viernes, 25 de junio de 2010

El qué y el cómo

Luego de la fiesta de Pentecostés, pensando en las posibilidades que el Espíritu Santo nos puede dar lingüísticamente, un nuevo lenguaje para alabar a Dios y un nuevo lenguaje para hablar de Dios, nos planteamos la cuestión: ‘qué necesita escuchar la gente’.

De la respuesta, que necesita tanto ‘escuchar’ como ‘ver’, el amor de Dios en acción, llegamos a la conclusión, que ese amor se manifiesta a través de sus discípulos, es decir de nosotros. Nos cuestionamos el porqué de nuestra incapacidad de poner en obras lo que decimos creer y nos descubrimos hablando de nuestro egoísmo.

Buscando la ayuda del Señor, para vencer esta limitación, nos encontramos con la recomendación de Pablo: es preciso recordar las palabras del Señor Jesús: 'La felicidad está más en dar que en recibir'. (Hechos 20:35) Una vez más, nos sorprendió la sencillez de la fórmula. Una vez más el Señor nos dice el ‘qué hacer’.

En nuestro diario vivir, encontramos diagnóstico para todo. Por lo general, con la persona que hablemos tiene una opinión formada sobre lo que se debe hacer, para solucionar cualquier tipo de situación. Pero cuando le preguntamos, cómo hacerlo, ahí desaparecen todos los argumentos.

Con Jesús es distinto. Él no sólo nos dice el qué sino también el cómo. Por ejemplo, si le preguntamos cómo aplicar el ‘dar en lugar de recibir’, nos contesta: Todo lo que deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos: en esto consiste la Ley y los Profetas. (Mat.7:12) Nuevamente, la sencillez de la fórmula nos descoloca.

Esta fórmula es clásica y se conoce como “regla de oro” y ya estaba en la cultura judía y de otros pueblos de la antigüedad; aunque era citada de manera proverbial sobre todo en su forma negativa, es decir, “no hagan a los otros lo que no quieren que ellos hagan con ustedes”. Pero Jesús le quita la pasividad, y la sentencia como un principio de acción positivo.

Aún va más allá, proclamando que toda la Enseñanza, se resume en ella.

Una vez más, quita el centro de atención en nosotros mismos y nos libera de estar permanentemente mirándonos el ombligo y quejándonos, de lo que esperamos de los demás y no llega, de nuestros merecimientos – según nuestra perspectiva – que no son contemplados.

A la vez nos reviste de la humildad necesaria para reconocernos incapaces de actuar conforme a lo que de nosotros se espera, librándonos del juicio a los demás, al permitirnos comprender, que quizás el otro tenga las mismas limitaciones que nosotros, para actuar conforme a nuestras expectativas.

Hay muchas situaciones y necesidades, que nos quitan la paz, que hasta nos alejan de Dios, nos distraen y nos llenan de ansiedad. En lugar de liberarnos de ellas, nos dejamos apresar por ellas.

Veamos algunos ejemplos:

a) La viuda que dio todo lo que poseía – (Marcos 12:42-44) necesitaba de los demás mucho más que las dos pequeñas monedas de cobre, que dio como ofrenda, sin embargo, ella las entregó y a cambio recibió la atención del Señor y probablemente – no lo dice la Palabra – las bendiciones y el oportuno socorro, que Jesús le devolvió por su generosidad.
b) El joven rico – Mateo 19:16-24 - perdió la posibilidad de ser un discípulo de Cristo, por aferrarse a sus riquezas, y a cambio lo que consiguió fue tristeza.

Usamos estos ejemplos, porque son gráficos, pero la fórmula no se debe acotar únicamente al dinero u otros bienes materiales. Hay muchos hermanos, que les resulta mucho más fácil pagar con dinero, lo que escatiman con el corazón.

Muchas veces tratamos de apagar nuestras conciencias, dando de aquello que nos sobra o que no nos causará demasiada inquietud al desprendernos. Sin duda esas cosas o hechos, o actitudes, no son las que esperamos de los demás, por eso las damos.

