domingo, 25 de julio de 2010

Escuchar al otro

A quién no le ha sucedido. Hacer una llamada tratando de resolver algún asunto, y encontrar del otro lado una contestadora automática, que luego de hacernos una serie de preguntas programadas, nos da una receta inapelable, indiscutible y muchas veces, insuficiente.
¿Te ha pasado? ¿Cómo te sentiste?

Resulta que muchas veces, los cristianos ante aquellos que nos acercamos para hablarles de Cristo, para presentárselos, para motivarles a que se acerquen a Él, nos parecemos mucho a esas contestadoras automáticas.

Los obispos de nuestra Iglesia nos han propuesto como método de la Misión: el método de Jesús, el estilo de Jesús: preguntar, escuchar y ofrecer

Tratándose de preguntar, con suerte, llegamos a preguntar ¿Qué sabes de Dios y de Jesús?

¿No es cierto que nunca se nos ocurre preguntar?:
• ¿Cuáles son tus necesidades?
• ¿Necesitas que Jesús haga algo por ti?
• ¿Cómo estás de complicado en tu vida?
• ¿Tienes paz en tu corazón?
• ¿Eres realmente feliz?

Y no preguntamos, o bien porque nos hemos auto-programado para hablar nosotros en lugar de permitirle a nuestro interlocutor que hable él, o bien porque nos cuidamos de no entrar en terrenos que nos comprometan a dar una respuesta, de la cual no nos parece tener la suficiente firmeza de contestar.

Por lo general en todas las charlas y reflexiones, nos preparamos para escuchar a Jesús, a Dios Padre, al Espíritu Santo, pero muy pocas veces hablamos de aprender a escuchar a los demás.

Muchos de nosotros, cuando salimos de Misión, nos armamos de algunos versículos de la Palabra, aprendidos de memoria. Cuando nos reciben o nos encontramos con alguien se los recitamos todos de una, como si fuera un estribillo, le damos un beso, le deseamos la Paz, lo invitamos a venir a la parroquia, y nos vamos con la satisfacción del deber cumplido, sin haber dejado que la persona metiera un bocadillo.

Igual que la contestadora automática, le dimos la receta, seguramente sea la mejor, quizás sea la única, la más eficiente, pero quien estuvo hablando con nosotros se quedó insatisfecho, preguntándose tal vez ¿Y que hay de mí, de mi problema, de mis necesidades, de lo que siento?

Cuando hicimos eso, Jesús se quedó sin la oportunidad de escuchar a esa persona. ¿Estamos seguros, que lo que le dijimos era lo que Jesús quería que escuchara en ese momento, lo que iba a servir de vínculo, de motivación, para atraerla hacia Él?

Si en lugar de prender la contestadora, escuchamos a la persona, si logramos vencer sus reparos y timideces, su inseguridad y desconfianza, es más probable que esa persona esté mucho más receptiva a escuchar los que Dios quiere que oiga.

Por otra parte, cuando escuchamos, le damos la oportunidad a Jesús, por medio del Espíritu Santo, de hablarle a través de nosotros. Porque al saber qué es lo que le está pasando, lo que necesita, lo que le agobia, vamos a abrir la tapa del baúl de nuestra memoria y de ahí va a fluir la palabra adecuada que está pujando por salir hacia la persona. No porque seamos maravillo-sos en sabiduría y en discernimiento, sino porque, vamos a prestar atención a lo que el Espíritu nos está diciendo que hagamos o digamos.

Pensemos un momento, cómo sería nuestra vida espiritual, si únicamente nos congregáramos para escuchar la homilía de nuestro pastor, si llegásemos a nuestros hogares, leyésemos la Palabra, cerrásemos la Biblia y a dormir. ¿Cómo sería nuestra vida sin oración? ¿Cómo sería nuestra vida si no supiésemos que Dios nos escucha cuando oramos?

Eso es lo que muchas veces hacemos con los demás. Los obligamos a escucharnos, a prestar atención a lo que les decimos, escribimos o mostramos. Pero cuando nos toca a nosotros, nos damos vuelta y los dejamos con las ganas, con sus expectativas y necesidades.

Si tenemos temor a responder alguna pregunta, no creemos en la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida, no le creemos al Maestro, ‘porque no serán ustedes los que hablarán, sino que el Espíritu de su Padre hablará en ustedes Mat.10:20

Jesús ya ha grabado en nuestro corazón y en nuestra memoria lo que necesitamos responder en cada caso y si lo dejamos el Espíritu Santo nos lo ha de revelar en el momento oportuno.

