sábado, 30 de julio de 2011

La tienda del encuentro


Los discípulos, en general tenemos responsabilidades como guías de otras personas. En algunos casos, por ser responsables de comunidades, de ministerios o de grupos. En otros, por ser padres de familia o hermanos mayores. Aun, no perteneciendo a ninguno de estos grupos, como enviados a guiar a quienes todavía no lo conocen, al encuentro con Cristo.
En muchas oportunidades, quienes tenemos tal responsabilidad, nos encontramos con la incertidumbre de encontrar la comunicación o la acción adecuadas, y fallamos en nuestra tarea o lo que es peor, dejamos de hacerla.
Analicemos el ejemplo bíblico de alguien a quien le cupo la responsabilidad, de conducir a un pueblo de la esclavitud a la libertad. Reflexionemos sobre la experiencia de Moisés, relatada en el libro del Éxodo 33:7-17.
Moisés levantó la tienda del encuentro, que era el lugar donde ‘todo el que tenía que consultar al Señor debía dirigirse’ 8
La carpa ‘la instaló fuera del campamento, a una cierta distancia’. La primera precaución que tomó, fue sacarla del contexto donde se desarrollaba la vida cotidiana, de forma que, alejada del ruido y el movimiento, fuera un ambiente propicio para concentrarse en lo que se quería consultar a Dios.
Uno de los errores que frecuentemente cometemos, es no tomar distancia de la situación a resolver. Metemos todo en el mismo paquete y en lugar de ser parte de la solución, pasamos a ser parte del problema.
Dice el texto que: ‘El Señor conversaba con Moisés cara a cara, como lo hace un hombre con su amigo’ 11 De donde podemos deducir, que la relación que Moisés había establecido con Yahvé, era una relación de amistad, una relación de confianza y de trato directo.
Esto nos marca otro error en el que podemos caer cuando vamos a consultar al Padre y es el de ubicarlo en una posición demasiado jerárquica, que nada tiene que ver con el respeto que le tengamos, sino con la falta intimidad que tenemos con Él.
De la forma que nos relacionemos con Él, van a depender los temas que nos sintamos capaces de plantearle y las limitaciones que le podamos demostrar.
De la forma en la que nos dirijamos a Él, va a depender como procesemos mentalmente las respuestas que obtengamos.
Si nos dirigimos como quien se dirige a un juez, vamos a trasladarles a los demás sus respuestas como sentencias, como Moisés. Si lo hacemos como quien consulta a un sabio, luego daremos humanos consejos, como Salomón. En cambio si lo hacemos pensando en que es nuestro papito Dios, les daremos a los demás y a nosotros mismos, respuestas de amor y de misericordia, como el propio Jesús.
Volviendo a Moisés, dice el texto que le planteó a Dios: "Tú me ordenas que guíe a este pueblo, pero no me has indicado a quién enviarás conmigo, a pesar de que me dijiste: "Yo te conozco por tu nombre y te he brindado mi amistad" 12 Reconociendo con humildad, en el propio planteo, su falta de capacidad para responsabilizarse personalmente de la misión que le encomendaba.
Este detalle, muchas veces se nos escapa. Le pedimos a Dios que nos dé directivas de qué hacer o qué decir, pero no medimos nuestras limitaciones al momento de tener que ejecutarlas.
El reconocimiento de Moisés obtuvo la respuesta del Padre: ‘El Señor respondió: "Yo mismo iré contigo y te daré el descanso"’ 14. Tenemos que, nosotros también, lograr la misma respuesta del Padre, que sea Él mismo, en la persona del Espíritu Santo, quien nos acompañe en la ejecución.
Apliquemos la experiencia de quienes nos precedieron y cuyo testimonio quedó escrito para nuestra gracia.
Cada uno de nosotros, levantará su propia tienda del encuentro, su tabernáculo de reunión, en el lugar más apropiado y lo visitará en el momento más oportuno. Algunos lo harán delante del Santísimo, otros en la intimidad de la oración, otros reflexionando en la Palabra. Tan importante como el lugar y el momento, lo son, la familiaridad del diálogo y el reconocimiento humilde de nuestra total y absoluta dependencia del Dios trino, misericordioso y amistoso.

