sábado, 28 de abril de 2012

La Esperanza está viva


En tiempos de Pascua, las lecturas, homilías, el ambiente cristiano, nos proponen reflexionar acerca de las consecuencias de la Resurrección de Cristo. Por lo tanto, la propuesta para esta reunión, es analizar en qué puede afectar en nuestra vida como discípulos de hoy, creer en la verdad de este acontecimiento.
Muchos creyentes tienen una visión muy corta respecto a las consecuencias personales de la Resurrección. Por una deformación cultural o por razones de miopía espiritual consideran que el hecho de que Jesús haya resucitado, si bien los habilita a tener buena  una vida más allá de la muerte, les implica en el presente llevar una vida más o menos, moralmente aceptable.
Esta corta visión termina siendo una carga, y como aquellos, de quienes leíamos en la lectura de hoy, explícita o interiormente, terminan diciendo ‘Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?’ Juan 6:60
En los cuarenta días, luego de haber resucitado: Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos Juan 20:30  Llama la atención, por qué únicamente sus discípulos pudieron presenciarlo. Podemos especular en que sólo aquellos que un día le dijeron ‘Sólo tú tienes palabras de vida eterna Juan 6:68’ serían capaces de entender el significado y la trascendencia de ver a su Maestro en esa nueva dimensión.
Es que los discípulos a diferencia de los creyentes, además de creer en la existencia de Jesús, creen en sus enseñanzas y las obedecen. En una obediencia que no se agota con decir amén y cumplir una serie de preceptos, sino que implica un cambio de vida, un renacer. ‘No todo el que me diga Señor…’
¿En cuál de los dos grupos nos ubicamos? En el de los creyentes miopes o en el de los discípulos. Antes de apurar alguna respuesta, pensemos realmente si el creer en Jesús vivo, tiene un efecto vivificador en nuestra vida de hoy, en el día a día, en nuestras actitudes, en nuestra voluntad y hasta en nuestros sentimientos.
El apóstol Pedro preocupado por esta cuestión, escribía a la primera iglesia y nos escribe a nosotros, en su primera carta, un primer capítulo para poner luz sobre el asunto.
Nos dice en el versículo 3: Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, nos hizo renacer, por la resurrección de Jesucristo, a una esperanza viva.
Pedro supo bien de la decepción de ver cómo aquél en quien había puesto el anhelo de tener una vida mejor, de lograr un objetivo de libertad y justicia, moría injustamente, llevándose al sepulcro todas sus expectativas.
La Palabra no nos narra, cuáles fueron sus pensamientos entonces, si es que no había entendido lo que el Maestro le explicaba cuando le hablaba de su resurrección o quizás como muchos creyentes de hoy en día, se decía a sí mismo, ‘quedará para cuando me muera’. Lo que sí nos dice la Escritura, es que él, quien junto a los otros discípulos un día ‘dejándolo todo’ habían seguido a Jesús, luego de su muerte, volvió a sus redes y a sus fatigas.
Pero el Pedro, testigo de la resurrección, nos dice que ese acontecimiento,  nos hizo ‘renacer’ a la ‘esperanza’. Vaya cambio de actitud.
Algunos de nosotros, actuamos como Pedro ex-ante. Una cosa es nuestra actitud, cuando escuchamos la Palabra, cuando asistimos a alguna velada de oración o de alabanza, cuando nos reunimos en comunidad, es decir cuando compartimos un tiempo con Jesús y otra bien distinta es cuando volvemos a nuestra cotidianidad. Parece que nos desenchufáramos, perdiendo la energía, perdiendo el color.
En esos momentos, no alcanzamos a percibir a la Esperanza Viva que nos acompaña en el camino y como aquellos discípulos de Emaús, la depresión nos gana y nos vence.
La vida no es fácil, y muchas veces,  nosotros mismos la complicamos aún más, creándonos problemas y necesidades donde no los hay. Verdaderos artesanos de tristezas, insatisfacción, ambiciones de lo efímero e intrascendente.
Pedro nos dice, de acuerdo a su propia experiencia, que como consecuencia de la fe: ‘ustedes (nosotros) se regocijan a pesar de las diversas pruebas que deben sufrir momentáneamente… Porque ustedes lo aman sin haberlo visto, y creyendo en él sin verlo todavía, se alegran con un gozo indecible y lleno de gloria,  seguros de alcanzar el término de esa fe, que es la salvación’
El término de la fe es la salvación. No hay dos opiniones al respecto. Ese es nuestro destino y el verdadero propósito de nuestra vida. Pero no se salta del presente hasta el final. Hay un camino que vamos transitando como peregrinos y extranjeros.
Y en ese camino, decidimos momento a momento, si nos apropiamos de las promesas de Jesús o ‘lo dejamos para más adelante’. Decidimos como nos proyectamos, como trabajamos, como amamos, como perdonamos, como nos relacionamos con los demás. Decidimos, si nos ponemos los lentes oscuros en un día nublado, o llenamos de luz y de vida nuestra mirada.
Creemos que a esto es lo que se refería Jesús cuando nos decía, ‘he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia’
Descartemos el simplismo de decirnos que ‘igual es mi vida y la vivo como quiero’ Porque de nuestra actitud, dependen, no únicamente nuestra calidad de vida, sino la credibilidad de nuestro testimonio.
Si somos discípulos grises, tristes, mediocres ¿a quién vamos a convencer de las bondades y los beneficios de seguir a Cristo?
Pero también tenemos que ser conscientes de nuestra inestabilidad emocional, de nuestras debilidades y flaquezas.
Dice el texto: Y ahora ustedes han recibido el anuncio de ese mensaje por obra de quienes, bajo la acción del Espíritu Santo enviado desde el cielo, les transmitieron la Buena Noticia que los ángeles ansían contemplar.
Si la acción del Espíritu Santo no permanece, nos va a resultar muy difícil que lo que creemos como ‘Palabra de vida eterna’, sea eficaz en nuestra vida y en la vida de aquellos a los que el Padre nos envíe en el nombre de Cristo a llevarles la Buena Nueva.
El apóstol Pablo complementa la idea: Porque solamente en esperanza estamos salvados. Ahora bien, cuando se ve lo que se espera, ya no se espera más: ¿acaso se puede esperar lo que se ve?  En cambio, si esperamos lo que no vemos, lo esperamos con constancia. Igualmente, el mismo Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad porque no sabemos orar como es debido; pero el Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables. Romanos 8:24-26
Preparando nuestro propio Pentecostés, pidámosle al Señor y Dador de vida, que venga en nuestra ayuda, para que nuestra debilidad, no nos haga perder de vista que la Esperanza está viva y es nuestra decisión mantenerla así.

