Quienes nos identificamos con la doble misión de ser al mismo tiempo ‘Discípulos y Misioneros de Cristo’ permanecemos en un constante acarrear, desde la fuente que es Dios trino, hacia todos aquellos con los que nos cruzamos por el camino de la vida. Una y otra vez, volviendo al origen, llegando al destino y vuelta a empezar.
Cada uno de nosotros a nuestro modo, con nuestro lenguaje,
nuestra impronta, de distinta manera, como distintas son nuestras formas de
creer.
Al final del capítulo 20 del Evangelio según San Juan, se
nos dice: Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus
discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido
escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios,
y creyendo, tengan Vida en su Nombre.
El autor nos aclara que ese ir a la fuente de la Palabra no
tiene por propósito hacer un relato exhaustivo del obrar del Señor ante los
primeros discípulos, sino expresar lo necesario para que creamos.
De esa forma debería ser también nuestro ‘llevar’, sin la
necesidad de acompañarlo de señales y milagros, pero con la suficiente
convicción para que aquél a quien va destinado nuestro testimonio ‘crea’ y
tenga ‘vida’
En el mismo capítulo, se nos narran las distintas maneras de
creer en la Resurrección que tuvieron los discípulos.
El discípulo querido cree al ver la tumba vacía (v. 8).
María Magdalena cree cuando el Señor dice su nombre (v. 16). Los discípulos
deben ver al Señor resucitado (v. 20). Tomás dice que debe tocar las heridas
(v. 25) – aunque esa necesidad se evapora una vez que ve a Cristo resucitado
(v. 28).
Así nosotros, según nuestra propia experiencia de fe, así
vamos cumpliendo la misión que el Señor mismo nos encomendó.
De ahí que no tenemos que preocuparnos tanto de aprender un
libreto, un procedimiento estructurado sino más bien de transmitir de la misma
forma que nos llegó a nosotros, de la misma manera que recogimos de la
‘fuente’, sin quitar nada, sin adornar, sin complementar.
Porque de la misma forma que quienes hemos leído la
experiencia de los discípulos y seguramente nos identificamos con alguno de
ellos, cuando sentimos que nos llamaba por nuestro nombre, o por aquél
encuentro personal que fue tan intenso que llegamos a ‘tocarlo’ o porque como
dice San Agustín ‘Donde acaba la razón, empieza la fe’
Alguien, allí afuera está esperando, está necesitando que le
contemos nuestra experiencia, que le expliquemos cómo nos dimos cuenta que
Jesús resucitó y se nos presentó a nosotros y a varios de nuestros hermanos.
Pero esto no será posible en nuestro encierro, en nuestras
dudas, en el aislamiento. Es necesario dejar entrar al Señor, que aún con
nuestras puertas cerradas por el temor, como también el de los discípulos (v.
19) – y cómo no temer – vuelve a nuestras vidas con su paz – esa de la que el
apóstol Pablo dice que sobrepasa todo entendimiento.
“Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al
Señor” (v. 20). Los discípulos se alegran al ver al Señor. Éste es el punto de
partida para ellos, y nunca más temerán ni dudarán. Y ese debe ser también
nuestro punto de partida ahora, en este tiempo, tiempo de pandemia y de
incertidumbre.
Mientras leemos este artículo, no están presentes ninguno de
aquellos primeros discípulos, por lo menos no físicamente. Pero está presente
su testimonio.
¿Cómo seguir sus pasos, como hacer nosotros para testimoniar
sin el contacto físico, sin el cara a cara, sin la proximidad que la circunstancia
impide?
Si estamos leyendo esto, tenemos los recursos, seamos
creativos, usemos los medios de comunicación, el campo de batalla en el que se
han convertido las redes, para poner un poco de luz y de esperanza, no donde
sobreabunda, ahí se desperdicia, sino donde hace falta.
La gente está enojada, porque el lugar que debía estar
ocupando la misericordia y la comprensión está ocupado por el enfrentamiento
infeliz e infecundo. Aún entre hermanos en la fé.
Un día, ya resucitado Jesús, compartiendo con los discípulos
y luego de recomendarles que no se alejaran de la comunidad (Jerusalén) porque
era allí donde se cumpliría lo que el Padre había prometido les dijo:
‘…recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá
sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y
hasta los confines de la tierra’. (Hch 1:8)
¿Crees en esto?... pues que se te note.
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