Hermanos, ni las personas son recipientes que se deben llenar de mensajes, por más buenos que estos sean, ni nosotros somos grabadoras, que tienen micrófono pero no auriculares.

Cuando los discípulos le preguntaron al Señor: "¿Por qué les hablas por medio de parábolas?

El les respondió: "A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no. Porque a quien tiene, se le dará más todavía y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Por eso les hablo por medio de parábolas: porque miran y no ven, oyen y no escuchan ni entienden. Mat 13:10-13

¿Cómo podemos saber lo que pueden llegar a entender si antes no los escuchamos?

Quizás al final debamos obrar como Pedro con el paralítico del templo: Pedro le dijo: "No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en el nombre de Jesucristo de Nazaret” Hch 3:6


Pero no sin antes demostrarle a la persona, que nos interesa, que nos ha llamado la atención, que lo que le sucede es importante para Dios, porque ella es importante para Dios.

Esto nos va a permitir, ofrecer hacer una oración por la persona y con la persona, y bien sabemos lo que hace el Espíritu en esos momentos, cuántos testimonios podemos dar, de las sanidades y las liberaciones que se manifiestan en ese tipo de oración y en ese momento.

Es muy probable que la necesidad de la persona no la podamos resolver en ese preciso mo-mento, que deberemos ayudarle a buscar una solución mientras también, le ayudamos a en-contrarse con Jesús resucitado, pero ese es otro tema.

Pidámosle al Espíritu Santo que nos recuerde, que nos ha sido dada una sola boca y dos oí-dos. Que nos llame la atención cuando queremos hacer el trabajo de Él, que nos recuerde que somos el vehículo, el transporte, el instrumento, a través del cual, Él se manifiesta.

viernes, 16 de julio de 2010

Color Esperanza

Hemos asistido recientemente, a una gran movilización de nuestra sociedad, que llena de algarabía, ha salido a las calles y a las plazas a festejar los triunfos de nuestra selección de fútbol en el campeonato mundial. Según los sociólogos ha cambiado el humor de los uruguayos. "La gente se saluda más, se pelea menos, camina más rápido, tolera mejor esperar en las colas, los clientes son más respetuosos y los oficinistas o vendedores más amables"

caravana Mientras veíamos tanto fervor y alegría, pensábamos en el disparador de la misma, qué era lo que hacía que tantas personas tan distintas en sus clases sociales, simpatías políticas y de clubes deportivos, niveles educativos y edades, se unieran en torno al emblema patrio, que nos une y nos identifica como pueblo. Seguramente, serán más de una las causas, pero sin duda que una de ellas es el triunfo. Es el triunfo, el que renueva la esperanza. Ya sean deportivos, políticos o culturales, los triunfos alientan y motivan al hombre común, a renovar sus esperanzas. Es ante el logro de aquello que parecía tan difícil de alcanzar, donde se renuevan las expectativas y se desempolvan los viejos proyectos y antiguas causas, que fueron dejados de lado luego de intentos infructuosos.

¿Qué tiene que ver este asunto en la reflexión de una comunidad cristiana? Entendemos que esta reacción del hombre común, nos reafirma nuevamente, las posibilidades que tiene la Misión para hacerle llegar el mensaje de esperanza más antiguo y trascendente de todos los tiempos, el mensaje de la Buena Nueva, el mensaje de Cristo.

El Catecismo nos enseña respecto a la esperanza: La virtud de la esperanza responde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad. 1818

Es decir, Dios puso en el corazón del hombre, un ‘anhelo de felicidad’ para motivarlo a buscar satisfacción de dicho anhelo en su reencuentro con Él. La esperanza colabora dentro del plan de papito Dios, para que sus hijos, seamos felices y lo seamos en abundancia.

Pero resulta que cuando el hombre común, no sabe dónde buscar o le cuesta esperar, intenta llenar ese vacío de felicidad con hechos, sentimientos, o bienes, que le satisfagan aunque más no sea temporalmente. Sabe que esa satisfacción es perecedera, que la alegría del triunfo dura un momento, que los sentimientos no son constantes, que los bienes llegan a aburrir.

Esto no es nuevo, les pasaba a los judíos, que una y otra vez se equivocaban y hacían enojar al Padre, buscándose ídolos que les dieran una seguridad aparente, que el espacio estuviera siendo ocupado. La búsqueda se le vuelve adictiva.