sábado, 21 de abril de 2012

¿De dónde viene lo que intentamos?


Fiel a su promesa, Jesús siempre protege a quienes envía a la misión. Un testimonio de ello lo encontramos en las primeras actividades de los Apóstoles, cuando enfrentados al Sanedrín, defendiendo la fe, pusieron en riesgo sus vidas. En esa oportunidad, utilizó la prudencia de Gamaliel para frenar la ira del concejo y sus consecuencias.

Cuando los concejeros querían matar a los apóstoles les recomendó: “… No se metan con esos hombres y déjenlos en paz, porque si lo que ellos intentan hacer viene de los hombres, se destruirá por sí mismo,  pero si verdaderamente viene de Dios, ustedes no podrán destruirlos y correrán el riesgo de embarcarse en una lucha contra Dios" Hch 5:38-39

Gamaliel, sin saberlo, estaba profetizando que la obra que Dios le encargó a su Iglesia, nadie la podría destruir, a pesar de los ataques de afuera y los errores de adentro, los históricos y los actuales.

Además del respaldo - podríamos decir “institucional” - que tenemos al pertenecer a la comunidad fundada por el propio Jesús, ¿qué otra lección, como discípulos de hoy, podemos sacar del texto?

Algunos discípulos, que respondiendo al mandato de Jesús, de comprometerse y servir, sobre todo en el propósito de multiplicar el discipulado, algunas veces, nos sentimos “presionados”,  nos frustramos, cuando no logramos percibir los resultados de nuestra tarea y nos declaramos incapaces, bajando los brazos.