sábado, 23 de julio de 2011

Entregando la carga


Cuentan que Juan y Pedro eran albañiles calificados que durante muchos años habían trabajado en la misma empresa constructora. Coincidió que al mismo tiempo, ya cansados por el pesado trabajo que les tocó hacer, decidieron jubilarse y así se lo hicieron saber al dueño de la empresa.
Para sorpresa de ambos, éste les pidió que realizaran un último trabajo antes de retirarse, que hicieran una casa cada uno. Les entregó a ambos un terreno de igual superficie, los planos, y el dinero para cubrir el presupuesto de la construcción.
Juan pensó: estoy muy cansado, pero ésta ha de ser la obra por la que se me recuerde, voy a hacer lo mejor que pueda. Así, utilizó al máximo su destreza y experiencia cuidando cada detalle.
Buscó lo mejor. En las barracas a las que iba a comprar, contaba lo que tenía que hacer y cuál era el objetivo, así consiguió los mejores materiales y artefactos. Como no era muy bueno en la electricidad y la sanitaria, le pidió consejo al capataz de la empresa y por su recomendación contrató a los mejores técnicos que la empresa tenía.
Pedro en cambio, fastidiado por tener que agregar más trabajo a su cansancio, hizo lo mínimo para que la casa se viera como algo habitable.
Compró materiales de segunda, pensando en quedarse con algún beneficio que contribuyera a sus años de retiro.
Donde no pudo resolver muy bien, tapó con material las imperfecciones de modo que cuando se vieran, él ya no estaría para que se lo achacaran.
Cuando hubieron terminado con la casa, se presentaron al dueño de la empresa para entregársela y ahí se encontraron con otra sorpresa.
El hombre entregándoles las llaves a cada uno les dijo: ‘Muchas gracias por su esfuerzo y dedicación, quería darles un premio retiro y me pareció buena idea regalarles esta última casa que ustedes mismos se construyeron.’
Así nosotros, como estos albañiles vamos construyendo las condiciones en las que vivimos y somos quienes elegimos cómo hacerlo. Lo podemos hacer como Juan o como Pedro.
Quizás como ellos, estemos cansados y nos encontremos con situaciones que muchas veces no sabemos cómo resolver, o sabiéndolo no tenemos las fuerzas o el ánimo suficiente para hacerlo.
Es en esos momentos que tenemos que tener presente y obedecer las Enseñanzas que hemos venido recibiendo por gracia.
Acordarnos por ejemplo que Si el Señor no construye la casa, en vano trabajan los albañiles Salmo 127:1, y pedir consejo al ‘Arquitecto Sublime’ mientras vamos construyendo y mucho más cuando se nos complica.
Pero puede llegar un momento en el cual tenemos los planos y las indicaciones, tenemos el terreno donde construir, tenemos los medios para hacerlo, pero no estamos de acuerdo en que nos toque a nosotros realizar ese trabajo.
Cuando tuvimos que salir de la casa del Padre y venir a vivir a este mundo caído, entre las cosas que dejamos allá, quedaron algunas condiciones que nos vendrían muy bien tenerlas ahora, como la paciencia y la confianza. Tampoco estamos diseñados para llevar cargas más pesadas de las que podemos soportar.
La Palabra nos recuerda por medio del salmista: Encomienda a Dios tus afanes, que él te sostendrá; nunca permitirá que el justo caiga. Salmo 55:22(23).
Algunas veces por falta de humildad, otras por falta de confianza, otras por falta de fe y la mayoría de las veces porque nos olvidamos, seguimos llevando a cuestas cargas que no podemos soportar. En oportunidades somos tan torpes que pretendemos sacar un clavo con otro clavo y sustituimos una carga por otra más pesada o nos llevamos las dos.
Es un misterio el por qué Dios permite que pasen algunas cosas en nuestra vida. Lo que sí sabemos, porque la palabra lo dice: Por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio. Rom. 8:28 (NBJ)
Como sabemos que Dios interviene en todo y en todo momento, también en las cosas malas está interviniendo para nuestro bien, aunque nos cueste verlo. Por experiencia propia y por testimonio de otros, conocemos que un mal en el  pasado permitió un bien en el presente.
La pregunta que sin duda se nos presenta es ¿Qué provecho puedo sacar de este mal momento que me toca vivir?
Hay un bien inmediato que podemos obtener ya. Basta que lo decidamos, y es aprender a confiar en nuestro Padre. Decidir aceptar el amor que nos ofrece, y creer. Creer con la razón, creer con el corazón, creer con el espíritu, creer con todo nuestro ser, no solamente en Él, fundamentalmente en lo que nos dice.
Hemos sido creados para agradar a Dios y a Él le place que tengamos una relación personal de hijo a Padre, por más que le llevemos problemas y complicaciones, lo que para nosotros es imposible, no lo es para Él.
Seamos inteligentes agrademos el corazón de nuestro Padre demostrándole que confiamos en Él, que ya no nos tiene que ver como engreídos que pretendemos resolver todo por nosotros y a nuestro modo, sino ya puede darnos la gracia que tiene destinada para los humildes.
Al mismo tiempo estaremos experimentando el alivio de dejar de luchar con aquello que no podemos y dejaremos de ser los responsables de la solución, para ser  ejecutantes de lo que la Divina Providencia disponga.
Construyamos, pero hagámoslo bien, en esa casa viviremos el resto de nuestras vidas.