A veces somos avaros e incapaces de dar una ofrenda, o una pequeña ayuda al hermano que nos necesita, pero nos regodeamos de estar hablando y dando consejos, donde no se nos piden o no son oportunos. Seguramente, esa avaricia nos hace esperar y reclamar de Dios o de los hombres, retribuciones o regalos.

Otras veces, quisiéramos que nos vinieran a dar ánimo, a consolar, a fortalecer, a hacer una oración por nosotros, pero miramos para otro lado cuando esto mismo se lo tenemos que dar a otro, intentando muchas veces ‘compensar’ – como se dice ahora – con regalos o dinero, nuestra falta de atención.

El ser agradecidos, sin duda nos ayudará a reconocer, que estamos obteniendo de Dios o de los hombres, las gracias que esperábamos y probablemente se inquietará nuestro corazón por retribuir esas gracias. Si el corazón está endurecido y sólo reclama para sí, ha de ser muy difícil que tengamos esta perspectiva.

Otro aspecto a tener en cuenta. Jesús nos dice que hagamos por los demás lo que esperamos de ellos. Es decir, nos habla en plural, no de una forma recíproca. Es decir, no le hago un bien a uno del que espero el mismo bien. No le doy algo a uno, del que espero recibir un bien equivalente. Hago el bien en general y soy generoso en general, porque eso el lo que me gusta recibir de Dios y de los hombres, lo que me hace sentir bien, lo que me trae paz.

Esta fórmula crea un circuito de bendiciones que nos lleva a buscar las gracias y la misericordia del Padre y nos capacita para ser instrumentos de las mismas, canales, para que puedan llegar a aquellos que todavía no lo conocen.

Pablo lo explica así: Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, que nos reconforta en todas nuestras tribulaciones, para que nosotros podamos dar a los que sufren el mismo consuelo que recibimos de Dios. 2Co 1:3-4

El Maestro no se conforma, con darnos el qué, también el cómo, sino que además le agrega una buena dosis de motivación.

¿Te resultaría más fácil darle a Jesús mismo lo que reclamas para ti? ¿Verdad que sí?

Bueno, Él nos dice: 'Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo'. (Mat.25:40)

Recibimos del Padre, por los méritos de Jesucristo, a través del Espíritu Santo, lo transformamos en obras, con el énfasis puesto en aquello que nosotros más necesitamos y donde ponemos toda nuestra atención, y lo canalizamos hacia los demás, en el nombre de Cristo y para la mayor gloria de Dios.

Oh Divino Maestro, Haz que no busque ser consolado sino consolar; Que no busque ser comprendido sino comprender; Que no busque ser amado sino amar; Porque dando es como recibimos; Perdonando es como Tú nos perdonas; Y muriendo en Ti es como nacemos en Vida Eterna. (Atribuido a San Francisco)

sábado, 19 de junio de 2010

El obstáculo del yo

Avanzando en nuestra reflexión, nos encontramos conque uno de los obstáculos que nos impedían mostrar el amor de Dios en acción, a través nuestro, era nuestro egoísmo. Es decir, según la RAE un Inmoderado y excesivo amor a sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás.

Paradójicamente, si recordamos un poco, la experiencia nos ha enseñado que cuánto más tratamos de lograr nuestro propio interés, más desconformes estamos con los resultados que obtenemos. Parece que nunca alcanzara. Parece que logrado uno de los objetivos, ya están en lista de espera tres más, sin los cuales, nuestra felicidad se aleja, más aún que antes de alcanzar el primero de ellos.

También paradójicamente, hemos de coincidir en la satisfacción que nos llena el corazón, cada vez que hacemos algo por alguien, por el sólo hecho de hacer el bien, no buscando nada a cambio, ni por nuestro propio interés.

