sábado, 26 de marzo de 2022

Como nube matinal

Leyendo la primera lectura de la liturgia de hoy, nos encontramos con un reclamo amoroso del Padre ¿Qué haré contigo, Efraím? ¿Qué haré contigo, Judá? Porque el amor de ustedes es como nube matinal, como el rocío que pronto se disipa. (Ose 6:4)

Nos llevó a recordar otros pasajes donde se manifiesta esta “preocupación” del Padre, por la fragilidad de la memoria de sus hijos. Muchos donde aparece la palabra “memorial”, la exhortación a no olvidar o recordar. Pero presta atención y ten cuidado, para no olvidar las cosas que has visto con tus propios ojos, ni dejar que se aparten de tu corazón un sólo instante. Enséñalas a tus hijos y a tus nietos. (Deu 4:9)

Al punto de haberles ordenado a los israelitas que las leyes de la primera alianza, las escribieran en piedra, las metieran dentro de un arca, luego dentro de la tienda del testimonio o el tabernáculo y construyeran sus campamentos, es decir sus vidas teniéndola por centro. Arca que durante siete siglos los acompañó, hasta que por desobediencia o descuido la perdieron.

Los siglos pasaron, la Revelación se nos siguió regalando, pero fue necesaria una nueva alianza, firmada por la Sangre Preciosa de Nuestro Señor Jesucristo. Él mismo se hizo hombre para mostrarnos que lo que el Padre quiere de nosotros es posible, pero también para abogar ante el Justo, por nuestras debilidades humanas.

Y se quedó con nosotros como memorial cada vez que celebramos la Eucaristía.

Nueva es la alianza, nueva la oportunidad. Lo que no ha cambiado es la fragilidad de nuestra memoria espiritual, que al decir del profeta sigue siendo como el rocío que pronto se disipa

Todos tenemos la posibilidad de asistir al memorial, ya no está reservado sólo a los levitas, algunos lo aprovechamos, pero ¿cuántos lo vivimos?

La falsa seguridad que nos puede dar celebrar la misa, es comparable a la de los israelitas, que se sentían seguros porque el arca los acompañaba en sus batallas y empresas, pero pocos vivían en plenitud la gracia de ser el pueblo de Dios, algunos cumplían los preceptos, para que les fuera bien y para que la sociedad los respetara y admirara, pero nunca llegaron a sentirse parte, nunca fueron familia de Dios.

Como a ellos, cualquier brisa nos aleja, cualquier contrariedad nos deprime, cualquier espectáculo nos atrae más que la Alianza, que se parte y se reparte entre nosotros en un llamado de atención constante: Porque yo quiero amor y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos. (Ose 6:6)

A los carismáticos nos gusta recordar la promesa dada por el profeta Ezequiel: Les daré un corazón nuevo y les infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Les infundiré mi espíritu y haré que caminen según mis preceptos y que cumplan mis mandatos poniéndolos por obra. (Eze 36:26-27)

El desafío es, que no sea un mero recuerdo sino la forma de vida de nuestras comunidades, que nuestro memorial no sea de piedra, sino que esté vivo, latiendo en un corazón de carne, pero lleno del Espíritu Santo, el único que nos puede comunicar con la Santísima Trinidad.

No se trata de un sentimiento, cuando a veces siento y a veces miento, se trata de verdadera común-unión, con Dios mismo que habita en la alabanza de su pueblo, no en un único campamento, sino en cada juntada de dos o más de sus hijos cuando nos reunimos en su nombre. En cada Eucaristía vivida con la devoción y el fervor que se manifiesta cuando es el Espíritu Santo quien la guía, en cada reunión de comunidad o grupo de oración, donde Cristo es centro y motivo de adoración.

Aprovechemos que el pabilo aún humea y que la caña está doblada pero todavía no se quebró.

No sea cosa que nos pase como a los israelitas, que se les perdió el arca.

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