El progresismo resulta simpático. Está de moda, y tiene ‘onda’
llevar esa etiqueta.
El diccionario de la RAE en su primera acepción dice:
1. adj. Dicho de una
persona, de una colectividad, etc.: Con ideas avanzadas, y con la actitud que esto entraña
Si vamos por avanzada:
1. adj. Que se distingue por su audacia
o novedad en las artes, la literatura, el pensamiento, la política, etc.
Si seguimos por audacia: 1.
f. Osadía, atrevimiento
Por último, si vamos por atrevimiento, parece que la
definición más apropiada sería: 4. prnl.
Llegar a competir, rivalizar. Asumiendo
que no se trata de insolentarse o faltarle el respeto a nadie.
¿Con quién compite o rivaliza el progresismo? ¿Hasta dónde
es bueno que lo haga?
Parece lógico pensar, que compite contra aquello
pre-establecido, con lo que le antecede. En lo que nos interesa reflexionar hoy, contra aquellas normas,
principios y valores que se quieren cambiar, adaptar a las necesidades actuales
de los progresistas.
El hasta dónde, ya no es tan fácil de concluir. Dependerá de
la altura donde esté establecido el umbral de cada uno, de la fina línea del
horizonte donde nos posicionemos, del lado del cielo – elevados – o del lado
del mar – hundidos.
Para muchas personas esto resulta indiferente, es más cómodo
dejarse llevar por la corriente, que ponerse a pensar hacia dónde la misma las conduce.
Para otras, ya más interesadas, es mejor que esa línea esté
cerca de su forma de pensar, de actuar, de manera que su proceder, su andar por
la vida, ‘esté bien’.
En esa dirección parece ir la sociedad, que por estos días,
está muy ocupada en generar derechos, pero muy poco exigente en materia de
obligaciones.
Estamos viviendo en lo social, aquella corriente que en el
siglo XVIII se empleó en la economía: Laissez
faire et laissez passer, le monde va de lui même; «Dejad hacer, dejad pasar, el mundo va solo» Y para poder ‘dar
garantías’ a quienes así quieren vivir, se necesitan leyes, por eso las
escribimos y en el futuro quienes las lean, nuestros hijos y nietos, van a
aprender que está bien que el hombre haga lo que quiera. Es progresista.
Los cristianos, no tenemos esa confusión. Mejor dicho no
deberíamos tenerla.
Para nosotros lo que está bien es lo que Dios dice que está bien.
Históricamente no tuvimos ese problema, porque nuestros próceres, luego nuestros
legisladores, tuvieron el sano temor de Dios. En el sentido de no atreverse a
competir o rivalizar con Él, ya no por miedo, sino por sabiduría.
Pero hoy nos encontramos, que la política y lo social,
entran en colisión con lo que Dios establece. Y ahora ya no es tan natural
vivir de acuerdo a aquellos valores. Ahora ya no es tan fácil educar a nuestros
hijos. Ahora es muy fácil equivocarse tratando de hacer las cosas bien. Ahora
todo es relativo.
En este escenario, lo primero que debemos disipar es la
duda: qué es lo bueno, a qué debo someterme, a lo que Dios me dice o a lo que
los hombres ‘hoy’ llaman bueno.
Esta situación está laudada desde los días siguientes a la
Resurrección de Cristo, cuando los primeros discípulos se enfrentaron ante las
autoridades de entonces y nos dejaron este legado: Pedro y
Juan les respondieron: "Juzguen si está bien a los ojos del Señor que les
obedezcamos a ustedes antes que a Dios, Nosotros no podemos callar lo que hemos
visto y oído". Hechos 4:19-20
Quizás entre los lectores, haya quien no gusta de las
Escrituras, pero sí de la filosofía o la literatura. Estas palabras de los
apóstoles pueden compararse a muchas otras palabras semejantes que nos
transmite la historia profana. Según Platón, Sócrates dijo a sus jueces: «Os
honro y os amo, pero antes obedeceré a Dios que a vosotros», y el poeta
Sófocles en su tragedia Antígona pone en labios de ésta las siguientes
palabras: «No quisiera ser víctima de los castigos de los dioses por haber temido
la arrogancia de un hombre.»
Quisiéramos que esta reflexión pueda motivar a todo aquél
que esté preocupado en hacer las cosas bien - no lo que la moda del momento, o
los lobbys, dicen que está bien – para que se acerque, o no se aparte, del bien
mismo, de Dios, hecho persona en su Hijo Jesucristo. Y no nos referimos a la
ética.
Nos estamos refiriendo a ser felices, a tener una buena
calidad de vida. Esto no lo garantizan las leyes humanas, menos cuando se
oponen a lo que Dios quiere para nuestras vidas. La discriminación moral está
en la conciencia, está impresa en nuestra naturaleza y por más que a la luz de
la opinión pública esté ‘todo bien’, a solas con nosotros mismos, sabemos que
la cosa es bien distinta.
Tengamos en cuenta que por más que hagamos una ley contra la
gravedad, la manzana siempre se va a dar contra el suelo, aunque quiera y grite
que está bien, que al desprenderse del árbol, pueda quedar suspendida en el
aire.
La arrogancia del hombre, ha echado a Dios de todos lados,
del estado, de las escuelas, de la sociedad,
de los medios de comunicación. Quedan pocos refugios donde poder
encontrarlo, quizás solamente en las familias y en las comunidades cristianas.
También, motivar a todos los que compartimos la fe, a ser
cristianamente progresistas, como Jesús lo fue. De nosotros depende, no podemos callar lo que hemos visto y oído
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