Sin un equilibrado amor propio, no serviríamos, ni a Dios, ni a los demás, ni mucho menos a nosotros mismos. Es lo que nos impulsa a progresar, a trascender, a buscar nuestro propio bien y felicidad, bien entendida y sanamente buscada. Quizás hasta nos motive a buscar acercarnos a Dios. Sin embargo – siguiendo la definición - si se convierte en inmoderado y excesivo, pierde efectividad y se vuelve en nuestra contra.

Apenas nos descuidamos, nos vemos impulsados, a tener, a poseer, ¿qué cosas?, cualquiera: amistades, sentimientos, halagos, dinero, bienes, posición, poder, fama, reconocimiento, belleza, afectos, sensualidad, etc., etc. Muchas cosas, que cuando nosotros las controlamos pueden ser excelentes servidoras, pero que cuando ellas nos controlan a nosotros, suelen ser terribles tiranos.

Muchas veces, por miedo a perder el control de lo que nos controla, lo escatimamos y somos mezquinos a la hora de compartirlo.

Dice un proverbio Uno da generosamente y acrecienta su haber, otro ahorra más de la cuenta y acaba en la indigencia. (11:24) Generalmente, asociamos todos estos dichos sapienciales con el dinero. Pero las riquezas no consisten únicamente en el dinero. Nuestras riquezas son todos aquellos bienes, materiales e intangibles, que nos producen una sensación de bienestar. ¿Cuántos indigentes de cariño conoces?

Reservamos nuestro tiempo para nosotros, no le damos nada de él, o migajas, a los demás, nunca nos alcanza, siempre estamos ocupados, y luego cuando lo tenemos, lo utilizamos en reprocharnos nuestra soledad e infelicidad. Lo mismo cuando retaceamos nuestro cariño, cuando no lo damos si no tenemos la convicción que nos va a ser devuelto con creces.

Hasta algo tan hermoso, como el cariño de un hijo, de una esposa, o esposo, puede llegar a ser egoísta cuando esperamos del otro más de lo que nos puede o nos sabe dar, o lo que nosotros mismos llegamos a generar.

Qué misterioso resulta todo esto, que para disfrutarlo tenemos que desprendernos.

¿Será a esto a lo que se refería el apóstol Pablo cuando le hablaba en Mileto a los presbíteros de Efeso? Cuando les decía: es preciso recordar las palabras del Señor Jesús: 'La felicidad está más en dar que en recibir'. (Hechos 20:35)

En muchos órdenes de la vida, sobre todo a los que se refieren las enseñanzas, hemos comprobado que cuánto más damos, más tenemos. Que cuando nos ocupamos de las cosas de Dios, Dios se ocupa de las cosas nuestras. Cuánto más generosos somos, más nos prospera el Señor. Cuanto más tratamos de ayudar a otros a conocer a Jesús, el Espíritu Santo más nos aconseja y Dios mismo, más se revela desde su Palabra.

Cuanto más amor le damos a los demás, desinteresadamente, cuanto más nos ocupamos del otro, nuestro Padre más nos mima y nos consiente.

Nos viene bien llegar a vivir la experiencia del obtener la felicidad que deviene del darnos, probemos hacerlo y sin duda seremos mucho más felices, que cuando andamos por ahí mendigando atención o cariño.

El sólo hecho de experimentar la libertad de decidir nosotros el bien que queremos hacer en lugar de ser esclavos de cosas o sensaciones que esperamos obtener, sin que dependan de nosotros y sobre las cuales no tenemos el absoluto control.

Pero tengamos cuidado de no engañarnos pretendiendo un desprendimiento que en sí mismo encierra un propio interés en obtener de Dios, lo que no obtenemos de las personas.

Para no confundirnos, podemos seguir la recomendación de San Basilio: O nos apartamos del mal (o buscamos el bien) por temor del castigo y estamos en la disposición del esclavo, o buscamos el incentivo de la recompensa y nos parecemos a mercenarios, o finalmente obedecemos por el bien mismo del amor del que manda...y entonces estamos en la disposición de hijos

Ni esclavos, ni mercenarios, hijos. Hijos muy amados e hijos que aman.

