es un
misterio el por qué Dios permite que pasen algunas cosas en nuestra vida. Lo
que sí sabemos, porque la palabra lo dice: Por lo demás, sabemos que en todas las
cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido
llamados según su designio. Rom. 8:28 (NBJ)
Como
sabemos que Dios interviene en todo y en todo momento, también en las cosas
malas está interviniendo para nuestro bien, aunque nos cueste verlo. Por
experiencia propia y por testimonio de otros, conocemos que un mal en el pasado permitió un bien en el presente.
La
pregunta que sin duda se nos presenta es ¿Qué provecho puedo sacar de este mal
momento que me toca vivir?
Hay un
bien inmediato que podemos obtener ya. Basta que lo decidamos, y es aprender a confiar
en nuestro Padre. Decidir aceptar el amor que nos ofrece, y creer. Creer con la
razón, creer con el corazón, creer con el espíritu, creer con todo nuestro ser,
no solamente en Él, fundamentalmente en lo que nos dice.
Hemos sido
creados para agradar a Dios y a Él le place que tengamos una relación personal
de hijo a Padre, por más que le llevemos problemas y complicaciones, lo que para
nosotros es imposible, no lo es para Él.
Seamos
inteligentes agrademos el corazón de nuestro Padre demostrándole que confiamos
en Él, que ya no nos tiene que ver como engreídos que pretendemos resolver todo
por nosotros y a nuestro modo, sino ya puede darnos la gracia que tiene destinada
para los humildes.
Al mismo
tiempo estaremos experimentando el alivio de dejar de luchar con aquello que no
podemos y dejaremos de ser los responsables de la solución, para ser ejecutantes de lo que la Divina Providencia
disponga.
Construyamos,
pero hagámoslo bien, en esa casa viviremos el resto de nuestras vidas.
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