Distintas pueden ser las razones que provoquen esta situación, desde una tentación, haber elegido mal el área en la quisimos servir, la improvisación, etc. Pero del texto nos surge una pregunta muy clara ¿de dónde viene lo que intentamos hacer?

Si tenemos claro que es una intención humana, que lo hacemos para “sentirnos bien”, porque moral y éticamente es buena cosa ayudar a los demás, porque creemos en algún sistema de recompensas en el que si damos vamos a recibir algo a cambio, es muy probable que lo que intentemos hacer se “destruya a sí mismo”.

La historia nos cuenta, de muchas “buenas intenciones” que han quedado por el camino o que han mutado, conservando su marca: en lo social, en lo intelectual, en lo político, filosófico, económico. No porque fueran malas en sí mismas, sino porque “venían del hombre” y por lo tanto, variables, frágiles, adaptables.

Sin embargo, si tenemos claro que lo que intentamos hacer, responde al llamado de Jesús, la seguridad es otra, porque sabemos que aquello que viene de Dios, eso permanece, es constante, porque en Él  “no hay cambio ni sombra de declinación” (Santiago 1:17).

Pero tratándose de hombres y mujeres – porque esa es la naturaleza de los discípulos – las cosas nunca son negro sobre blanco, sino que en distintos matices de gris.

Si Dios está “utilizando” alguna buena intención humana para su propósito – como en el caso Gamaliel – será de un gris oscuro. Eso ya es un asunto de nuestro Padre en el que no nos conviene meternos.

Ahora, si nosotros estamos intentando hacer lo que “viene de Dios” a nuestra manera, será de un gris más claro, pero eso sí que tendremos que revisarlo.

El apóstol Pablo – casualmente, discípulo de Gamaliel – estuvo analizando esta situación y en la primera carta a los corintios 1:18-31, nos cuenta las conclusiones a las que llegó.

Hace una primera gran clasificación de los intentos humanos por abordar las cosas divinas:
·         Los judíos que piden milagros
·         Los griegos que buscan sabiduría

¿Se mantiene esa clasificación en la realidad actual? Creemos que sí.

Algunos hermanos, caemos en el riesgo de andar buscando u ofreciendo milagros, olvidándonos que en la insondable voluntad del Padre, está establecido que es mejor creer sin haber visto, que creer por haber visto. Si los regalos de papito Dios llegan, porque los hemos visto y sabemos que existen, gloria a Él. Ahora, ¿qué pasa si no vienen?

Otros, caemos en un riesgo igual de peligroso que el anterior, y es el de tratar de entender o presentar a los demás a un dios que pueda contenerse en la razón o sabiduría humana, eso es dimensionalmente imposible. Dios no cabe en nuestros límites y si hacemos demasiada fuerza, lo más probable, es que rompamos el recipiente y se derrame la razón. Porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres.

Pablo continúa explicándonos:
Hermanos, tengan en cuenta quiénes son los que han sido llamados: no hay entre ustedes muchos sabios, hablando humanamente, ni son muchos los poderosos ni los nobles.  Al contrario, Dios eligió lo que el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios; lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes;  lo que es vil y despreciable y lo que no vale nada, para aniquilar a lo que vale.  Así, nadie podrá gloriarse delante de Dios.

Entendamos bien lo que nos quiere decir. No es que tengamos que ser torpes, viles o faltos de instrucción, ya que quien escribe, Pablo mismo, no lo es. Se está refiriendo a la actitud de despojarnos de toda cualidad humana que intentemos poner por encima de aquél a quien anunciamos. Eso es lo que se nos pide. Ofrecemos contenido, no envase.

Si bien tenemos que saber dar razón de nuestra fe, el esfuerzo tiene que estar dirigido a que quien nos está viendo, pueda percibir aunque sea un reflejo de Cristo, quien nos esté es escuchando o nos esté leyendo, pueda recibir lo que el Espíritu Santo quiere decir a través nuestro.