Oremos por eso…

Papito Dios, te damos las gracias porque le has escondido estas cosas a los soberbios, qué únicamente buscan su propia satisfacción, y nos las has revelado, en el ejemplo de Jesucristo y por medio del Espíritu Santo, a tus hijos pequeños, que reconociéndonos necesitados de ti, venimos a buscar tu misericordia, gracia y sabiduría.

Tú, que produces en nosotros tanto el querer como el hacer, haznos ambiciosos de las riquezas que vienen del darnos y motiva nuestra voluntad para que descartando todo egoísmo, podamos poner tu amor en acción. Amén, amén.

viernes, 11 de junio de 2010

Amor en acción

En la reflexión anterior hablábamos de que era posible mostrar el amor de Dios, a las personas, al hombre común, a través de las obras de Jesús actuando en nosotros por medio del Espíritu Santo y decíamos:

Cada vez, que hagamos algo por alguien, un consejo, una oración, un plato de comida caliente, que todos sepan que no viene de nosotros sino del amor de Dios, actuando a través de nosotros.

Debemos reconocer que la mayoría de las veces, el verdadero obstáculo para que esto se cumpla, somos nosotros mismos, con nuestros conflictos, nuestros sentimientos, nuestras pasiones. Somos quienes nos oponemos al fluir del amor de Dios, que mora en nuestras vidas, por los méritos de Jesucristo.

Y como siempre nos estamos excusando, porque no nos gusta quedar en evidencia cuando estamos fallando, ponemos bien lejos de nuestras capacidades el poder manifestar ese amor. Que esto es demasiado difícil, que aquello es algo para lo que no estoy preparado, que todavía soy inmaduro, y la lista sigue.

Leemos en la Palabra ‘Hasta ahora, ustedes no tuvieron tentaciones que superen sus fuerzas humanas. Dios es fiel, y él no permitirá que sean tentados más allá de sus fuerzas. Al contrario, en el momento de la tentación, les dará el medio de librarse de ella, y los ayudará a soportarla. (1 Cor. 10:13)’ y lo primero que pensamos es en pruebas terribles por las que tendremos que atravesar, casi a la manera de superhéroes de la cristiandad.

Nunca se nos ocurre pensar que las tentaciones cotidianas, ordinarias, frecuentes, son aquellas que nos enfrentan a rechazar lo que Dios espera de nosotros y que puso por ejemplo en Cristo, su Imagen visible. Porque si pensáramos en eso, ya no tendríamos excusa.

¿Qué tiene que ver eso con el amor de Dios manifestándose en nuestras vidas? Sencillo, una de las tentaciones a la que nos vemos enfrentados diariamente, es ni más ni menos, que a ejercer ese amor, ponerlo en acción.

Podríamos tomar alguna de las encíclicas como DEUS CARITAS EST (Dios es amor) o CARITAS IN VERITATE, o algún otro texto de nuestra rica tradición católica, pero quizás fuera tan amplio de analizar que nos quedaríamos sin margen para la aplicación.

Por eso vamos a tomar un texto, que todos conocemos y tan poco aplicamos. El apóstol Pablo, inspirado, sin duda en la imagen de NS Jesucristo, nos dice del amor aplicado: ‘Tener amor es saber soportar, ser bondadoso; es no tener envidia, no ser presumido, orgulloso, grosero o egoísta; es no enojarse ni guardar rencor; es no alegrarse de las injusticias, sino de la verdad. Tener amor es sufrirlo todo, creerlo todo, soportarlo todo’. (1 Cor. 13:4-7 versión Dios Habla Hoy)

Es probable, que cada uno de nosotros identifique un ambiente apropiado para aplicar estas características y mostrarle a la gente el amor en acción. Para algunos será la familia, para otros los amigos, los hermanos de comunidad, los compañeros de trabajo, de estudio, aquella persona en situación de calle que necesita un abrigo o un plato caliente, aquella persona que se siente sola y la lista sigue y sigue.