Qué curioso, en el Antiguo Testamento se menciona la palabra esperanza, en 52 oportunidades, en los Evangelios Sinópticos, apenas en 2 oportunidades y en los Hechos de los Apóstoles y la cartas 58 veces, versículo más o menos y dependiendo de la traducción. ¿Qué es lo distinto entre estos libros? que en los Evangelios está Cristo presente, mientras que en el AT se le anuncia y en el trabajo de los apóstoles, se vuelve a esperar, esta vez su segunda y definitiva venida. Pablo lo explica así Porque solamente en esperanza estamos salvados. Ahora bien, cuando se ve lo que se espera, ya no se espera más: ¿acaso se puede esperar lo que se ve? Rom 8:24  Es decir, Cristo es la esperanza en persona, y cuando se le veía cuando estaba físicamente presente, no era necesario sustituirlo por la esperanza, pero antes y ahora, le esperamos sin verlo, y se hace necesario recurrir nuevamente a ella.

Jesús también lidió con la esperanza, veamos qué nos enseña en su encuentro con la samaritana: Juan 4:1-15

La samaritana como nosotros centra el principio de su encuentro con Jesús, en una necesidad, en el caso de ella el agua. Esa necesidad la hace depender de algo concreto, el pozo de donde la obtiene y de los elementos necesarios para sacarla de ahí. Jesús le responde con una oferta trascendente El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna"
Le ofreció y sigue ofreciendo a todo aquel que quiera aceptar, una solución permanente a sus necesidades, y no para después del Juicio, sino para que empiece aquí y ahora y ‘hasta la Vida eterna’

La mujer, como muchas veces nosotros, enseguida comenzó a plantearse situaciones ceremoniales, y a explicarle por que los samaritanos adoraban en el monte Garizim en lugar de hacerlo en Jerusalén. Quitó su centro de atención de aquel, quien le estaba haciendo la oferta más importante de su vida, planteándose cuestiones de forma. Muchas personas tienen esa reacción aún entre hermanos que conocen de Cristo. Y cuando la razón de su esperanza, no es satisfecha en sus tiempos, comienzan a reprocharse si estarán cumpliendo con rituales imaginarios. Aparecen los ídolos.

Jesús le enseña y nos enseña, que no es en lo concreto o en lo ritual, donde nos encontramos con Él, sino a través del espíritu y la fe.

Ustedes adoran lo que no conocen: Es decir buscamos satisfacer nuestras necesidades de felicidad en cualquier parte menos donde realmente está. Ponemos nuestra esperanza en lugares equivocados. Hasta supersticiosos nos volvemos. El dios que el hombre común conoce, es un dios proveedor, que cuando no atiende las llamadas, se sustituye por otra fuente.

porque la salvación viene de los judíos: La satisfacción es Jesús, la esperanza se concreta en Él. El pueblo de Dios, antes los judíos, ahora todos los cristianos, conoce el principio y fin de la esperanza. Sabe lo que busca.

los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre: No dependemos de ritos que sólo consisten en ceremonias exteriores y figurativas, ni de nadie más que del Espíritu Santo y de la fe que nos comunica. Cierto es, que a Él lo encontramos en la comunidad de la Iglesia y en comunidad nos bendice, nos instruye, nos enseña, nos une, nos fortalece. Que nuestras ceremonias tienen por fin orar al Dios Trino, reencontrarnos con Él y recibir su bendición, pero no como un formalismo sino como un intensa comunión de espíritus.

Volviendo a la cuestión planteada más arriba, las posibilidades de la Misión de hacerle llegar al hombre común, el mayor mensaje de esperanza conocido, debemos reconocer que como toda posibilidad, entraña un desafío. Como discípulos de Cristo debemos mostrarle al hombre común, dónde hallar la fuente del agua viva que satisface en forma permanente el anhelo de felicidad que hay en su corazón.

Por eso es muy importante, que además de llevar el mensaje correcto, la presentación sea la adecuada para su entendimiento. Jesús durante su ministerio, le mostró a los apóstoles y a la gente, todo lo bueno que podía hacer por ellos, antes de explicarles que tenía que ir de vuelta al Padre. Sabía que si antes no les mostraba que podía sanarlos, restaurarlos, perdonarlos, no iban a creer que era el Mesías que tanto esperaban y que asociaban como la solución a sus problemas. De entrada no les habló de su pasión muerte y resurrección, sino que les mostró el porqué era importante para ellos que lo siguieran.