Tampoco se trata de despreciar nuestra personalidad, sino de lo contrario, de trascender.

Para poder hacer lo que viene de Dios, necesariamente tenemos que conocer a Dios y para conocerlo a Él, tenemos que mirar, escuchar y conocer a Jesús. Mantengámonos unidos a la comunidad de la iglesia, donde Jesús se manifiesta. Hablemos con Él todas las veces que podamos.

A un ateo no le podemos hablar del dios que él cree que no existe, sino del Dios que conocemos, de nuestro padre que tanto nos ama.

La tarea no es sencilla, utilicemos todos los recursos a nuestro alcance. Recurramos a la asistencia del Espíritu Santo en todo lo que vayamos a hacer, presentar, escribir, decir. Asegurémonos siempre de dónde viene lo que nos está motivando.

Todo lo que puedan decir o realizar, háganlo siempre en nombre del Señor Jesús, dando gracias por él a Dios Padre (Col. 3:17)

sábado, 14 de abril de 2012

Sean misericordiosos


El 30 de abril del año 2000, coincidiendo con la canonización de Santa Faustina, “Apóstol de la Divina Misericordia”, su Santidad Juan Pablo II instituyó oficialmente la Fiesta de la Divina Misericordia a celebrarse todos los años en esa misma fecha: domingo siguiente a la Pascua de Resurrección. Junto a los hermanos católicos de todo el mundo, nos adherimos con suma atención a esta fiesta.
Teniendo además una motivación adicional, que es la de celebrar también, el patronato de nuestra querida parroquia de Belén.
La Divina Misericordia por ser un atributo de Dios, es inefable. Es inútil que tratemos de comprenderla con nuestra razón o intelecto. Con ellos únicamente podremos tomarle unas instantáneas y con la ayuda del Espíritu Santo, lograr que nuestro corazón pueda discernir lo más posible este regalo tan inmerecido que nuestro Padre nos da, en la vida misma de nuestro Señor Jesucristo.
Nuestro Señor dijo en una ocasión a Santa Faustina: “Mi misericordia es tan grande que en toda la eternidad no la penetrará ningún intelecto humano ni angélico.”
Del diario de la santa, se extraen las siguientes peticiones que Jesús le hizo:
206  Al día siguiente, después de la Santa Comunión oí la voz:   "Hija Mía, mira hacia el abismo de Mi misericordia y rinde honor y gloria a esta misericordia Mía, y hazlo de este modo: Reúne a todos los pecadores del mundo entero y sumérgelos en el abismo de Mi misericordia.  Deseo darme a las almas, deseo las almas, hija Mía.  El día de Mi fiesta, la Fiesta de la Misericordia, recorrerás el mundo entero y traerás a las almas desfallecidas a la fuente de Mi misericordia.  Yo las sanaré y las fortificaré".
1059  (...)   Deseo la confianza de Mis criaturas, invita a las almas a una gran confianza en Mi misericordia insondable.  Que no tema acercarse a Mí el alma débil, pecadora y aunque tuviera más pecados que granos de arena hay en la tierra, todo se hundirá en el abismo de Mi misericordia. 
570  (...)  "No encontrará alma ninguna la justificación hasta que no se dirija con confianza a Mi misericordia y por eso el primer domingo después de Pascua ha de ser la Fiesta de la Misericordia."    
300 (...) "La humanidad no conseguirá la paz hasta que no se dirija con confianza a Mi Misericordia."
"Oh, cuánto me hiere la desconfianza del alma.  Esta alma reconoce que soy santo y justo, y no cree que Yo soy la Misericordia, no confía en mi bondad.  También los demonios admiran Mi justicia, pero no creen en Mi bondad. "
"Mi Corazón se alegra de este título de misericordia. "  
301  "Proclama que la misericordia es el atributo más grande de Dios.  Todas las obras de Mis manos están coronadas por la misericordia."
88  (...)  "Deseo que esta imagen sea expuesta en público el primer domingo después de la Pascua de Resurrección.  Ese domingo es la Fiesta de la Misericordia.  A través del Verbo Encarnado doy a conocer el abismo de Mi Misericordia. "