El ambiente no importa. El énfasis en una u otra característica del amor, tampoco. Lo que importa es que Jesús, nos ‘plantó’ en un lugar, en un momento, y en ese lugar y en ese momento debemos dar frutos.

¿Puedes demostrarles a las personas que esperan ver el amor de Dios, estas características en tu vida? Claro que lo puedes. ¿Te acuerdas de la promesa? no permitirá que sean tentados más allá de sus fuerzas

Ahora, pensemos un poco, en cuáles de esas características, estamos impidiendo que se manifiesten en nuestras vidas, qué es lo que más nos cuesta. A qué tentación estamos cediendo. Y oremos por ellas, para que el Señor cumpla en nosotros su promesa y nuestras fuerzas, las que Él nos regaló, se manifiesten con el poder y el auxilio del Espíritu Santo, para que podamos poner el Amor en acción, y así mostrarle al hombre común, que espera ver ese Amor de Dios, que Él existe y sigue gobernando el curso de la historia, de nuestra historia.

viernes, 4 de junio de 2010

¿Qué necesita ver la gente?

Cuando la semana pasada nos preguntábamos ¿Qué necesita escuchar la gente?, algunos hermanos coincidieron en que la gente común quisiera saber si Dios realmente los ama, y agregaban, en realidad, más que escuchar quieren ver, comprobar que es así.
Es lógico, en un mundo que se ha convertido en un mercado - donde llegan propuestas de todo tipo, para ofrecer satisfacción a las distintas necesidades, y donde no hay tales necesidades, se aprenden técnicas para crearlas - que el hombre común trate de saber si lo que se le ofrece es real, o una de las tantas promesas que recibe a diario. 

Hemos aprendido y comprendido que si queremos ver el amor de Dios, tenemos que mirar la Cruz, ‘Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna Juan’ 3:16 Pero eso le hemos conocido luego de abrir nuestro corazón a Cristo. Quizás ya nos hayamos olvidado de cómo éramos antes de ese momento, pero como el hombre común, quizás también nosotros pensáramos, que ese hombre que colgaba de la cruz, por más bueno que hubiera sido, y por más injusta que hubiera sido su muerte, poco tenía que ver con nosotros. Era algo que había pasado hace dos mil años y no había forma que eso tuviera algún efecto en nuestra vida.

Quedarnos con esta idea, nos llevaría a un círculo vicioso, ya que no podríamos mostrarle a la gente el Amor de Dios, si antes no le abrían el corazón a Cristo, y no se lo iban a abrir si no pensaran que fueran a obtener algún provecho de ello. ¿Cómo hacer entonces para convertir ese círculo vicioso en un círculo virtuoso? ¿Qué haría Jesús en nuestro lugar?

Cuando el apóstol Felipe, le pidió al Señor, que le mostrara al Padre, Jesús le respondió: ‘El que me ha visto, ha visto al Padre’ (cf Juan 14:8-11) Esto, nos da una nueva perspectiva: Podemos mostrar el amor de Dios, si llegamos a poder mostrar el amor de Jesús. ¿Cómo manifestó Jesús ese amor? ‘Créanlo, al menos, por las obras’ (14:9) 

Es tan amplia la respuesta, que nos agobia pensar, en cómo nosotros, discípulos siglo XXI, podemos llegar a emular las obras de nuestro Maestro, entonces nos desafía un poco más Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre (14:12).

