sábado, 24 de abril de 2010

Un corazón nuevo

Cuando Jesús se refirió a la promesa del Padre no dijo: “He aquí yo envío una de las promesas de mi Padre”.


Dios prometió hacer algo para ayudar a su pueblo. Esta promesa está en toda la Escritura. Toda la Biblia se basa en la promesa del Padre.

Veamos lo que Dios promete en Jeremías 31:31-34:


Dios señaló que este nuevo pacto sería completamente distinto del pacto que había hecho cuando sacó a su pueblo de Egipto. No iba a ser un mandamiento externo, sino un deseo que manaría del interior. Había manifestado: “Pondré mis leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré...”


¿Cuál es la diferencia entre “ser gobernado exteriormente” y “ser instado interiormente?” Es posible que esta ilustración sirva para ayudarlo. Cuando la madre le dice a sus hijas que se ocupen de los quehaceres de la casa, las jóvenes ponen reparo; no quieren que se las obligue a hacer algo. Pero el día que reciben por primera vez la visita del novio en su casa, están pron-tas para hacer cualquier cosa que les pida su madre. El cambio se debe a que ahora tienen una motivación interior.


Así es cómo Dios quieres que le sirvamos: voluntariamente.


Aun el más riguroso cumplimiento de la Ley divina no exalta a Dios, porque su pueblo lo está sirviendo por obligación, porque se ven obligados a hacerlo. Las personas que sirven a Dios a causa de la letra de la Ley, que los obliga a hacerlo, aun se encuentran bajo el viejo pacto. No han aprendido nada tocante al nuevo pacto y la mayoría de los creyentes hoy día continúan viviendo debajo del viejo pacto.

Dicen he tratado de hacer esto o aquello. Con sus palabras están afirmando que no pueden hacer lo que está bien.

Los tales viven bajo condenación. Aun cuando cantan, alaban y personalmente pertenecen al pueblo de Dios, conservan grandes dudas y se ven acosados por problemas y luchas. En la iglesia son un ejemplo, pero si uno los visita en sus hogares no tardarán en darse cuenta de cuál es su prójimo. Viven bajo el viejo pacto.


Algunos piensan que el viejo pacto es el Antiguo Testamento y que el nuevo pacto es el Nuevo Testamento. Están equivocados. El viejo pacto es la ley escrita mientras que el nuevo pacto es un corazón nuevo. (Ezequiel 36:27).


Note que Dios no dijo: “voy a darles un nuevo código de ética, una nueva lista de mandamien-tos”. No, dijo que nos daría un corazón nuevo, un corazón muy moderno, y dentro del cual ya estaría escrita su voluntad.


Esto no es algo que podamos hacer por nosotros mismos. El que aprendamos de memoria los mandamientos divinos, no significa que los tengamos dentro del corazón. Bajo el viejo pacto el hombre había aprendido los mandamientos de Dios, pero aun aspa no pudo cumplirlos. Hoy día algunos siguen usando su corazón viejo aun cuando tienen a su disposición un corazón nuevo, que les fuera impartido en el momento de su conversión.


Es con el corazón nuevo, con la palabra de Dios cimentada dentro de él mismo, que el hombre puede finalmente hacer frente a los requerimientos divinos. Es solamente mediante la gracia de Dios que puede lograrlo. No es una gracia posicional o teórica, sino que es una gracia práctica. Es una relación dinámica con Dios mientras que impulsados por su Espíritu Santo, El hace que caminemos en su voluntad.


Debemos tener presente que el viejo pacto está basado en leyes escritas que tienen que obe-decerse, mientras que el nuevo se basa en recibir el Espíritu Santo, y que es algo que debe seguirse. Cuando usted alcance a comprender esto será la persona más dichosa del mundo y además vivirá una vida nueva.


El Espíritu Santo no es parte de la voluntad de Dios, sino que es toda su voluntad, como lo era el viejo pacto. A los que se encontraban debajo del viejo pacto se les había dicho: no robe, no fornique, no mienta. Pero en el día de Pentecostés, Pedro no recibió un nuevo rollo con nuevos versículos y otros mandamientos. No, tanto él como los otros discípulos recibieron el Espíritu de la promesa del Padre, tal como había prometido Jesús.


En muchas oportunidades el Señor había hecho referencia a la promesa. En Juan 14:26 lee-mos: “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os ense-ñará todas las cosas y os recordará todo lo que yo os he dicho”.



Cuando recibieron el Espíritu Santo sus vidas fueron cambiadas. Empezaron a vivir una vida por encima de aquello que demandaba la Ley. ¡Qué glorioso!


Los discípulos comenzaron a compartir cosas unos con otros, principiaron a amarse unos a otros, a gozarse cuando padecían persecución. No poseían Biblias ni tampoco material para la Escuela Dominical. O grabadores. Contaban tan solamente con aquello que Dios les daba: una fe cimentada, una fe interior, que los hacía andar en los caminos de Dios. Por eso podían cantar mientras se encontraban presos, aun cuando habían sido golpeados y encadenados.


Tanto usted como yo somos cartas de Cristo al mundo, cartas escritas con el Espíritu Santo. Esa es la Promesa del Padre. Solamente siendo ministros del nuevo pacto podremos es-cribir cartas del Espíritu.


Si somos ministros del viejo pacto podremos escribir solamente en papel, no en nuestros corazones. Cualquier Seminario o Escuela Bíblica puede hacer ministros de la letra o del viejo pacto, pero solamente Dios puede formar ministros del Espíritu en el nuevo pacto.



El ministerio del Espíritu es dar el Espíritu. No es decir: “Mire lo que dice la Ley y hágalo”.


