Muchas
personas recibimos la gracia que el Sembrador pase a nuestro lado y su Semilla
llegue a nuestros corazones. El Sembrador es generoso, esparce su Semilla sin reparar
demasiado en el estado actual del terreno, Él sabe que aunque abunden los obstáculos
(pecados) igualmente, sobre abundará la gracia.
A algunas de
estas personas, como nosotros, sus discípulos por ejemplo, se nos da una gracia
especial, que es la de darnos cuenta, de entender lo que está pasando, porque
nuestros ojos pueden ver – con la mirada de la fe – y oír el testimonio de los
primeros discípulos, aquello que los profetas solo intuyeron por la inspiración
del Espíritu Santo.
A otras
personas, su obstinación, les mantiene cerrado el corazón, y todavía no se han
enterado, o no han querido aceptar, que la llave para abrirlo, está en Jesús, que
vivo y resucitado sigue ofreciéndose como cerrajero.
Pero unos y
otros, recibimos su Palabra, ya sea que nos dispusimos a estar en el lugar de
la siembra, asistiendo a las misas y reuniones de comunidades, o que el viento
de algún comentario, una audición radial o hasta algún grafiti, hizo que la
semilla llegara hasta nosotros.
Hoy queremos
proponerles reflexionar sobre uno de los terrenos – actitudes de corazón – que nos
muestra la Parábola del Sembrador Mateo 13:1-23, queremos centrarnos en el versículo
7, la semilla que cayó entre espinos.
La tercera
oración del preámbulo en las reuniones de nuestra comunidad – la primera es la
bienvenida al Señor, la segunda es la de pedirle que perdone nuestros pecados –
es la de pedirle que reciba como un pequeño sacrificio de expiación o
propiciación, todo lo que de malo pueda habernos pasado en la semana. Esto lo
hacemos en un doble sentido, en el sentido propio de la ofrenda, pero también,
tratando de que por el rato que vamos a estar reunidos con Jesús, podamos
centrarnos en lo que Él quiere decirnos en esa tarde.
Quizás no
siempre todos lo logremos. Como lamentablemente tampoco lo logran todas las
personas que asisten a la misa.
Es que muchas
veces como Marta, estamos preocupados de muchas cosas y una sola es necesaria.
Sucede que en
ocasiones asistimos a sus Enseñanzas, tan concentrados en nuestros problemas y
preocupaciones, que nos descentramos en lo que realmente fuimos a hacer y en
lugar de escucharlo a Él nos quedamos escuchando a nosotros mismos.
La semilla
cae en nuestro corazón, porque la gracia de Dios, lo labró, lo fertilizó, pero
también en el mismo terreno, dejamos que las espinas de nuestras preocupaciones
y ambiciones, ahoguen el buen fruto de su Enseñanza.
Cuántas veces
venimos a escucharlo pensando:
·
¿El padre predicará hoy lo que
necesito escuchar?
·
¿Estaremos orando por recibir la
gracia o la misericordia que necesito para resolver mi problema o mi necesidad?
·
¿El guía me dará la oportunidad de
justificarme de mi actitud o de mis faltas?
·
¿Podré decirle a mis hermanos lo
que yo pienso acerca de este pasaje? ¿Podré plantear que yo tengo la mejor solución
para el problema que se plantea?
·
¿Será que hoy recibo la bendición
para obtener lo que me merezco?
La lista
puede volverse muy extensa.
El Señor se
refiere a dos tipos: las preocupaciones
del mundo y la seducción de las riquezas. (v. 22) del segundo grupo, la Vulgata
dice fallacia divitiarum, que traducido significa el engaño de las riquezas. En
este último, no pensemos sólo en los ricos, ni pensemos únicamente en metálico.
Ahí se incluyen, entre otros, el reconocimiento, el prestigio, el honor, el
orgullo, y todas las demás vanidades.
Hagamos el
ejercicio de identificar alguna de estas espinas….
Sabemos que
no hay nada mágico, que haga que nuestros problemas y necesidades desaparezcan
sólo porque estamos escuchando la Palabra. Pero si podemos lograr que el fruto
de ella, sea más fuerte, más vigoroso, que las espinas que compiten con él, habremos
ganado la oportunidad, habremos ganado tiempo, para el momento que podamos quitar
esos obstáculos de nuestra vida.
A veces, como
le pasó al apóstol Pablo, el aguijón permanecerá clavado ahí, pero Cristo
viviendo en nosotros será más poderoso que él. Otras veces, la mayoría de
ellas, los cardos y espinas se secarán solos, porque no tenían raíz. O bien,
porque nuestros problemas no eran tales, o bien porque el fruto de la Buena
Semilla será tan frondoso, que terminará ahogándolos.
Pidámosle al
Señor que nos ayude a ser labradores eficientes.
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