El hombre común no quiere esperar, vive en un mundo de llame ya, téngalo ahora y pague después. Quien gobierna este mundo, es un artífice de la ansiedad. Es por eso que la esperanza que le transmitamos, no debe ser la de largo plazo, en el primer momento, en el primer encuentro, necesita escuchar lo urgente para que más adelante pueda escuchar lo importante.

El hombre común necesita ver triunfos, saber de triunfos y nosotros se lo podemos dar a conocer. Sabemos que el mejor triunfo de todos es el de Jesús campeón universal de la creación que venció entre otros al pecado y a la muerte. Pero eso el hombre común no logra entenderlo está muy lejos en sus necesidades de corto plazo.

Pero podemos mostrarle nuestros pequeños grandes triunfos de hoy día. Por ejemplo:
  • tu vida restaurada, como eras antes de conocer a Cristo y cómo eres ahora.
  • las sanidades que has experimentado, tanto espirituales como físicas
  • los traumas y conflictos de los que te ha sanado
  • el estrés del que te libera cada vez que te encuentras con El.
  • las respuestas que te ha dado respecto al propósito y sentido de tu vida
  • la carga que te ha quitado al saberte perdonado
  • la tranquilidad de aceptarte y aceptar a los demás, tal cual son
  • el beneficio de la humildad
  • la alegría del agradecimiento
  • la paz en la tormenta
Todos esos triunfos se los podemos mostrar aquí y ahora, multiplicados por todos los que hemos visto en otras personas y de los que somos testigos.

Cuidado, tengamos buena memoria, no sea que también nosotros nos volvamos exitistas y perdamos de vista todas las bendiciones que hemos recibido y recibimos a diario, al punto de que no les demos el lugar que ellas merecen y que ni a nosotros nos estén motivando. Si no nos mantenemos encendidos es imposible que encendamos a otros. No en vano, nuestro
Padre, le ordenó a Moisés: Escribe esto en un libro, para que sea recordado Exo. 17:14

Pidámosle al Espíritu Santo, que nos lo haga recordar permanentemente, tanto para transmitirlo a los demás como para llenar nuestros vacíos y nuestros anhelos.

sábado, 3 de julio de 2010

El dedo acusador

Es bastante común de observar, entre los hermanos, alguno de nosotros, que encandilado por la poderosa luz de la santidad de nuestro Señor, despierta un espíritu crítico, y se escandaliza por actitudes, lenguaje o comentarios, de otros hermanos, que descuidando su filiación de hijos de Dios, hacen notar su desprolijidad, incluso dentro del ambiente parroquial.
En esa situación, nos podemos encontrar con personas, que vaya a saber con qué intenciones, vienen a poner el pie, para hacernos zancadillas, en nuestro camino peregrino. Son aquellos de los que la Palabra advierte: Ellos salieron de entre nosotros, sin embargo, no eran de los nuestros. Si lo hubieran sido, habrían permanecido con nosotros. Pero debía ponerse de manifiesto que no todos son de los nuestros. 1Jn 2:19. De ellos debemos cuidarnos y fundamentalmente estar atentos y vigilantes, cuidando la unidad de nuestras comunidades, blanco preferido de quien los utiliza. Diciendo como Miguel ‘Que el Señor te reprenda’

Pero también en esta situación, hay hermanos cuya conversión está demorada.

Por lo general, son personas inmaduras espiritualmente, no necesariamente jóvenes, conocemos jóvenes muy sabios y adultos que no se han desarrollado.

Los hay jóvenes, viejos, guías, guiados, activos, pasivos, comprometidos e indiferentes. La inmadurez se puede manifestar en las personas que recién están conociendo de Cristo y en aquellas que recién están empezando a desarrollar una misión, ministerio o servicio.

Es poco frecuente, que ante estas personas o sus actitudes, nuestra reacción sea la que Jesús espera de nosotros. Por lo general, cuando algo no cierra con nuestros esquemas mentales, también en nuestra vida cristiana, surgen nuestros prejuicios, la crítica, el señalamiento, el castigo socio-comunitario. Tendemos a segregar, a separar, y hasta nos pasa por el pensamiento, que sería bueno, expulsar a esas personas de nuestro grupo.

Dios padre, refiriéndose a este tipo de personas, nos dice a través del profeta Oseas: ‘Cuando Israel era niño, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo.’ (11.1)

Es decir, cuando todavía éramos jóvenes e inmaduros en la fe, Dios igual nos amaba y nos rescató de nuestra antigua condición de esclavitud y ostracismo, léase pecado.