Cada creyente debería preguntarse: “¿Qué es lo que estoy ministrando? ¿Estaré ministrando la letra que mata o el Espíritu que da vida?


Yo tengo que confesar que durante muchos años maté a la gente por cuanto con la letra tenía un ministerio de condenación. Aun cuando era sincero y hacía lo mejor que podía, la mayor parte de mi ministerio era tan solamente del viejo pacto.


Si ministramos la letra de la Ley, matamos o condenamos, en cambio si ministramos el Espí-ritu damos vida a la gente. Les proporcionamos los medios con los cuales pueden hacer la voluntad de Dios.


Este es el desafío de la Promesa del Padre que es el Espíritu Santo en el nuevo pacto.


Fragmento del Cap. 19 del libro ‘DISCIPULO’

Pr. Juan Carlos Ortiz, 1975

viernes, 23 de abril de 2010

Una familia dividida no puede subsistir


Mateo 12:22-32

Jesús aprovecha una lección dada los fariseos – que según el Diccionario Bíblico Pastoral - El término es interpretado en general como "separados" (de todo lo que es "impuro": en el sentido de su rigurosa observancia de la Ley o de una tendencia política), para advertirnos de un peligro en nuestros días.

Hoy en día, existen muchas personas, que con buenas intenciones, se cierran en sí mismas, defendiendo sin darse cuenta, más la causa que el efecto y sin quererlo, terminan tomando distancia del propio bien que pretenden lograr, llegando a confundir al Bien mismo con el propio mal, inconscientemente, porque eso pueda significar una probable amenaza para sus principios y/o sus creencias. Es probable que su razón sea buena, que se base en lo que han aprendido de sus mayores y de la justicia que han conocido, pero al cerrarse en ellos, los hace perder la perspectiva.

Al no haber conocido de las enseñanzas de Cristo, o haberse olvidado de ellas, se concentran más en la persona que en la situación, confunden las ideas con las personas y en un instante, condenan, separando y separándose.

Frente a ellos, la Enseñanza, la propia Sabiduría, Jesús en persona, tratando de explicarles: ¿no se dan cuenta que con su actitud, lo que logran es dividir, es destruir lo mismo que quieren salvar? Si es que su interés está en llegar al conocimiento de la Verdad y del Bien Supremo ¿por qué atentan contra lo que quieren conseguir? Porqué en lugar de juzgar y condenar a la persona, al coterráneo del mismo Reino en el que todos queremos vivir, no se concentran en la bendición o en la prevención de la pérdida de la gracia, que es lo mismo.

Si nos atacamos entre nosotros, si destruimos nuestra Ciudad Celestial o nuestra Familia Mística, ¿quién gana?

¿Quién es fuerte en el ejemplo de Jesús? Sin duda ha de ser aquél, que conociendo sus enseñanzas se ha abrazado a ellas para tener vida y vida en abundancia. Para ser sanado y salvado. En fin, aquél que ha optado por aceptar el modo de pensar, de actuar y de vivir que Cristo nos propone.

¿Quién es el que ata para entrar a saquear? No nos queden dudas que es el enemigo, al que no le convienen las bendiciones que recibimos y entra a quitárnoslas, únicamente para luego destruirlas, para dejarnos nuevamente en nuestras propias miserias, aún mayores que las que teníamos antes de conocer a Cristo, porque después de haber logrado la gracia, es terrible la nostalgia y el dolor de haberla perdido.

Si alguna duda nos queda, Jesús se encarga de aclarárnosla, diciendo claramente quién es el que está contra Él, el que viene a dividir, a desparramar.

El enemigo, sabe muy bien, que si nos mantenemos unidos, no puede con nosotros, porque Cristo está en medio y es nuestra Cabeza. Pero si nos divide, es muy fácil destruirnos, porque separados de Jesús, nada podemos hacer.

Desde la creación del hombre ha estado practicando y ha tenido mucho éxito, separando a nuestros primeros padres, tentándolos con algo ‘bueno’, el conocimiento del bien y del mal. El mismo conocimiento que hoy tratamos de apropiarnos, para luego levantar el índice y juzgar al otro, no a la idea, no a su creer y saber, a la propia persona.

Ni qué hablar de la desobediencia y el desacato, que maneja con perfección de artista, justificándolos y justificándonos cual mártires en ‘justas’ batallas.

Aplicación:

No es casualidad que cuando la Iglesia se declara en Estado de Misión, se generen sutiles ataques del enemigo haciendo levantar a hermano contra hermano, discípulo contra discípulo, siervo contra siervo. Proponiéndonos la división.

Tampoco es casualidad que cuando una persona comienza a madurar en el Señor, a descubrir las bendiciones que fluyen desde las páginas del Evangelio, su familia, su pareja, las relaciones con sus amigos, compañeros de labor, hermanos de comunidad, sean atacadas para separarlo, y una vez separado, sumirlo en la soledad, la angustia y la depresión.

Debemos ser astutos para percibir estos ataques, para ver en el otro, en aquel por el que nos sentimos agredidos, en nuestra razón o en nuestra pasión, no a un atacante, sino a una víctima y sobreponernos a nuestras emociones para ayudarlo a no caer en los lazos del mentiroso, y así ayudarnos a nosotros mismos, a no caer tampoco.

Debemos usar nuestro ímpetu y nuestras pasiones para defender: nuestra Patria Celestial, nuestra familia, nuestras comunidades, porque si las perdemos o si nos perdemos, de nada nos han de servir nuestras creencias y principios terrenales, por más justos que estos parezcan.

Cuando nos ponemos el traje de justicieros, cuando levantamos el dedo para señalar al otro, cuando, además lo denunciamos públicamente, es más probable que nos estemos poniendo del lado del que ‘desparrama’ en lugar de ponernos del lado del que recoge.