Para iluminarnos, nos aclara más adelante: "El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él’. (14:23) y también nos detalla la forma en que eso sucederá ‘el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho’ (14:26) y qué es lo que tenemos que hacer nosotros Si ustedes me piden algo en mi Nombre, yo lo haré. (14:14)

Si vamos entendiendo, podríamos resumir el plan, en los siguientes pasos:
1. Orar al Padre en el nombre de Jesús, pidiendo que nos envíe el Espíritu Santo.
Estar atentos a lo que el Espíritu Santo nos enseñe y nos recuerde de las enseñanzas del Maestro.
3. Ser fiel a esas enseñanzas.
4. Recordar que Jesús habita en nuestros corazones y que en Él habita Dios Padre.
5. Abrirnos al amor del Padre, dejándonos amar.
6. Hacer las obras que Cristo hizo
7. Mostrarle al hombre común que esas obras son una manifestación del Amor de Dios.

Está clarísimo… hasta el quinto punto. Pero el sexto…

Si pensáramos en las obras que Jesús realizó por ser verdadero Dios, nos excusaríamos diciendo, ‘ah, esto no es para mí, simple mortal’, pero estaríamos dejando de lado las obras que Jesús hizo siendo verdaderamente hombre, que se pueden resumir en pocas palabras y mucho sentido, ‘pasó haciendo el bien’ (cf Hch 10:38)

Entonces, en nuestra naturaleza, con nuestras capacidades, con nuestros recursos, en nuestro ambiente, con nuestras debilidades y nuestras fortalezas, pero llenos del Espíritu Santo, podemos elegir pasar nuestra vida haciendo el bien.

¿Y respecto al séptimo punto? 

Lo que hemos visto pasar la Gloria de Dios a nuestro lado, que de algún modo fuimos instrumentos de su gracia, sabemos que es muy difícil para el receptor de esa gracia, reconocer que la misma proviene de Dios, e instintivamente nos atribuye la autoría. Nunca, nunca, nos tenemos que olvidar de dónde proviene esa gracia, y antes de pestañar debemos hacerle entender al bendecido que proviene de Dios, por los méritos de Jesucristo y por la unción del Espíritu Santo, que nosotros sólo estábamos ahí, cuando Jesús pasó por sus vidas.

Debemos ser ambiciosos. Por lo menos nosotros, no queremos ser honrados por los hombres y recibir en
ello nuestra recompensa (cf Mateo 6:2) Aspiremos a que nuestro nombre quede escrito en el Libro de la Vida.

Cada vez, que hagamos algo por alguien, un consejo, una oración, un plato de comida caliente, que todos sepan que no viene de nosotros sino del amor de Dios, actuando a través de nosotros.

Viceversa, si somos referentes, cada vez que nos salgamos de libreto, que hagamos lo que Jesús reprueba, que el otro sepa que eso no proviene de Dios, sino de nuestra humanidad en reparación.

Mostremos al hombre común que el amor de Dios, se puede manifestar a través de sus hijos, ya que somos las ‘manos de Dios’ 

Pongámonos en la presencia de Dios y pidámosle de corazón: 


Papito Dios, te damos gracias por habernos dado la oportunidad de ser partícipes de tu Divina Providencia y confiar en nosotros para ser instrumentos de tu amor y de tu paz.
Te pedimos que derrames tu Espíritu Santo como aceite de unción en nuestra vida, te lo pedimos en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo, que entregó su vida, para que esto pudiera ser real, y el Paráclito fuera su vicario en nuestras vidas.
Señor Jesús, te pedimos que aunque nosotros nos distraigamos, nunca nos abandones, permanezcas en dentro de nosotros, continúes restaurándonos y hagas de nosotros, las personas que Tú quieres que seamos.
Espíritu Santo de Dios, ven a recordarnos las enseñanzas de nuestro Maestro y a enseñarnos cómo ponerlas en práctica. Motiva en nosotros una fuente viva de bien, destinada a todos aquellos que el Señor ha puesto en nuestro camino, y que el Padre eligió, para ser llevados hasta Cristo.
Haz que desaparezcamos para que aparezca Cristo, haz que nos callemos para que seas Tú quien hable, haz que podamos transmitir la tibieza del Amor de Dios, a todos aquellos que aguardan por ella.
La Gloria siempre a Ti, Dios trino, amén, amén.