sábado, 9 de julio de 2011

Cuando la semilla cae entre espinas


Muchas personas recibimos la gracia que el Sembrador pase a nuestro lado y su Semilla llegue a nuestros corazones. El Sembrador es generoso, esparce su Semilla sin reparar demasiado en el estado actual del terreno, Él sabe que aunque abunden los obstáculos (pecados) igualmente, sobre abundará la gracia.
A algunas de estas personas, como nosotros, sus discípulos por ejemplo, se nos da una gracia especial, que es la de darnos cuenta, de entender lo que está pasando, porque nuestros ojos pueden ver – con la mirada de la fe – y oír el testimonio de los primeros discípulos, aquello que los profetas solo intuyeron por la inspiración del Espíritu Santo.
A otras personas, su obstinación, les mantiene cerrado el corazón, y todavía no se han enterado, o no han querido aceptar, que la llave para abrirlo, está en Jesús, que vivo y resucitado sigue ofreciéndose como cerrajero.
Pero unos y otros, recibimos su Palabra, ya sea que nos dispusimos a estar en el lugar de la siembra, asistiendo a las misas y reuniones de comunidades, o que el viento de algún comentario, una audición radial o hasta algún grafiti, hizo que la semilla llegara hasta nosotros.
Hoy queremos proponerles reflexionar sobre uno de los terrenos – actitudes de corazón – que nos muestra la Parábola del Sembrador Mateo 13:1-23, queremos centrarnos en el versículo 7, la semilla que cayó entre espinos.
La tercera oración del preámbulo en las reuniones de nuestra comunidad – la primera es la bienvenida al Señor, la segunda es la de pedirle que perdone nuestros pecados – es la de pedirle que reciba como un pequeño sacrificio de expiación o propiciación, todo lo que de malo pueda habernos pasado en la semana. Esto lo hacemos en un doble sentido, en el sentido propio de la ofrenda, pero también, tratando de que por el rato que vamos a estar reunidos con Jesús, podamos centrarnos en lo que Él quiere decirnos en esa tarde.
Quizás no siempre todos lo logremos. Como lamentablemente tampoco lo logran todas las personas que asisten a la misa.
Es que muchas veces como Marta, estamos preocupados de muchas cosas y una sola es necesaria.
Sucede que en ocasiones asistimos a sus Enseñanzas, tan concentrados en nuestros problemas y preocupaciones, que nos descentramos en lo que realmente fuimos a hacer y en lugar de escucharlo a Él nos quedamos escuchando a nosotros mismos.
La semilla cae en nuestro corazón, porque la gracia de Dios, lo labró, lo fertilizó, pero también en el mismo terreno, dejamos que las espinas de nuestras preocupaciones y ambiciones, ahoguen el buen fruto de su Enseñanza.
Cuántas veces venimos a escucharlo pensando:
·         ¿El padre predicará hoy lo que necesito escuchar?
·         ¿Estaremos orando por recibir la gracia o la misericordia que necesito para resolver mi problema o mi necesidad?
·         ¿El guía me dará la oportunidad de justificarme de mi actitud o de mis faltas?
·         ¿Podré decirle a mis hermanos lo que yo pienso acerca de este pasaje? ¿Podré plantear que yo tengo la mejor solución para el problema que se plantea?
·         ¿Será que hoy recibo la bendición para obtener lo que me merezco?
La lista puede volverse muy extensa.
El Señor se refiere a dos tipos:  las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas. (v. 22) del segundo grupo, la Vulgata dice fallacia divitiarum, que traducido significa el engaño de las riquezas. En este último, no pensemos sólo en los ricos, ni pensemos únicamente en metálico. Ahí se incluyen, entre otros, el reconocimiento, el prestigio, el honor, el orgullo, y todas las demás vanidades.
Hagamos el ejercicio de identificar alguna de estas espinas….
Sabemos que no hay nada mágico, que haga que nuestros problemas y necesidades desaparezcan sólo porque estamos escuchando la Palabra. Pero si podemos lograr que el fruto de ella, sea más fuerte, más vigoroso, que las espinas que compiten con él, habremos ganado la oportunidad, habremos ganado tiempo, para el momento que podamos quitar esos obstáculos de nuestra vida.
A veces, como le pasó al apóstol Pablo, el aguijón permanecerá clavado ahí, pero Cristo viviendo en nosotros será más poderoso que él. Otras veces, la mayoría de ellas, los cardos y espinas se secarán solos, porque no tenían raíz. O bien, porque nuestros problemas no eran tales, o bien porque el fruto de la Buena Semilla será tan frondoso, que terminará ahogándolos.
Pidámosle al Señor que nos ayude a ser labradores eficientes.