742  (...)  "Sí, el primer domingo después de Pascua es la Fiesta de la Misericordia, pero también debe estar presente la acción y pido se rinda culto a Mi misericordia con la solemne celebración de esta Fiesta y con el culto a la imagen que ha sido pintada.  A través de esta imagen concederé muchas gracias a las almas; ella ha de recordar a los hombres las exigencias de Mi misericordia, porque la fe sin obras, por fuerte que sea, es inútil." 
El 17/08/2002, Juan Pablo II decía esta homilía:
 “Padre eterno, Te ofrezco el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad de Tu amadísimo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, por los pecados nuestros y del mundo entero; por su dolorosa pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero” (Diario, 476, ed. it., p.193). De nosotros y del mundo entero... ¡Cuánta necesidad de la misericordia de Dios tiene el mundo de hoy! En todos los continentes, desde lo más profundo del sufrimiento humano parece elevarse la invocación de la misericordia. Donde reinan el odio y la sed de venganza, donde la guerra causa el dolor y la muerte de los inocentes, se necesita la gracia de la misericordia para calmar las mentes y los corazones, y hacer que brote la paz. Donde no se respeta la vida y la dignidad del hombre se necesita el amor misericordioso de Dios, a cuya luz se manifiesta el inexpresable valor de todo ser humano. Se necesita la misericordia para hacer que toda injusticia en el mundo termine en el resplandor de la verdad. Por eso hoy, en este santuario, quiero consagrar solemnemente el mundo a la Misericordia Divina. Lo hago con el deseo ardiente de que el mensaje del amor misericordioso de Dios, proclamado aquí a través de Santa Faustina, llegue a todos los habitantes de la Tierra y llene su corazón de esperanza. Que este mensaje se difunda desde este lugar a toda nuestra amada patria y al mundo. Ojalá se cumpla la firme promesa del Señor Jesús: de aquí debe salir “la chispa que preparará al mundo para Su última venida” (cf. Diario, 1732, ed. it., p. 568). Es preciso encender esta chispa de la gracia de Dios. Es preciso transmitir al mundo este fuego de la misericordia. En la misericordia de Dios el mundo encontrará la paz, y el hombre, la felicidad. Os encomiendo esta tarea a vosotros, amadísimos hermanos y hermanas,…  ¡Sed testigos de la Misericordia!
Para terminar, hagamos nuestra esta oración de Sor Faustina :
Ayúdame, oh Señor, a ser misericordioso
Ayúdame, oh Señor, a que mis ojos sean misericordiosos, para que yo jamás recele o juzgue según las apariencias, sino que busque lo bello en el alma de mi prójimo y acuda a ayudarle.
Ayúdame, oh Señor, a que mis oídos sean misericordiosos, para que tome en cuenta las necesidades de mi prójimo y no sea indiferente a sus penas y gemidos.
Ayúdame, oh Señor, a que mi lengua sea misericordiosa, para que jamás hable negativamente de mi prójimo, sino que tenga una palabra de consuelo y de perdón para todos.
Ayúdame, oh Señor, a que mis manos sean misericordiosas y llenas de buenas obras, para que sepa hacer sólo el bien a mi prójimo y cargar sobre mí las tareas más difíciles y penosas.
Ayúdame, oh Señor, a que mis pies sean misericordiosos, para que siempre me apresure a socorrer a mi prójimo, dominando mi propia fatiga y mi cansancio.  Mi reposo verdadero está en el servicio a mi prójimo.
Ayúdame, oh Señor, a que mi corazón sea misericordioso, para que yo sienta todos los sufrimientos de mi prójimo.  A nadie le rehusaré mi corazón.  Seré sincera incluso con aquellos de los cuales sé que abusarán de mi bondad.  Y yo misma me encerraré  en el misericordiosísimo Corazón de Jesús.  Soportaré mis propios sufrimientos en silencio.  Que tu misericordia, oh Señor, repose dentro de mí.
Por fin, recordemos lo que nos ha mandado nuestro Señor: Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso. Lucas 6:36