sábado, 28 de julio de 2012

Que crezcan juntos




Mateo 13:24-30
Los discípulos, producto de nuestra propia inmadurez espiritual, muchas veces confundimos el juicio divino con la justicia divina.
La idea bíblica de justicia o rectitud generalmente expresa conformidad con todas las áreas de la vida de Dios: ley, gobierno, Alianza, lealtad, integridad ética o acciones amables. Cuando los hombres se adhieren a la voluntad de Dios como está expresado en su Ley, son considerados justos o rectos. Jesús enseñó que aquellos que conformen sus vidas a sus enseñanzas son también justos, rectos.
Mientras que: El juicio es el proceso por el cual Dios pide cuentas al pueblo de su conducta y reparte en consecuencia su destino.[1]
Es muy importante que conozcamos la diferencia porque, mientras estamos llamados a uno, estamos prevenidos del otro.
Busquen primero el Reino y su justicia Mateo 6:33
Queridos míos, no hagan justicia por sus propias manos, antes bien, den lugar a la ira de Dios. Porque está escrito: Yo castigaré. Yo daré la retribución, dice el Señor.Rom 12:19
Al punto nos lleva nuestra confusión, de dejarnos enredar por los lazos que el enemigo nos va tendiendo, cuando nos lleva a cuestionar la coherencia divina, que permite el mal en el  mundo, y la efectividad de la comunidad, cuando percibimos que ese mal o injusticia, real o aparentemente se manifiesta hasta en sus siervos.
En la parábola del trigo y la cizaña se nos plantea una curiosidad, vemos al  Señor diciéndonos que no tratemos de destruir el mal, porque corremos el riesgo de destruir también el bien y se nos ordena ‘Dejen que crezcan juntos’
Comentando la parábola, John Henry Newman dice:
        Hay escándalos en la Iglesia, cosas censurables y vergonzosas; ningún católico podrá negarlo. Tiene siempre que asumir (la Iglesia-n.e.) el reproche y la vergüenza de ser la madre de hijos indignos; tiene hijos que son buenos, y otros que son malos... Dios habría podido instituir una Iglesia que fuera pura; pero predijo que la cizaña sembrada por el enemigo, crecería con el trigo hasta la cosecha, en el fin del mundo. Afirmó que su Iglesia sería semejante a una red de pescador "que recoge peces de todas clases" y que no se escogen hasta el atardecer (Mt 13,47s).
        Yendo más lejos todavía, declaró que los malos y los imperfectos, le importaban más que los buenos. “Muchos son los llamados, dijo, pero pocos los escogidos" (Mt 22,14), y su apóstol dice "que subsiste un resto, elegido por gracia" (Rm 11,5). Existe, pues sin cesar, en la historia y en la vida de los católicos, el juego de hechos ampliamente contradictorios... Pero no nos avergonzamos, ni escondemos el rostro entre las manos, al contrario, levantamos nuestras manos y nuestra cara hacia nuestro Redentor.
        "Como los ojos de los esclavos fijos en las manos de sus señores..., así están nuestros ojos en el Señor, Dios nuestro, esperando su misericordia" (Sal. 122,2)... Acudimos a ti, juez justo, porque eres tú el que nos mira. No hacemos ningún caso a los hombres, mientras te tenemos, a ti..., mientras tenemos tu presencia en nuestras asambleas, tu testimonio y tu aprobación en nuestros corazones.[2]
Qué importante es aprovechar esta rica sabiduría, que la tradición de nuestra iglesia ha conservado para nuestro bien y a la que hoy tenemos la gracia de acceder.
Cuanta inquietud, cuanta vergüenza, cuanta desmotivación, cuando dolor, nos podemos ahorrar si nos dedicamos a lo que nos corresponde, buscar la justicia, y le dejamos a Cristo la tarea del juicio y castigo. A nosotros el preparar el terreno, el sembrar el trigo, el fertilizarlo y regarlo. Al Señor y sus ángeles el segar y separar la cizaña para el fuego.
 Consideremos que sólo aquel que es la Misericordia absoluta puede ser digno del juicio absoluto. ¿Acaso, somos nosotros capaces de tal dación como para poder atribuirnos el juicio?
Desde el origen de la vida del hombre, el mentiroso ha estado engañándonos, haciéndonos creer que a Dios no le interesa nuestro bien, sino que es un dios egoísta. En nuestros días lo sigue haciendo, aprovechando cualquier error o tergiversando información o manipulándola a su antojo para que cualquier piedra de tropiezo – léase escándalo – se transforme en una montaña que dealiente nuestro paso.
Cuando Cristo entrega su vida para mostarle al mundo que la justicia del Padre vale más que nada, aún más que la vida, el enemigo señala con el dedo cualquier árbol caído para tratar de convencernos que el bosque no existe. Es obvio, no le conviene quedar en evidencia. Como aquellos niños que son reprendidos por alguna travesura señalan a otro diciendo que también hizo algo mal, o aquellos empleados infieles que ante una norma disciplinaria argumentan que no la respetan porque algún superior no lo hace.
Ante esa situación podemos elegir: entre ser parte de la solución o parte del problema y es en la fe donde encontraremos las reservas necesarias que nos permitan optar entre una u otra. La fe en Dios, no en los hombres, el creer en lo que Dios nos dice y no en lo que enemigo se empeña en hacernos notar.
Claro que no es fácil, porque la fe es la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve. Ni lo tenemos, ni lo vemos. No le podemos probar a nuestros sentidos y a nuestra razón lo que ella nos dice, porque aquellos no acceden a donde ella vive. Pero tengamos en cuenta que sin fé es imposible agradar a Dios.
El padre P. Horacio Bojorge, en las reflexiones acerca de la acedia cita al  poeta argentino, Francisco Luis Bernárdez que tiene un soneto muy hermoso que se puede aplicar a lo de la fe, dice:
«Porque después de todo he comprendido
que lo que el árbol tiene de florido
vive de lo que tiene sepultado».
Así también, en la vida cristiana. La vida cristiana tiene las flores de las virtudes de la vida cristiana que viven de la fe, que está como enterrada en la oscuridad de la tierra, pero que nutre - esa fe - a las virtudes de la caridad, de la esperanza.               


[1] FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, 2001
[2] Beato John Henry Newman (1801-1890), teólogo, fundador del Oratorio en Inglaterra Sermones predicados en varias ocasiones, n° 9, 2.6