sábado, 2 de julio de 2011

Fariseos siglo XXI

En esta era del conocimiento en la que vamos transitando, si nos distraemos un poco, parecería que nuestra vida está sometida a las leyes del saber, del conocer, de estar informados de todo, de otra forma la ansiedad nos domina y perdemos la paz.
Los discípulos, no somos ajenos a esta realidad y estamos expuestos a trasladar a ese ámbito las Enseñanzas de nuestro Maestro. Enseñanzas que no está de más recordar, son de praxis, de vida, más que de conocimiento.
Nuestro Señor, se encontró con una situación similar durante su ministerio terrenal y nos dejó escrito por medio de Mateo, algunas recomendaciones al respecto. Mateo 11:25-30.
Empieza el Señor dando gracias al Padre porque lo que Él necesita que entendamos, no está condicionado por la capacidad intelectual, ni el atesoramiento de grandes y elucubrados conocimientos, sino todo lo contrario, en la capacidad de vaciarse de todo, de humillarse al punto de saberse ignorante y sediento para poder recibir lo que nos quiere dar a entender.
¿A quién se dirigía en ese momento? ‘El judío estaba envuelto en 613 prescripciones del código mosaico, reforzadas de tradiciones sin número; la vida del fariseo era una intolerable servidumbre. El último libro de la Mishna, que comprende doce tratados, está todo entero consagrado a estas prescripciones minuciosas. Imposible dejar su casa, tomar alimento, hacer una acción cualquiera sin exponerse a mil infracciones. El temor de caer en ellas paralizaba el espíritu y anulaba el sentido superior de la moral natural. Toda la religión degeneraba en un formalismo mezquino.’[1]
¿Qué les/nos ofrece a cambio? ‘Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré’ Es decir, vengan a mi escuela de vida, dejen de afligirse y agobiarse tratando de aprender tantas cosas que, no sólo les quitan la paz, sino que además les impiden ponerlas en práctica.
¿Quieren un yugo, es decir una doctrina? Les ofrezco mi doctrina – dice Jesús – que es una doctrina soportable – sin dejar de ser exigente – y es liviana de llevar, porque no es necesario llenarse de reglas y andar cargándolas por la vida, sino que alcanza vivir como Él nos enseña a hacerlo.
En la mansedumbre que se opone a la imposición de quien todo cree saberlo y en la humildad que lo hace a la soberbia de los eruditos habremos de recibir nuestros títulos y especializaciones.
Ahora bien, ¿cómo se hace para matricularse en esa escuela rabínica?
Cuenta Santa Margarita refiriéndose al momento de recibir las revelaciones del Sagrado Corazón:  
 ‘Jesús le pide en seguida su corazón, el cual ella le rogó que tomara.
Y lo hizo poniéndolo en su corazón donde se lo enseñó como un pequeño átomo que se consumía en aquella ardiente hoguera.  El corazón de Santa Margarita se convierte al contacto con el Corazón de Jesús, en llama encendida, llama que viene del corazón de Jesús.  Jesús se lo saca y se lo vuelve a poner en el pecho de la Santa, como una llama ardiente en forma de corazón. Esta llama nunca se consumirá’
Así se matriculó Margarita. ¿es posible que podamos hacerlo nosotros también?
Nuestro Señor, no enseñó desde una cátedra, ni dio conferencias. No escribió libros. En su comunidad con los doce, les mostró con su vida, lo que quería que aprendieran y enseñaran a todas las naciones.
Les/nos dijo a los discípulos: ‘El Espíritu es el que da vida, la carne no vale nada. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida’. Juan 6:63
No se trata de andar por ahí diciendo herejías por ignorancia, pero cuando nos gane la ansiedad porque parece que no sabemos lo suficiente, cuando nos venga la excusa de que no hacer porque ‘no estamos preparados’ recordemos lo que reflexionó la santa:  
‘Si ven en vosotros un sinnúmero de impaciencias y enojos, arrójenlos en la fragua de la mansedumbre del amable Corazón de Jesús, para que los haga mansos y humildes’.
‘Si nadan en un mar de distracciones, sumérjanlas en el fondo de tranquilidad del Sagrado Corazón, que les alcanzará indefectible victoria".





[1] Prat, La théologie de St. Paul (1938) vol.l p.28