La pregunta es ¿qué hacer en esas situaciones? ¿Cómo actuar con esos hermanos? ¿Qué haría Jesús en nuestro lugar?

Busquemos la respuesta en el episodio del llamado al apóstol Mateo.

Cuando Jesús se dio cuenta de la actitud de los fariseos – actitud que muchas veces imitamos cuando nos ponemos en legalistas – les reprendió diciéndoles: Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores". (Mat 9:13)

El único que podía ponerse en juez, el único que pagó algo por estas personas, el único que se humilló por ellas, sufrió por ellas, dio su vida por ellas, habla de misericordia. Nosotros que como mucho, nos hemos fastidiado, nos ponemos la toga.

Dice la palabra en el mismo episodio que Como Jesús estaba comiendo en casa de Mateo, un buen número de cobradores de impuestos y otra gente pecadora vinieron a sentarse a la mesa con Jesús y sus discípulos. (v. 10)

Observemos la estrategia de Jesús. Mateo recién convertido invitó a su casa a muchos pecadores para que vinieran a conocer a Jesús.

Muchos de nosotros, como los fariseos, ni siquiera les dirigiríamos la palabra y nuestra falta de misericordia para con ellos, nos dejaría quizás muy sanos, pero sin ningún enfermo a quien atender y ayudar a sanar. (v. 12)

Sin embargo, es impresionante ver como personas recién convertidas, rescatadas del pecado, salen a compartir la gracia que han recibido, con sus iguales, con otros pecadores como ellos. Ahí actúa la gracia como un virus, pero al revés, sanando en lugar de enfermar. Contagiando a los enfermos en lugar de a los sanos.

Es muy fácil de perder nuestras referencias y pensar que la Iglesia de Cristo, termina con diez señoras muy católicas, encerradas en un templo orando. De ninguna manera. Así como es de importante la oración de esas señoras, lo es el andar entre la gente enferma espiritualmente. Dejar que vengan y se acerquen a nuestra comunidad, a nuestro templo, pero interesadamente. No para que los demás piensen qué liberales y desprejuiciados somos. Para que conozcan de Cristo y a Cristo.

Si los echamos de nuestras comunidades. Si los miramos por encima del hombro y les huimos como a la lepra. ¿Quién les va a hablar de Cristo?

También es necesario ser prudentes y trabajar por su salud, sin contagiarnos nosotros.

Hablamos de dos grandes tipos de situaciones: por mala fe y por inmadurez. ¿Cómo discernir cuando es una o la otra?

Si la armonía y la unidad de una comunidad o un grupo, o el cuerpo mismo, están en riesgo, lo primero que debemos hacer es buscar a la autoridad delegada más cercana a nosotros. A nuestro guía, el guía a su supervisor o directamente a nuestro padre y pastor.

Si no se aprecia este tipo de riesgo, tenemos margen para aplicar el tratamiento.

Nos referimos a enfrentar estas situaciones con la Palabra de Dios.

Si vamos con nuestros juicios y recomendaciones, nos van a estar viendo a nosotros, con nuestros defectos y nuestras debilidades.

Sin embargo, si logramos mostrarles a Cristo y sus enseñanzas, el que está con nosotros y es todavía inmaduro, comenzará a desarrollarse y a sanar.

El otro, el que estaba con nosotros, pero no era de los nuestros, huirá espantado, porque no podrá soportar la Palabra.

En uno u otro caso, será Jesús quien decida y el Espíritu Santo quien convenza. Nosotros actuaremos como Mateo, invitándolos a que se sienten a la mesa con el Maestro. Que conversen con Él, que lo vean, quizás hasta puedan comer con Él.

Jesús nos prometió: Estas señales acompañarán a los que crean: en mi Nombre echarán demonios y hablarán nuevas lenguas;" tomarán con sus manos serpientes y, si beben algún veneno, no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y quedarán sanos. (Mar 16:17-18) Y sabemos que no miente, ni fantasea, por lo tanto, no temamos y segreguemos a estos hermanos que están enfermos y necesitan del único Médico que los puede sanar y salvar, por miedo a que nos contagie, por un falso puritanismo.

Seamos misericordiosos como nuestro padre (Luc. 6:36)

Sin nuestra misericordia, es poco probable que sean escuchadas nuestras oraciones. Aprendamos entonces qué quiere decir: ‘quiero misericordia no sacrificios’

Si todavía dudas, si todavía no estás seguro que vale la pena, piensa en ti mismo, antes de convertirte a Cristo ¿merecías tu oportunidad? Ellos también.